A lo largo de nuestras vidas como hombres, una doctora, una profesora, una funcionaria o profesional en cualquier área, ha intervenido con excelentes resultados para nuestra existencia. Y no hay que empezar por fuera de la casa; en el mismo hogar mujeres emprendedoras con pequeños negocios o trabajando por cuenta ajena, desde limpiando una cocina hasta siendo gerentes de un banco o funcionarias del gobierno han sacado a sus familias adelante, a veces con poca o nula ayuda de ningún compañero. Es por esto que la huella feminista que ha hecho eso posible nos hace estar en deuda con ella.

Ha sido el clásico movimiento feminista, más la revolución industrial, más las dos grandes guerras del siglo veinte, las que quebraron definitivamente el sacrosanto rol de la mujer como esposa, madre y ama de casa y nos llevó a contemplar a la mujer como un sujeto político, con derecho al voto, derecho a la propiedad y a emprender; derecho a participar en política eligiendo o siendo elegida y con facultad para trabajar hombro a hombro con el hombre enl bancos, hospitales, clínicas, cuarteles, fábricas, comercios, instituciones e industrias.

Es por esto que he terminado convencido, firmemente, de que todos, absolutamente todos debemos algo al feminismo

Desde cada una de las posiciones antes señaladas, en algún momento, alguna mujer con tal o cual grado de responsabilidad, conocimiento técnico o profesional, ha realizado alguna gestión que nos ha beneficiado. En mi caso mi doctora de cabecera es una mujer, y el bien que ella me ha causado ha sido grande por lo certero de su diagnóstico.

Ciertamente que hoy el feminismo ha evolucionado. Todavía quedan tareas pendientes como lograr la paridad salarial y de participación de la mujer en cargos importantes dentro de entidades privadas o públicas. Y también hoy el feminismo es estratégicamente atacado por la muy popular derecha alternativa (alt-right) de ahí que vemos a Trump, Bolsonaro, a los españoles de Vox y a la extrema derecha italiana lanzando dardos encendidos o envenenados contra el feminismo actual y acusando a toda su filosofía de meramente estar llena de la—para ellos proscrita—ideología de género.

Lejos del campo de batalla ideológico, nos queda a nosotros que, de una u otra manera hemos sido beneficiados por alguna mujer técnica, profesional, funcionaria o ejecutiva el guardar en nuestro corazón una pequeña o grande deuda de gratitud con ese feminismo que ha hecho posible extender el talento de la mujer fuera del hogar, desarrollarlo en escuelas técnicas y universidades y brindárnoslo a nosotros en forma de ayuda imprescindible en algún momento de dificultad en nuestras vidas.

Es por esto que he terminado convencido, firmemente, de que todos, absolutamente todos debemos algo al feminismo.