“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios (Juan 1: 1-4)”. Así comienza uno de los libros más profundos de la Biblia, que expresa la importancia de la palabra, la trascendencia de nombrar, designar. El mundo son palabras. La palabra nombra y al nombrar, ordena, crea un universo, extraído del caos de lo innombrado. Ocurre, a veces, sin embargo, como señala Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, que el mundo estaba ahí, que es “tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.

Es lo que le ocurrió a Alexis de Tocqueville cuando fue a Estados Unidos y encontró la democracia y una sociedad tan reciente y diferente a la europea que no le quedo otro camino que plasmar su asombro en La democracia en América en los siguientes términos:

“Creo que el tipo de opresión que amenaza a las naciones democráticas es diferente de cualquier cosa que jamás haya existido en el mundo: nuestros contemporáneos no encontrarán ningún prototipo de él en su memoria. Yo mismo estoy tratando de elegir una denominación que exprese adecuadamente la idea completa que me he hecho de él, pero es en vano: las viejas palabras ‘despotismo’ y ‘tiranía’ son inapropiadas, la cosa en sí misma es nueva, y desde el momento en que no puedo nombrarla, debo intentar definirla. Intento trazar los nuevos rasgos con los cuales el despotismo puede aparecer en el mundo. La primera cosa que llama la atención del observador es una innumerable multitud de hombres, todos iguales y similares, esforzándose incesantemente por procurarse los insignificantes y mezquinos placeres con los cuales sacian sus vidas. Cada uno de ellos, al vivir separado, es como un extraño respecto del destino de los demás, pues sus hijos y sus amigos personales constituyen para él la totalidad de la humanidad. En cuanto al resto de sus conciudadanos, está junto a ellos, pero no los ve; los toca, pero no los siente, y si bien sigue manteniendo vínculos con sus parientes, se puede decir que en todo sentido ha perdido a su país.

“Sobre esta raza de hombres se yergue un poder inmenso y tutelar, el cual asume por sí mismo la tarea de garantizar sus gratificaciones y cuidar de su suerte. Ese poder es absoluto, minucioso, regular, providente y blando. Sería como la autoridad de un padre si, al igual que dicha autoridad, su propósito fuera preparar a los hombres para la madurez; pero, por el contrario, se propone mantenerlos en una infancia perpetua: está muy satisfecho de que el pueblo se regocije, siempre que no piense más que en regocijarse. Para su felicidad es que dicho gobierno trabaja de buen grado, pero elige ser el único agente y el único árbitro de esa felicidad: se ocupa de su seguridad, prevé y cubre sus necesidades, facilita sus placeres, se hace cargo de sus preocupaciones principales, dirige su industria, regula la transmisión de la propiedad y subdivide sus herencias”.

Este régimen -que ahora reina, mucho más vigorosa, total e imperceptiblemente que antes, sobre la multitud domesticada, que “no tiraniza, sino que oprime, enerva, extingue y estupidiza al pueblo”, que, en base a la extendida igualdad, ha ablandado su voluntad colectiva, pues es compuesto de individuos que se explotan a si mismos, por lo que “ya no hay contra quien dirigir la revolución, [pues] no hay otros de donde provenga la represión” (Byung-Chul Han)-, no presupone necesariamente un Estado como pensaba Tocqueville y George Orwell en 1984. El Gran Hermano puede consistir en lo que la economista y filósofa Shoshana Zuboff llama el "capitalismo de la vigilancia", en donde las experiencias de los usuarios de internet se convierten vía los algoritmos en datos que permiten a las megacorporaciones globales adelantarse a y beneficiarse económicamente de sus comportamientos futuros. Este régimen de redes sociales, en donde, como bien afirma Gianni Vatimo, “las nuevas tecnologías son un sistema de control, no de información”, es un “dispositivo” que, para decirlo con Michel Foucault, “nos hace creer que en él reside nuestra liberación”. ¿Cómo llamar a este sistema, a "un régimen que combina la democracia de muy baja intensidad con dictaduras plurales en las relaciones sociales, económicas y culturales" (Boaventura de Sousa Santos)? ¿Fascismo? ¿Populismo? Como decía Tocqueville, “las viejas palabras son inapropiadas, la cosa en sí misma es nueva, y desde el momento en que no puedo nombrarla, debo intentar definirla”.