Cuando la Marcha Verde comenzó a mostrar su fortaleza impugnadora a la práctica de la corrupción y la impunidad del gobierno, se dijo que al PLD se le podía ir rezando su “cuarto de hora”. Porque ese movimiento le hacía una severa erosión en la clase media, donde siempre fue fuerte y en la cual sustentó su proyecto de poder.
Pero faltaba el sepulturero.
Desde entonces el candor peledeísta ha ido en deterioro. Sus problemas internos han ido a más cada vez; y si en un momento sirvieron para distraer la atención de la oposición y de otros problemas principales del país, hoy ese asunto está "color de hormiga" y ha llegado a un nivel en el que parece que no hay Agripino que logre un acuerdo mínimamente confiable entre las partes.
Las agresiones se han desbordado entre leonelistas y danilistas. Para impedir manifestaciones contra la reelección, el Danilismo ha llegado a rodear con militares la sede del Congreso Nacional, y frente a este, seguidores de los primeros fueron reprimidos por fuerzas de la policía.
No es sólo las heridas que uno y otro se causan, que pudieran tardar años en cicatrizar; sino, además, la decepción que estos hechos provocan entre sus votantes. Porque ese tipo de espectáculo siempre ha generado desafección de buena parte de la ciudadanía.
Es que queda claro que “el PLD ya no es como antes”; cuando se exhibía como un modelo de corrección en todo, y encantaba a la clase media con su orden, unidad, disciplina y eficiencia.
Esas cualidades del otrora PLD, era conciencia, valores, que hacían hegemonía en gran parte de la sociedad. Expresaban la manera que sectores de clase media y alta querían fuera la sociedad.
Pero el PLD ha perdido ese plus.
Por menos de lo que sucede en el PLD, pudo Balaguer regresar al poder en 1986, aprovechando conflictos entre jorgeblanquistas y majlutistas, que se disputaban el control del PRD de entonces.
Y también por mucho menos, perdió el perredeísmo en 1990 la condición de principal fuerza electoral, cayendo a un tercer lugar teniendo de candidato a un líder de masas populares de la talla del Dr. Peña Gómez; mientras que un dirigente carismático como lo era Jacobo Majluta quedó en un lejano cuarto lugar; a causa de la disputa entre ambos.
Abre un paréntesis. En la historia nacional, ya en el siglo 19, aparece varias veces la ruptura entre jefes de un mismo grupo político que se disputan el poder. Báez y Santana, por caso. Y hasta el distanciamiento entre Gregorio Luperón y Lilís puede ser señalado como tal. A principios del siglo 20, la ruptura entre Horacio Vásquez y Juan Isidro Jiménez, entra en esa constante en la historia dominicana. Y en los años de 1970, aparece el rompimiento entre Joaquín Balaguer y Augusto Lora.
Si la historia, como al efecto, es ciencia que ayuda a orientar la actividad política, entonces hay que observar esa dimensión en el conflicto interno del PLD entre danilistas y leonelistas. Cierra el paréntesis.
En medio de todas estas vicisitudes, sucede el atentado a David Ortiz, que deja al gobierno mal parado; porque confirma en la conciencia colectiva que la inseguridad ciudadana ha desbordado los poderes públicos.
Y cuando todavía no se repone de este asunto, entonces aparece otra vez el fantasma Odebrecht, con una alforja de 39 millones de dólares en sobornos a funcionarios para el ya muy cuestionado proyecto de Punta Catalina.
El PLD está golpeado. Aunque hay que advertir otra vez, que no está rematado y que tiene en sus manos al Estado y la voluntad de usarlo con toda la desmesura que le sea necesaria para preservar ese control. Hay que rematarlo.
Se le puede ir preparando su "cuarto de hora".
Pero más que eso, hay que garantizar el sepulturero. Que además de llevarlo a la sepultura, le quite la condición de difunto en penas, y no se mantenga desandando como fantasma en la mente de los que le sustituyan, y a estos se les ocurra reeditar su modelo. Como sucedió con el trujillismo, y el mismo balaguerismo, que salieron del poder, pero sus fantasmas quedaron adheridos en las paredes del Palacio Nacional.
El sepulturero tiene que ir más allá del "quítate tú para ponerme yo", y para lograr eso, tiene que tener fuerzas suficientes para vencer al Estado; y en estos días del velorio, poner en relieve cuáles son sus propuestas de cambio y cómo gobernará.
Segundas partes nunca fueron buenas. Pero si de algo sirve a los fines del asunto de marras, vale la pena recordar que el Dr. Peña Gómez forjó el Acuerdo de Santo Domingo, que ha sido la coalición política más poderosa en la historia dominicana, y la hizo sobre cuatro pilares esenciales, a saber: 1.- La oposición de masas, en calles y plazas públicas reclamando las demandas políticas y sociales más sentidas; 2 – Un programa de cambios políticos y sociales democráticos, sintetizado en la idea de "Primero la gente", en el que la idea de la Constituyente por voto popular ocupaba un lugar cimero;
3.- La propuesta de "Gobierno compartido", con la cual se convocaba al interés por la gestión pública a los hombres y mujeres de la más alta calificación política, moral y técnico -profesional; y 4 – Una actitud unitaria, de consideración y respeto a las demás fuerzas políticas opositoras, a las que, grandes o pequeñas, se las valoró como portadoras de algo que aportar, así fueran ideas o la ética.
El sepulturero debe sepultar a un muerto muy pesado, y a sus fantasmas. Y cuidarse de que este no se valga del realismo mágico, y en los tres meses antes de las elecciones, haga uso de los recursos del Estado, construya un jauja y resucite.