Hay una frase de Rufino Martínez en la biografía de Manuel Joaquín del Monte que dice lo siguiente: «Hijo del anterior [se refiere a José Joaquín del Monte, DC]. Nació en San Germán, Puerto Rico, el 1804. En la Ocupación Haitiana residía en el territorio, y ante aquella realidad política inevitable, y sin deseos de emigrar, prestó servicios a las nuevas autoridades, a lo que tenía derecho como ciudadano haitiano. Tenía además el ejemplo de su padre.» (Diccionario histórico-biográfico dominicano. Santo Domingo: De Colores, 2ª ed. 1997, p. 355 [1971]).
La lógica del discurso del Trucides dominicano tiene dos implicaciones: 1) que sigue el hilo ideológico de todos los historiadores tradicionales que, ante el sucedido del 9 de febrero de 1822, hablan de “ocupación, invasión” haitiana de Boyer a la parte este de la isla con el fin de eludir la realidad, porque le es muy doloroso que el frente oligárquico y sus intelectuales ancilares asuman que, como “clase superior”, fueron gobernados por una “clase inferior” como la de los negros y mulatos haitianos. Esta es la explicación que les salva de esa herida freudiana.
La segunda implicación lógica del discurso de Rufino Martínez radica en que la expresión «… a lo que tenía derecho como ciudadano haitiano» valida, inconscientemente, el término “unión” de la parte este y la parte oeste en una sola república, tesis sostenida por Emilio Cordero Michel y aborrecida por los historiadores tradicionales que se resisten a admitir la realidad objetiva de que unos negros gobernaran a unos blancos hispánicos, anexionistas, proteccionistas, católicos y realistas durante 22 años. Esta ideología les sostiene hasta hoy. Y esa misma ideología que defienden, les incapacita para entender que el término “separación”, usado por los trinitarios para calificar en la Manifestación del 16 de enero de 1844 lo sucedido con respecto a Haití, no fue otra cosa que la admisión de que la separación fue la continuidad de la independencia proclamada por Núñez de Cáceres el 1 de diciembre de 1821 contra España (tesis de Gustavo Mejía Ricart), tal como hicieron para la misma época los demás pueblos que fueron colonias de la Península.
Por esta razón, los trinitarios, y Duarte el primero y Sánchez y Mella en segundo lugar, no denominaron “independencia”, lo que fue separación, a causa de que Haití no cumplió a cabalidad los convenios contraídos por Boyer y que el historiador García denomina con justeza “manifiesto de agravios”, lo que fue vaticinado por Núñez de Cáceres en su discurso ante Boyer, es decir, que más temprano que tarde, los dominicanos se separarían de Haití si este no cumplía con los compromisos contraídos, a lo que añadía las diferencias culturales, lo que ocurrió en la realidad debido a múltiples razones, entre ellas el pago de 60 millones de francos pagaderos en 30 años que Francia le exigió a Haití para reconocerle su independencia.
La frase de Rufino es importante porque si se hubiese tratado de una invasión, como las dos de Dessalines, o las que intentaron Hérard-Rivière y Soulouque a un Estado ya independiente como era la República Dominicana a partir del 27 de febrero de 1844, jamás hubiese sido legítimo, si hubiesen tenido éxito, que los dominicanos ocuparan cargos públicos en un gobierno de los invasores haitianos, como fue similar o ilegítimo que los dominicanos ocuparan cargos públicos a los invasores norteamericanos de 1916-24, y que quienes consintieron servirles a los yanquis, tanto en 1916-24 como en 1965, recibieron la repulsa y condena de la sociedad y de los historiadores que no fueron sirvientes del frente oligárquico, que sí colaboró con los yanquis en las dos ocupaciones militares a nuestra patria.
Debido la frase de Rufino Martínez concluyo en que no solamente los Del Monte, padre e hijo, sino también Tomás Bobadilla y los trinitarios, tenían derecho a ocupar posiciones en el nuevo Estado unificado, como de hecho las ocuparon, pero tan pronto aquel Estado dejó de cumplir con sus compromisos con los dominicanos que consintieron la unión, tal incumplimiento fue la causa de la separación. Y para ser justo, de esa unión, según lo contabiliza Cordero Michel en su artículo “Proyecciones de la revolución haitiana en la sociedad dominicana” de la revisa Ecos (II, 3,1994: 79-91), hubo más de 24 medidas que favorecieron históricamente a los dominicanos que consintieron aquella unión y que jamás será reconocida como tal por parte de los historiadores del frente oligárquico, a causa de su tara ideológica.
No fue por su colaboración con la república haitiana unificada que Rufino Martínez y Joaquín Balaguer repudian a Bobadilla. En Balaguer, es la ideología duartista condensada en su libro El Cristo de la libertad (1948), elevada al colmo de la sacralización, la que le lleva a una especie de culto religioso de Duarte y su ideal, sacralización que le impide ponderar al creador de la idea de patria independiente de toda potencia extranjera con la objetividad con que el historiador griego Tucídides juzgaba los hechos de los seres humanos, los que obedecían, y obedecen hoy, a intereses puramente objetivos, no a ningún azar, destino o voluntad de una divinidad.
No creo, y lo sostengo, que Balaguer adjurara de la figura de Bobadilla por el hecho de haber sido anexionista a favor de España o que combatiera, al final de su vida, como lo hizo Manuel Joaquín del Monte al lado de Luperón, la idea de Buenaventura Báez de convertir la república en un estado más de la Unión Norteamericana. ¿Qué escrúpulos podía esgrimir Balaguer en contra de Bobadilla si a mitad de su vida, en 1965, consintió en que los norteamericanos le colocaran en el poder para que se convirtiera, como Báez en 1866 con respecto a la Restauración, en el sepulturero de la revolución de Abril de 1965 a través de la más brutal y selectiva represión política que eliminó a miles de constitucionalistas que participaron en la guerra patria en contra de los invasores yanquis? Balaguer condena a Bobadilla por haber servido a los haitianos y en esa valoración trujillista tal colaboración es peor que servirles a los españoles o los norteamericanos. Desde 1937 en el trujillismo, el antihaitianismo fue una razón política de Estado teorizada por gente como Peña Batlle, Balaguer y sus secuaces hasta el día de hoy. Para un sujeto, el problema no es ser prohaitiano o antihaitiano, sino el reconocimiento de especificidades culturales de dos comunidades distintas. Es igual problema para el racionalismo positivista: no se trata, para el sujeto, de ser pesimista u optimisma, sino de situar la ideología y las políticas de ese tipo de discurso y quiénes son sus beneficiarios.