Demasiado rastro digital dejamos a nuestro paso. Por doquier cámaras ocultas, micrófonos diminutos, teléfonos inteligentes y GPS nos siguen y nos delatan.

Muchos botones de compartir están a punto de a ser pulsados y las aplicaciones de mensajería instantánea están al alcance de todos.

La doble vida será posible, pero no sostenible. Sólo la ética lo es en estos tiempos, la coherencia entre lo que eres y lo que dices ser.

Por si no bastara todo el poder en manos de otros para capturar y difundir información nuestra, nosotros mismos nos ponemos en evidencia. En las redes sociales, siempre revelamos más de lo que quisiéramos, inadvertidamente.

Cuando pienso en estriptís involuntarios, me llega a la mente, por aleccionador, la historia del mafioso italiano Marc Feren Claude Biart,

quien se pudo esconder de la policía internacional durante siete años, en Boca Chica, hasta que se puso en evidencia el año pasado, cuando subió un video a YouTube para compartir su pasión por la cocina. El video ocultaba su rostro, pero mostraba sus brazos, que la policía reconoció por sus tatuajes y aprovechó para capturarle.

Más aleccionador aún es el caso del narcotraficante británico Carl Stewart, quien durante más de 13 años estuvo fugitivo, pero su pasión por el queso lo llevó a publicar una foto editada en la red encriptada EncroChat. En la foto, solo se veían tres dedos del pillo, parcialmente, sosteniendo una barra de su marca de queso preferida, pero fueron suficientes para que la policía de Reino Unido pudiera comparar las huellas digitales que aparecían en sus yemas, atraparlo y procesarlo judicialmente.

Pese a que EncroChat era una red virtual de alta seguridad, y por eso preferida por los delincuentes, las agencias de policía de varios países europeos habían logrado penetrarla, luego atrapar a Stewart y hacer que lo condenaron a 13 años de prisión.

Si esto ocurre con delincuentes que se fugan y se esconden por años deliberadamente ¿cuánto puede durar un secreto en estos tiempos, cuando se trata de “personas políticamente expuestas”, como se les llama en el sector financiero a las personas a las que se les ha confiado una responsabilidad pública prominente? ¿Cuánto puede durar un secreto de una celebridad? ¿Cuándo puede durar un secreto incluso de una empresa privada? Ciertamente, cada vez menos.

En vano se empeñan las organizaciones en la confidencialidad, en tumbar las señales de celulares dentro de sus plantas y salones, en prohibir las filmaciones y fotografías dentro de sus espacios. Está bien que lo hagan – para mandar una señal de prudencia, seguridad y discreción-, pero sabiendo que en cualquier momento puede aflorar lo que se quiere ocultar.

Hay que vivir con la certeza de que algún día, ahora más temprano que tarde, todo habrá de salir a la luz, conscientes de que la transparencia hoy día no es una opción, sino una obligación.

Este axioma, actualmente, vale tanto para las personas públicas como para las personas privadas; para los individuos como para las organizaciones, para las personas físicas y para las personas jurídicas. Al fin y al cabo, hoy día todos somos personas políticamente expuestas.