Estaba más claro que el agua que pese al marco de discreción  sobre la temática abordada en que se desenvolvió,  la visita del embajador estadounidense James Brewster  al Procurador General doctor Domínguez Brito y la prolongada entrevista que sostuvieron no tenía como objetivo comentar las incidencias de la recién finalizada Serie Mundial, ni simplemente compartir un café de cortesía.

Brewster se ha mostrado muy activo y diligente en distintas ocasiones y escenarios en manifestar la creciente preocupación de su gobierno por el auge de la delincuencia y la corrupción en el país y la debilidad institucional que muestran los mecanismos de justicia para sancionarla.

Luego del encuentro el doctor Domínguez Brito,  ante la insistencia de los reporteros que cubren su fuente informativa, hizo una muy breve referencia al propósito de la visita del diplomático   al admitir que el largo intercambio había versado sobre el crimen organizado y resaltar el apoyo ofrecido y brindado por parte del gobierno estadounidense al Ministerio Público.

Domínguez Brito aprovechó el asedio periodístico para volver a la carga contra los cuestionables fallos dictados en algunos sonados casos que han provocado asombro, desaliento e indignación en el seno de la opinión pública.

Entre estos mencionó los de la Torre Atiemar, cuyo gestor, el español Arturo del Campo Marqués, en apariencia un próspero empresario interesado en invertir en el país, penetrando las altas esferas del poder hasta el punto de lograr un nombramiento y carnet honorario de la Policía Nacional, quien resultó en realidad un peligroso narcotraficante detenido al llegar a su país natal, donde cumple una sentencia de prisión por ese motivo.

Más recientemente y casi a renglón seguido de la fuga de los dos pilotos franceses, arropados por un vergonzoso e inexplicable fallo judicial que les otorgó libertad provisional sin el menor control, pese a estar condenados a 20 años también por un grave delito de tráfico de cocaína, Domínguez Brito criticó la decisión de la juez que puso en la calle al regidor Edison de los Santos, a quien se le atribuye dirigir una peligrosa banda de sicarios.

La lista pudiera ser interminable y abarcar muchos más casos en que se han producido fallos inexplicables que se han convertido en piedra de escándalo público y restado creciente credibilidad a la Administración de Justicia.

Bien es cierto, como se cuidó en señalar el doctor Domínguez Brito, en el Poder Judicial constituyen mayoría los magistrados competentes, valerosos y probos,  inmunes al tráfico de influencias y propuestas indecorosas, no así otros cuyas actuaciones provocan rechazo y mueven a todo género de suspicacias.   Lamentablemente, el accionar ejemplar de los primeros se ve arropado por esa minoría de excepciones cuyas decisiones, como expresa el Procurador,   “son contrarias al derecho”.  Lo son también al interés público.

La cúpula de la Judicatura dominicana tiene que cobrar conciencia de la grave crisis de prestigio y los elevados índices de descreimiento que encara en el seno de una sociedad conturbada por el auge de la criminalidad y la corrupción, tanto pública como privada, la impunidad que los arropa y la facilidad con que elementos de alta peligrosidad evaden sus responsabilidades penales y obtienen su libertad.

Tolerancia cero con el crimen, como plantea el doctor Domínguez Brito, por consiguiente,   más que una simple consigna resulta un urgente y angustioso anhelo ciudadano frente a una situación que no solo tiene consecuencias en el ámbito nacional sino conlleva negativas repercusiones internacionales que lesionan la imagen del país como destino confiable para el turismo y la inversión extranjera.

Como tal el combate contra la criminalidad, el narcotráfico y la corrupción debe convertirse en  un  firme compromiso permanente tanto de las autoridades para su efectiva prevención y persecución como para la Administración de Justicia que sin violentar las normas procesales, tiene que manifestarse en cada caso con la debida energía  para sancionarlos con el rigor requerido, no dejando margen a complacencias, favoritismos y mucho menos complicidades vergonzosas.