Quedarse en casa resulta difícil para mucha gente. Excepto las personas dedicadas a la economía informal, aquellos espíritus de Dios que buscan el moro del día en las calles. Porque el adjetivo, entonces, no sería difícil, si no trágico. Y de tragedias que rompen el alma están llenas la prensa y las redes sociales.
Por ello me propuse indagar qué pasaba con aquellas personas de trabajo estable, de economía segura y costumbre invariable. Esas personas que podríamos colocarlas —sin demasiado rigor teórico— en el club de la clase media, y no ofenderlas en el intento.
Tal es el caso de Pablo Gómez, 50 años, ingeniero de sistema santiaguero que se dedica al comercio de medicamentos. Vive próximo a la calle Padre las Casas, cerca del flamante Parque Central, pero en sus alrededores sólo hay varilla y cemento. Con su negocio paralizado confiesa que nunca había hecho tantas cosas a la vez en tan poco tiempo.
Sigue las series de televisión con un entusiasmo que creía superado. Le da duro a la trompeta, no sólo para sacarle brillo a las delicias del sonido de metal, sino también para ejercitar los pulmones, por si acaso. Pero donde realmente se ha metido sin escapatoria es leyendo un libro escrito a dos manos: Secretos imperfectos de Michael Hjorth y Hans Rosenfeltdt, una novela negra que lo mantiene aferrado a una trama de más de 500 páginas. Algo raro, pues como cristiano arrepentido, debería estar leyendo la Biblia.
Y qué decir de Lidia Ramírez, 38 años, una gestora cultural del Distrito Nacional, que su vida transcurría entre el Este y la Capital. Acostumbrada a estar rodeada de gente, ahora ve pasar los vehículos como si fueran de juguetes desde el sexto piso del apartamento donde vive:
Por lo general, nunca lloro. Aunque un día me paré llorando con quejidos, mocos y todo. Ese día estaba almorzando, me sentí conmocionada, llevaba 15 días con gripe y comencé a sentir problemas para respirar. Eso me aterrorizó, no aguanté más y estallé en llantos.
Y es que cualquiera se asusta sólo de pensar en salir de tu casa al hospital, sobre todo si te llevan apresurado en una camilla.
En el Cibao hay un perfil de personas que le llaman “pata’e perro”. Son esas personas eléctricas, hiperactivas, que viven saltando de un lugar a otro y nunca están quietas. Esa es la mejor descripción del peripatético Roque Cid, un puertoplateño de 62 de los buenos.
Pues Roque, un abogado pertinaz, se define a sí mismo como un par contradictorio:
Como bien creo que sabes soy a la vez un callejero y casero, tratando siempre de equilibrar ese par contradictorio. En cuarentena no me queda opción. He estado en casa.
Roque cree que ahora le toca
Compartir con mi familia la pasión que nos une: conversar. Somos conversadores natos y agarramos los temas y le sacamos el jugo, la miel, y la hiel. También hemos disfrutado del curso de cocina Gourmet que hizo Ely, mi esposa. Imagínate, ¡de doctora a chef Gourmet!
Otro grupo de personas, la minoría, prefieren cogerlo suave, con suavena. Se pasan el encierro como Luis Vargas, “aferrados a una botella”.
–Lo mío es tomarme un pote de romo cada día. Hay que aprovechar ésta pámpara.
Esta gente cree que está disfrutando con los grupos de chat de WhatsApp, sin pagar consecuencias. En verdad sólo se infectan con el virus de las redes. Un virus poderoso que no te ataca el cuerpo, sino la mente. La mente rige la cabeza y quien pierde la cabeza, lo pierde todo.
Empero, las empresas, instituciones públicas, organizaciones privadas y la propia gente, luego de la cuarentena, habrán adquirido la disciplina del trabajo virtual, esa gran oportunidad de trabajar desde la comodidad del hogar, si se han preparado para ello.
La crisis podrá venir, como lo auguran los economistas. Pero Adelfi Molina, una dentista dominicana que reside en New York, cree que —saldremos mejores seres humanos de todo esto. La gente será más concienzuda–, dice.
Por tanto, quédate en casa. Aunque te parezca que los días son iguales, en realidad, no lo son. Quédate en casa y, de tus adentros, saca lo mejor de ti. Hoy, con Joan Manuel Serrat, puede ser un gran día.
Como un mantra repítetelo, una y otra vez.