En „TODAS IBAMOS A SER REINAS", poema de la insigne poeta chilena Gabriela Mistral, pensamos desde el principio en un tema o cuento infantil, de hadas, de personajes extraordinarios y seres maravillosos y regido por soberanos que nos sumergen de plano en el mundo de lo mágico, lo majestuoso, lo espléndido y naturalmente nos conduce al mito.
El título nos prepara, de antemano, para una historia en la que debido a algún obstáculo algo no ocurrió como se esperaba. Es decir, de una manera hábil se anuncia que un inconveniente impidió el desarrollo natural de algo, específicamente el hecho de llegar al grado de reina y esto crea un interés y suspenso en la „narración" ¿Qué pasó?, ¿Por qué no llegaron a ser soberanas?, ¿Quién tuvo que ver en todo ello?
El nombre mismo del „poema- relato" justifica o crea la necesidad de una relación y de su esclarecimiento. Veamos. Aquí, como sucede en la ficción, se presentan a los personajes que actúan: Rosalía, Efigenia, Lucila, Soledad. Esta vez no se habla de ellas en el orden de aparición en el texto sino que se elige una estructura como de quiasmo o entrecruzamiento lo que nos hace pensar y anuncian ya los cruces y „enredos" que quizás se sucederán luego en otro plano, los que acontecerán en la vida de las jóvenes que les impedirán alcanzar sus ambiciones y deseos.
Hay, por otra parte una simetría en el hecho de que sean cuatro las reinas lo mismo que los reinos y las estrofas, compuestas todas de cuatro versos. En dichos cuartetos riman en asonancia aguda los segundos versos con los cuartos, sirviéndose siempre de la misma vocal abierta la „a" dilatada y evocadora del mar que muy bien se apropia al panorama en cuestión ya que se trata, en nuestro caso, de „cuatro reinos sobre el mar".
Se nos informa sobre el lugar de orígen de las figuras de la „narración" del que se describe un tanto su geografía. Ello muestra el apegamiento, el arraigo, el nexo profundo que unieron a la autora con su naturaleza, específicamente con su tierra natal, con sus propias raíces, con su paisaje, pues sabemos que nació en este Valle de Elqui, que aparece mencionado dos veces en el texto: „En el Valle de Elqui, ceñido de cien montañas". No creemos que hayan sido escogidos al azar los términos que de alguna manera tienen relación con el mundo fantástico de los cuentos de reinados. Veamos: „ceñido" que podría evocar la corona que confiere al que la lleva la dignidad de soberano o rey; „ofrendas o tributos" que está también en consonancia con el universo de la realeza; "rojo y azafrán" que nos hace pensar en el color y en el vestuario de los reyes y de la nobleza.
El hecho de que nuestras protagonistas procedan de un valle rodeado por altas cumbres que les impiden descubrir el mar, les lleva a soñar o idealizar esta realidad tan extraordinaria como magnífica, imaginando que es lo más grande y poderoso, ambicionando en sus mentes de niñas alcanzar este bien como el más codiciado tesoro sobre todo porque hasta ahora no habían tenido acceso a él:
„Lo decíamos embriagadas,/ (…) que seríamos todas reinas/ y llegaríamos al mar./ Con las trenzas de los siete años,/ y batas claras de percal,"
De la infancia se evoca el entusiasmo, la emoción, la fascinación que algún objeto o idea puede despertar en los críos: „Lo decíamos embriagadas"; la inocencia y la pureza: "batas claras", el aspecto típico que presentan las niñas debido al peinado: „las trenzas de los siete años". La exageración y la fantasía infantil que no tiene límites: „ (…) los cuatro reinos, decíamos, (…) que por grandes y por cabales/ alcanzarían hasta el mar" y también cuando expresan con extremosidad y desproporción: „ Y de ser grandes nuestros reinos/ ellos tendrían, sin faltar (…) todos los frutos/ árbol de leche, árbol del pan"; los sueños e ilusiones propio de las niñas que sueñan con príncipes azules o maridos excepcionales y fuera de lo común: „cuatro esposos desposarían (…) y eran reyes y cantadores".
La hábil creadora chilena elige entonces el centro de la „historia" para revelarnos lo acaecido, la realidad que se impone rompiendo los sueños de aquellos candorosos seres, borrando para siempre la realización de sus expectativas. La conjunción „pero" viene para introducir la dificultad en la concretización de algo, por ello se nos confiesa con desaliento: „pero ninguna ha sido reina/ ni en Arauco ni en Copán…"
Se nos refiere lo acontecido con cada una de ellas. De todas maneras muy alejado de lo que esperaban o aspiraban. En primer lugar se nos indica la tragedia de Rosalía quien eligió por marido a un un marino, osea un hombre relacionado íntimamente con el mar, pero que fue víctima precisamente del coloso azul. Las pequeñas con su candidez e inexperiencia no habían previsto „la otra parte de la moneda", la segunda posibilidad en la que estamos envueltos de alguna manera todos. Me refiero que detrás de lo aparententemente más limpio, simple y suave se puede esconder una tragedia impredescible que se traga de una vez y por todas tus más inofensivos sueños:
"Rosalía besó marino (…) y al besador/ (…) se lo comió la tempestad. "
Soledad vió malogrado su esperanza ya que le tocó ocuparse de sus propios hermanos. Lo más triste y conmovedor quizás fue el hecho de consagrarse a los hijos precisamente de otras „reinas" pues a ella misma le fue negado este privilegio puesto que no alcanzó la maternidad. Esta mujer absorbida por completo en los afanes y desvelos de tutora ni siquiera tuvo la posibilidad de presenciar el ancho mar, de ahí su honda desilución:
„Soledad crió siete hermanos/ y su sangre dejó en su pan,/ y sus ojos quedaron negros de no haber visto nunca el mar./ (…) mece los hijos de otras reinas/ y los suyos nunca jamás."
De Efigenia es, en realidad, de quien menos sabemos. La capa de la „sombra" se encarga de encubrir su destino. Se nos dice simplemente que se vinculó con un extranjero a quien decidió seguir por el sólo hecho de tener semejanza con el mar, suponemos naturalmente que el tono de sus ojos era azul. Evidentemente el hecho de decidirse a seguir a alguien por el sólo parecido físico que tiene con otra realidad nos hace pensar en una acción incauta, ingenua, infantil y, por lo tanto, conjeturamos que su situación final no fue ni de ventura ni de bienestar:
„Efigenia cruzó extranjero/ (…) le siguió, sin saberle nombre,/ porque el hombre parece el mar."
La última de las doncellas, Lucila, lleva el mismo nombre de nuestra creadora, y creemos que lo hace así puesto que está refiriendo parte de su propia biografía y frustración. Empero al emplear la tercera persona busca crear un distanciamiento con respecto a su propia historia, pues sabemos que Gabriela no tuvo ni esposo ni hijos y que abrazó la poesía como su más preciado bien, entregándose a ella por entero. En la composición se habla de la actividad lírica haciendo alusión al proceder distraído y contemplativo, al carácter enajenado y a veces de delirio de los poetas atrapados en los vientos de la inspiración. En todos los casos sentimos una maternidad malograda:
„Y Lucila que hablaba a río,/ a montaña y cañaveral,/ en las lunas de la locura/recibió reino de verdad/ (…) en los ríos ha visto esposos".
El poema concluye haciendo de nuevo alusión al punto de inicio, se retorna de nuevo al orígen de la „narración", se nos remite al pasado cuando todo estaba abierto a las múltiples posibilidades. Y creo que la escritora quiere precisamente destacar el contraste entre lo que queremos, soñamos y esperamos y el poderío de la realidad categórica y tajante que viene para deteriorar las más cándidas ilusiones. Para concluir, se alude al paso del tiempo, al peso del futuro que trajo consigo otras jóvenes que se empeñan, en el arrebato de su inocencia, en ambicionar „grandes cosas" lo mismo que las anteriores. El hecho de relanzar de nuevo el tema a la situación del principio nos hace pensar en el eterno retorno de los hechos, en la idea de la vida como repetición infatigable de una única y misma historia.
TODAS IBAMOS A SER REINAS
Todas íbamos a ser reinas,
de cuatro reinos sobre el mar:
Rosalía con Efigenia
y Lucila con Soledad.
En el Valle de Elqui, ceñido
de cien montañas o de más,
que como ofrendas o tributos
arden en rojo y azafrán.
Lo decíamos embriagadas,
y lo tuvimos por verdad,
que seríamos todas reinas
y llegaríamos al mar.
Con las trenzas de los siete años,
y batas claras de percal,
persiguiendo tordos huidos
en la sombra del higueral.
De los cuatros reinos, decíamos,
indudables como el Corán,
que por grandes y por cabales
alcanzarían hasta el mar.
Cuatro esposos desposarían,
por el tiempo de desposar,
y eran reyes y cantadores
como David, rey de Judá.
Y de ser grandes nuestros reinos,
ellos tendrían, sin faltar,
mares verdes, mares de algas,
y el ave loca del faisán.
Y de tener todos los frutos,
árbol de leche, árbol del pan,
el guayacán no cortaríamos
ni morderíamos metal.
Todas íbamos a ser reinas,
y de verídico reinar;
pero ninguna ha sido reina
ni en Arauco ni en Copán…
Rosalía besó marino
ya desposado con el mar,
y al besador, en las Guaitecas,
se lo comió la tempestad.
Soledad crió siete hermanos
y su sangre dejó en su pan,
y sus ojos quedaron negros
de no haber visto nunca el mar.
En las viñas de Montegrande,
con su puro seno candeal,
mece los hijos de otras reinas
y los suyos nunca jamás.
Efigenia cruzó extranjero
en las rutas, y sin hablar,
le siguió, sin saberle nombre,
porque el hombre parece el mar.
Y Lucila, que hablaba a río,
a montaña y cañaveral,
en las lunas de la locura
recibió reino de verdad.
En las nubes contó diez hijos
y en los salares su reinar,
en los ríos ha visto esposos
y su manto en la tempestad.
Pero en el Valle de Elqui, donde
son cien montañas o más,
cantan las otras que vinieron
y las que vienen cantarán:
"En la tierra seremos reinas,
y de verídico reinar
y siendo grandes nuestros reinos,
llegaremos todas al mar."