Recientemente acepté una oferta de un trabajo y tuve que asumir la responsabilidad y las implicaciones de esta decisión hasta terminar. A la mayoría nos han pasado situaciones como esta en las que nos adelantamos o damos pasos sin antes considerar y analizar el problema ni evaluar las opciones y sus posibles consecuencias, los pros y contras, las implicaciones, entre otros factores. En fin, no pensamos antes de actuar o pensamos, pero no de la manera correcta.

¿Lo hago o no? ¿Sigo o lo dejo? ¿Me quedo o me voy? ¿lo digo ahora o después?

Estas son preguntas que nos hacemos en todo momento frente a las alternativas que se nos presentan. Diariamente tomamos decisiones rutinarias que no requieren de esfuerzo ni reflexión. Otras si requieren de evaluación por su naturaleza compleja, las consecuencias e implicaciones. Tomar ciertas decisiones implica riesgos por lo que a veces tenemos miedo a arrepentirnos y nos paralizamos. Las decisiones presentes y futuras no se pueden dejar de tomar por las malas decisiones pasadas. El no hacer nada también es una decisión que puede incluso tener secuelas en nuestras vidas o en los demás.

Se estima que una persona toma cerca de un millón de decisiones en su vida, algunas sencillas y otras complejas. Y sin embargo, a muy pocos nos enseñan como tomarlas. Y aprendemos sobre la marcha a partir de las experiencias que vivimos, cometiendo errores que se pudieran evitar si nos hubieran ayudado a desarrollar la habilidad de elegir entre todas las opciones que tenemos. Esto implica conocer los pasos, evitar los errores comunes y tomar en cuenta la ética, las normas y circunstancias, entre otros factores.

Según CASEL (www.casel.org) tomar buenas decisiones es la capacidad de evaluar de forma realista las consecuencias de nuestras acciones y de tomar en cuenta nuestro bienestar y el de los demás. Esto es fundamental para la vida y es una de las habilidades socioemocionales que se pueden aprender. Para esto es necesario ejercitarla continuamente.

Tener una visión y unos valores claros nos facilita tomar decisiones de manera efectiva. No siempre es tan fácil ni obvio cual es la mejor o peor, incluso la mayoría de las veces no hay una correcta. Cada una tiene sus aspectos negativos y positivos. Es cuestión de considerar lo que conlleva cada una de las alternativas y asumir el compromiso, evaluando los resultados para aprender y mejorar.

Michelle Obama planteó que no podemos tomar decisiones basadas en el miedo ni en la posibilidad de lo que podría pasar. Si se piensa demasiado en todos y cada uno de los sucesos probables que implica una decisión, nunca la tomamos y nos perdemos de vivir experiencias de crecimiento. Es mejor intentar y fracasar que nunca haberlo intentado. Las buenas decisiones son aquellas que miran hacia delante, consideran la información disponible, las alternativas y no generan conflictos de intereses (Dan Ariely).

Es recomendable enseñar a nuestros niños y jóvenes a tomar decisiones, a evaluar los riesgos asociados a cada alternativa, a analizar las situaciones antes de tomarlas, a aprender de las experiencias, considerar diversas soluciones, a buscar ayuda cuando sea necesario y a evaluar constantemente los resultados. En vez de tomar decisiones por ellos o imponer nuestras opiniones ante las situaciones que se les presenten, hagamos preguntas poderosas que les lleven a detenerse y a asumir responsabilidad por sus acciones. Demos oportunidad para que practiquen los pasos necesarios para tomar sus decisiones y dejemos que enfrenten las consecuencias siempre que se pueda y que no representen un peligro para ellos.

La toma de decisiones no garantiza buenos resultados. Lo importante es saber cómo decidir y no solo qué decidir. Si se trabaja esto de manera intencional como se hace con las habilidades académicas, tendremos ciudadanos responsables, proactivos, críticos y con capacidad de asumir riesgos y resolver problemas de manera efectiva.

Fuentes consultadas:

www.casel.org

www.decisioneducation.org