La fascinación en la época de la innovación por un producto que encarna el paso de la modernidad es el lápiz. El símbolo de lo efímero, lo que  encarna la propiedad de lo cotidiano sin llegar a encarnar la permanencia de la perdurabilidad del contenido que procura hacer permanente, nos sirve para ilustrar el concepto antípoda de lo que ilustramos  como la clase del éxito de la innovación actual. Mostrar la permanencia de un producto para el que no vale la innovación.

Es más, el éxito de su permanencia en el mercado es el logro de resistirse a ser colonizada por una tecnología emergente, el diseño asistido por ordenador: la fábrica Faber-Castell se instaló en 1761 y ha sido regida por ocho siglos, luchando por mantenerla fiel a la tecnología primaria para la que fue diseñada, la escritura manual y encontrarle sentido moderno.

¿Podríamos señalarle inadaptación a los tiempos modernos el espacio a los lápices en los estantes de las librerías dedicados a los lápices? ¿Tendrá algo que ver que al estar asociada a la postura básica  de la tecnología intelectiva de nuestra condición humana, la escritura, no rompemos el cordón umbilical que nos une a la estructura límbica que nos une a la secreta condición humana?

Harvard Business Review, gracias a El País, nos trae en su suplemento Retina el caso para conocer la de fidelidad al pasado de esta innovación que ha permanecido ocho siglos, en el siguiente enlace:

https://cincodias.elpais.com/cincodias/2018/04/16/fortunas/1523904615_404203.html

Esta lección se puede establecer con las industrias que lidien con la calidad. Los dominicanos hemos perdido la propiedad de nuestras grandes marcas y firmas centenarias, que pudieran establecer un patrón de calidad: profundizando en las raíces del tiempo, pero ya es tarde porque perdimos sus raíces.