Mi estadía en Nueva York no fue breve. El tiempo dirá otra cosa pero para esa temporada de mi vida el tiempo no es la medida. Sé que es una contradicción pero reitero: el cálculo de lo que allí pasó, de cómo esa travesía tocó mi vida, no puede ni debe ser enmarcada en mapas ni calendarios. Y menciono la cartografía ya que si tú me preguntas dónde queda tal cosa en Nueva York, yo nos perdería porque si bien no puedo medir la estancia en tiempo, tampoco puedo aferrarme a precisiones callejeras. En fin, que Nueva York para mí son libros, besos, tardes, Reinaldo Arenas, teatro, vino blanco y copos de nieve cayendo a la italiana por entre las horas más amarillas de la luz. Eso, y claro está, dos libros de la Editorial Bangó: Su[b]versión, de Mónica Volonteri y Adagio Cornuto, de Alexis Gómez-Rosa.
El gran monstruo rosa divino entra en mi aura porque hace días escribimos sobre la partida del inmenso Vitico. Llamamos a la muerte. Llamamos la muerte. Invocamos ese subterfugio de contradicciones. Cuando me enteré de la muerte de Alexis, hará ya un tiempo, pues me refugié en ese monstruo rosa divino de las cosas. Mis roces con Alexis fueron varios y entre ellos cruzan y se entrelazan ciudades, momentos, mañanas, sonrisas y miserias. Uno de los escritores que más me quiso, sin duda, y cuando supe de su muerte no me atreví, no me salió decir nada. En esta mañana de virus y quiniela, pronuncio tu nombre, gran monstruo rosa divino, utilizando la palabra bastón para llegar al material rosa divino de las cosas.
Adagio Cornuto es lo que Megan van Nerissing llamaría un libro inteligente. Se redondea, dejando claro (simple, más no fácil) un camino para su lectura. Está escrito para las interrupciones; digamos que es un texto que se esfuerza en el obstáculo y no en el espectáculo. El poemario enamora de entrada por su aspecto físico (esos libros pequeños de Bangó, artesanales, cartoneros antes de la fiebre cartonera…) He aquí un poco de la magia del gran monstruo rosa divino, “En primer lugar, sus piernas, un ojo después, se puede leer la decoración safari de un tramo de la casa. De madera, de piedras, de espejos, no existe aquí lugar que ignore su bizarro vivir, colindante del cielo y la tierra, elocuente como el fuego”.
Esta poesía quiere enfrentar a la hembra y el macho en una amalgama euléxica, ambiciosa, medular y perversa. Con esos cuerpos opuestos ya mezclados mediante alquimias del verbo, se consigue una entidad dramática, o lo que en palabras de Louis Althusser conocemos como La interrogación de la filosofía de la que somos herederos. Podemos decir que se trata de la búsqueda de un cuerpo mutante, ya que solo a través de un constante efecto crisálida los cuerpos heridos pueden adaptarse, moverse, resistir. Dicho esto, leemos Adagio Cornuto como un delicioso balbuceo realizado a la lumbre de la creación, es decir, el texto antes que el texto fuera cuerpo.
Contexto: “Mi camino arrastro, su lectura: describe los pasos perdidos en el desierto de mis días. Insomne, un círculo de piedra me contiene el círculo de papel, guarda las inscripciones que inspira la sangre y la vida enmarca sus peregrinaciones […] ella regresa hilvanando puertos y calles al paisaje que la memoria incendia”.
Contesto: hay mucho fuego en este libro, claro está. Porque el choque de los contrarios, al menos en el Caribe, da candela por todos los lados. Y eso lo sabe bien Alexis, quien vive frente al lugar ancestral en donde Ozama y Caribe se entregan o se roban. ¿Cómo no quieren que sea un exagerado, si su propia geografía justifica sus locuras, sus entregas desmedidas a la poesía, a los cuerpos entrechocados, al virginal sonido de la arena de su propia ciudad, al amparo del sobaco de Montesinos (el que lleva la fuerza del bostezo)?
Vuelvo al Adagio como quien vuelve siempre al amor: “Saltaste del banco para inaugurar el día: árboles, piedras, rocío, lagartos, imponiendo tu nombre a las cosas más allá de su oculto sentido, únicamente las horas te lo revelan en su galope invertebrado. Unos pasos, tu cuerpo, unos pasos arrepentidos, exornan la entrega de tu iluminación más definida: suelta tu lengua y pantera en el altar de los sacrificios”.
Alexis es un escritor atrevido con los verbos. Hay que leerlo más. Que hacen falta libros de él no es excusa, ya que el tíguere dejó un rastro de alpiste literario muy visible para que le cayeran atrás. El gran monstruo rosa divino es un escritor de vanguardias en todo el sentido. Pienso en él y en la boca me queda un sabor a Enriquillo Sánchez, Hilma Contreras, Chiqui Vicioso; cierro los ojos y sueño con él (por eso escribo este exordio, esta entrada para la Fortaleza de las palabras: una especie de máquina, de servidor, de ordenador, en donde se generan narrativas febriles, atolondradas, sujetas a la realidad por cosas muy frágiles, y antiguas).