“El miedo a morir por el virus ha llevado a algunas personas en estos países a inyectarse preparados pensados para el tratamiento de ovejas y vacas, con graves efectos secundarios. Mientras esto ocurre, investigadores del mundo se echan las manos a la cabeza sobre los riesgos de dar masivamente y sin control un medicamento aún no probado para el nuevo virus.” Nuria Ramírez de Castro

El Beni, con casi 214,000 kilómetros cuadrados, es el segundo más extenso de los nueve departamentos de Bolivia, y es 25% más grande que Uruguay. Con menos de 500,000 habitantes, es el segundo menos poblado de los departamentos bolivianos y el penúltimo de menor densidad poblacional. Esta demarcación ocupa la quinta parte de la superficie territorial del país con apenas 4% de la población boliviana, dejando mucho terreno para pastar el abundante ganado. Poco más del 25% de los benianos residen en su capital, Trinidad, que tiene unos 130 mil habitantes.

El 20 de abril, el Beni fue el último departamento boliviano en detectar el novel coronavirus en su población, que ha sido una de las más brutalmente azotadas por la pandemia desde que se produjo su primera víctima mortal en Trinidad el mismo día de su primer diagnóstico positivo. Un mes después, el 20 de mayo, la capital departamental fue el primero de los once municipios benianos en declararse en situación de desastre sanitario por el rápido avance del COVID-19, seguido en rápida sucesión por las otras municipalidades.

A un mes de su primer caso confirmado, el Beni registraba 581 contagiados y 41 fallecidos por el COVID-19. Pocos días antes, en la desesperación, habían iniciado un amplio operativo de profilaxis en Trinidad, distribuyendo gratis unas 350,000 dosis de ivermectina a los habitantes de la ciudad para “evitar más muertes”. Ya los médicos locales venían recetando el medicamento, de uso común por los ganaderos para desparasitar sus animales, y la ivermectina veterinaria era tomada por los infectados con el mismo propósito. El ginecólogo Marco Antonio Aponte Farach y otros médicos locales habían experimentado con el fármaco para curar el COVID-19 y abogaban agresivamente por su uso masivo desde hacía varias semanas, basándose en sus propias experiencias con los pacientes. Obtuvieron la autorización de las autoridades sanitarias y departamentales para llevar a domicilio la primera distribución masiva de ivermectina contra el COVID-19 a partir de mediados de mayo.

La experiencia del Beni no es un ensayo clínico clásico porque no se ha dado seguimiento metódico a los participantes para conocer de su suerte individual, ni hubo un grupo control ciego con placebo, pero es interesante estudiar la experiencia colectiva de este departamento comparada con los resultados de Bolivia en su conjunto. Al momento de este escrutinio (14 de agosto), el sitio oficial, Bolivia Segura, reporta 5,954 casos confirmados de COVID-19 y 319 muertes en el departamento del Beni, o sea casi ocho veces las fatalidades de cuando iniciaron la distribución masiva de ivermectina a la población hace casi tres meses. Hoy Bolivia acumula 96,459 casos y 3,884 fallecidos. El Beni reporta oficialmente el 6% (5,954/96,459) de los contagios y el 8% (319/3,884) de los fallecidos a nivel nacional, pero apenas representa el 4% de la población boliviana. El Beni registra 64 muertes por 100,000 habitantes, cuando Bolivia promedia 33.

Sería injusto atribuir a su agresivo uso de la ivermectina para combatir el COVID-19 el pobre desempeño comparativo del departamento con relación al país en base a este experimento improvisado. Sin embargo, lo cierto es que los diseñadores del operativo para medicar liberalmente con ivermectina a los benianos no lograron su declarado objetivo de “evitar más muertes”. Durante el primer mes, antes de utilizar la ivermectina masivamente, fallecieron 41 pacientes de COVID-19, y durante los tres meses subsiguientes, el promedio mensual de víctimas fatales se ha más que duplicado. Si bien los estragos del coronavirus no se han detenido a pesar de la medicación masiva con ivermectina, no hay manera de saber a ciencia cierta si el antiparasitario ha tenido alguna incidencia mitigadora en la evolución epidemiológica del COVID-19 en el Beni, o cuales han sido los factores que elevan el número de muertes en la región muy por encima del promedio nacional.

El Beni fue el primero, pero no es el único ensayo de medicación masiva con ivermectina para combatir el novel coronavirus en una comunidad. Para continuar con la muestra de ensayos improvisados medicando con ivermectina, consideremos el caso del departamento de Loreto en la zona amazónica del Perú. Su capital, Iquitos, con unos 500,000 habitantes concentra más de la mitad de la población del departamento. Con unos 370,000 kilómetros cuadrados, Loreto ocupa casi una tercera parte del territorio de Perú, pero tiene menos de 3% de su población. La llegada del novel coronavirus se descubrió el 17 de marzo en un guía turístico infectado por un visitante extranjero en Iquitos.

En Lima, un grupo de médicos había iniciado el tratamiento del COVID-19 desde mediados de abril y abogaba por su generalización. En Loreto empezaron a inyectar masivamente ivermectina veterinaria a los presuntos infectados desde mediados de mayo, habiendo tratado a unos 2000 pacientes al 16 de mayo, y ofreciendo hacerlo gratis a todas las personas con síntomas leves. En esa fecha los reportes oficiales reportaban 2,250 contagios y 95 fallecidos. La voluntaria que encabezó esta iniciativa vivió en carne propia la desesperación de no saber qué hacer con un familiar enfermo. “Probamos mil cosas para tratar de salvar la vida de mi familiar, incluso llegamos a cambiar una moto por un balón de oxígeno, pero al final no pudimos salvarlo”, afirmó en sus declaraciones, atribuyendo a la ivermectina de uso veterinario la salvación de las vidas de todo el resto de su familia.

Al 14 de agosto las cifras oficiales de Loreto eran 12,894 casos confirmados de COVID-19 y 784 fallecidos. Los contagios se han multiplicado casi por seis, y las muertes casi por nueve en los tres meses desde las campañas de medicación masiva con ivermectina en Loreto. En Perú la medicación masiva con ivermectina ha sido un elemento común a muchas regiones y las muertes no reportadas exceden por mucho los registros oficiales, lo que hace casi inútil comparar el índice de muertos en Iquitos con el promedio nacional. En efecto son muy parecidos los índices de decesos oficiales del departamento y del país (ambos alrededor de 81 por 100,000 habitantes), siendo Perú el segundo país con índice más alto del mundo, solo superado por Bélgica con 86. El caso de Loreto, con su uso liberal de la ivermectina para tratar el COVID-19, no aporta ninguna evidencia de impacto epidemiológico significativo en sus resultados a nivel estadístico, a pesar de los innumerables testimonios de curación individual.

Un ensayo más reciente de la medicación liberal con ivermectina es el de Itajaí, municipio costero del estado de Santa Catarina, Brasil. El médico alcalde ha propiciado la distribución masiva de ivermectina a sus 200,000 habitantes con cargo al presupuesto municipal desde el 7 de julio, cuando se reportaba oficialmente 2,116 casos confirmados y 45 fallecidos. Un mes después, observamos un crecimiento de 91% en el número de casos y 184% en las muertes. Con 128 fallecidos en 200 mil habitantes (64 decesos por 100,000 habitantes), el pobre desempeño epidemiológico de Itajaí ha alcanzado al Beni en apenas un mes, y supera por mucho al estado de Santa Catarina (índice de 25) y a Brasil (índice de 51). El alcalde se ha visto obligado bajo presión a descontinuar su agresivo programa de medicación con ivermectina y alcanfor. Cuando entonces insistió en un nuevo experimento con ozono como cura para el COVID-19, explicó: "Probablemente será una aplicación vía rectal, tranquilísima, rapidísima, de dos o tres minutos por día, con un catéter delgado y eso da un resultado excelente”. Afortunadamente las autoridades sanitarias estaduales y federales le prohibieron este nuevo desatino sanitario al “médico” alcalde.

Aunque anecdóticamente muchos consumidores de la ivermectina sienten que con su ingesta mejoran los síntomas por COVID-19 y se evita el deterioro de su salud, las estadísticas de tres extensas regiones sugieren que el fármaco tiene poco o ningún impacto epidemiológico en la comunidad, al menos en la forma indiscriminada que lo han utilizado en muchos países. No hay manera de saber a ciencia cierta la efectividad y seguridad del fármaco para curar el COVID-19 sin conducir ensayos clínicos controlados en muestras estadísticamente significativas, que por suerte están ya en proceso. No nos queda más remedio que esperar los resultados de los ensayos clínicos controlados para saber si en verdad la ivermectina es superior a la hidroxicloroquina, el brebaje de kutuki y los otros innumerables remedios y placebos utilizados durante la pandemia de COVID-19 por el afán universal de “evitar más muertes” y la aguda escasez de medios sanitarios para lograrlo en muchos países de nuestra América.