Cuando cambias tu forma de ver las cosas, las cosas que ves cambian de forma.” –atribuido apócrifamente al premio Nobel de física, Max Planck

Es una necedad tildar a un país (o a un pueblo) de racista, o al menos la expresión carece de valor y es odiosa. Como dijera Mark Twain en otro contexto, “todas las generalizaciones son falsas, incluyendo esta”. Incluso decir que una persona es racista es menos objetivo que detallar las actitudes y acciones racistas de un individuo, pues así como pocas personas (si alguna) nunca en su vida tienen pensamientos odiosos, expresan actitudes negativas o toman decisiones destructivas en base a rasgos fenotípicos, asimismo pocos (aunque demasiados para nuestro gusto) individuos obran siempre en base a prejuicios étnicos. Todos los estereotipos son falsos, incluyendo la caricatura del racista. Hay un espectro racista muy amplio que va desde la ocasional mirada irrespetuosa de un individuo y la costumbre de hablar en términos despectivos del cabello característico de los afrodescendientes como “malo”,  hasta la violencia mortal repetitiva del Klu Klux Klan y la maquinaria de exterminación hitleriana.

Es más preciso decir que fulano “estuvo racista” en tal(es) o cual(es) ocasión(es), que decir que mengano “es racista” porque reaccionó con actitud racista ante una(s) coyuntura(s). Pocas personas siempre reflexionan antes de hablar; pocos individuos nunca razonan antes de actuar. Por tanto, pocos individuos nunca “están racistas”; y pocas personas siempre “están racistas”, que equivaldría a ser racistas. La mayoría de la gente refleja sus prejuicios culturales en ciertas circunstancias y ocasiones, y sin premeditación; mientras que en otros momentos compensa esa predisposición con reflexión y razonamiento para obrar con comedimiento. Lamentablemente, algunos individuos “están racistas” con alarmante frecuencia, y llegan al colmo de pretender justificar la discriminación  racial con sofismas. Aun peor, algunas personas no solo manifiestan sus prejuicios raciales y obran en consecuencia, sino que además incitan consuetudinariamente al odio y a la discriminación de individuos y grupos por sus rasgos y costumbres étnicas.

En algunos conglomerados humanos y en diferentes momentos históricos las manifestaciones de racismo son más frecuentes y agudas que en otros, casi siempre como consecuencia de la agitación sistematizada de demagogos. Incluso el racismo se ha apoderado momentáneamente del aparato del Estado en más de una ocasión, institucionalizando sistemas de discriminación como la segregación estadounidense de facilidades y servicios públicos y el apartheid sudafricano, y provocando horripilantes genocidios que solo los extremistas desquiciados osan negar. Precisamente por estas lecciones de la historia debemos permanecer vigilantes ante los brotes de histeria racista en cualquier lugar y momento, para contrarrestar sus efectos nefastos en el tejido social. Además, debemos asegurar que la educación ciudadana fomente la tolerancia y la aceptación de la diversidad como un pilar de la convivencia y la estabilidad sociales.

En el país vivimos actualmente un temporal de vientos racistas y nos incumbe alertar sobre el riesgo de no hacer nada ante su embate, o de lo contrario, ser corresponsables de las eventuales consecuencias de nuestra desidia. Muchos dominicanos combaten la idea de que somos un pueblo racista, y bien tienen razón según la explicación antes expuesta, pues todos los estereotipos son falsos, incluyendo el estereotipo del dominicano racista. La realidad es que muchos dominicanos “estamos racistas” en un momento u otro, pero oscilando usualmente dentro del espectro bajo del racismo. Mas consolarse con el mayor malestar de otros no es de sabios, como no lo es el codiciar el bienestar del vecino. Una minoría numerosa de dominicanos pasa en la actualidad por un período en la franja alta del espectro racista, agitados o incluso agitando contra los “haitianos”, y debemos evitar ser arrastrados por esa peligrosa corriente. No controlar el gesto altanero y el acostumbrado vocabulario despectivo en referencia a rasgos raciales o costumbres étnicas es equivalente a alimentar el vendaval racista.  Negando que somos racistas, sin reconocer que en ocasiones “estamos racistas”,  abrimos paso a los que “están racistas” casi todo el tiempo y quieren arrastrarnos a seguirle la corriente. Escudarnos en el argumento de que históricamente “estamos” menos racistas que los sureños estadounidenses es otra generalización falsa que no resuelve absolutamente nada; al contrario nos hace potenciales cómplices de un eventual escalamiento del racismo, como ha ocurrido en Myanmar, donde ante la mirada atónita del mundo se produce el genocidio de los rohinyás en pleno siglo XXI.