La sociedad contemporánea está permeada por eso que se ha llamado redes sociales en las que una persona puede ser elevada en cuestiones de segundo a la más alta popularidad o descender a lo peor del infierno.
Las redes sociales tienen esa virtud fatal de convertir en fenómeno un hecho anodino como el preguntarse el color de un vestido, si un gato sube o baja una escalera y hasta un cantante que no canta como el caso de un nicaragüense llamado Israel Lanusa.
Pero al mismo tiempo te puede sumergir en la peor de las fatalidades con el solo hecho de usted ser figura pública y comente o publique algo que pueda ser rechazado socialmente. El problema aquí radica en que las personas se sienten con la libertad de poder opinar y hasta ofender una persona que no conocen, pero basta con que salga en la televisión o en cualquier medio de difusión masiva para que pueda ser juzgado a veces sin piedad por toda una sociedad que se une al coro de las maledicencias sin a veces reparar que podrían estar siendo parte de algún plan perverso.
En lo que quiero hacer hincapié es que la gente se desvive por recibir un like en Facebook o que un twit suyo sea retwiteado por cualquier persona pues esto les provoca cierta satisfacción emocional y hace aflorar esa tendencia natural y humana de sentirnos escuchados y que nuestra opinión es conocida por mucha gente. Creo que aquí también radica el éxito de los programas interactivos.
Si bien las redes sociales producen estos efectos que he mencionado, también hay uno que me parece mucho más peligroso y es la indiferencia. ¿A qué me refiero con esto? Desde hace tiempo vengo observando un fenómeno y es que, ante situaciones que ameritan la intervención de alguna persona las mismas son reducidas a hechos banales porque quien observa y podría intervenir está más pendiente de grabar el hecho para compartirlo en las redes sociales que de mostrar solidaridad ante la situación.
Pondré un ejemplo para ilustrar mejor lo que quiero expresar: recientemente recorrió por todas las redes sociales, especialmente Facebook, el video de una jovencita que fue agredida por cuatro jóvenes en un Mcdonald en Nueva York. El hecho me indignó pues todas las personas que estaban presente atendieron a grabar la escena en vez de socorrer a una adolescente que era golpeada brutalmente por otras cuatro jóvenes.
En el video se observa cómo le pisoteaban la cabeza y ya derribada en el piso la seguían pateando deteniendo su agresión sólo cuando la dejaron en estado inconsciente.
Desconozco quién subió el video a Facebook, pero sí llamó mi atención la cantidad de reproducciones y cuántas veces se había compartido. Hice un repaso visual rápido por los comentarios y casi ninguno estaba en la dirección de la solidaridad.
Hoy, mientras más fatal sea el hecho más interés genera para compartirlo. Dos personas peleando, alguien herido, un fallecimiento trágico con imágenes crudas forman parte del arsenal preferido.
Lamento que llegue el día en que para saber quiénes somos tengamos también que acudir a las redes sociales, si no es que ya llegó.