Tláloc es una divinidad adorada por los aztecas y por toda Mesoamérica, como dios de “los relámpagos y rayos, las tempestades del agua y los peligros de los ríos y del mar”. El monte Tláloc, de 4,120 metros de altura en la Sierra Nevada posee en su cima un santuario dedicado a esta deidad. Múltiples iconografías como pinturas en murales, esculturas, bajorrelieves y códices han simbolizado a Tláloc siendo su imagen más conocida una escultura llamada el “Monolito de Tláloc” de 7 metros de altura con peso de 168 toneladas, ubicada en las afueras del Museo Nacional de Antropología de México, monumental obra del genial arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, de renombre mundial. La segunda capilla de la Gran Pirámide de la capital azteca, Tenochtitlán estaba dedicada a Tláloc, reverenciado por su condición de “proveedor” pues con lluvia oportuna favorecía abundantes cosechas. Desde antes de la era cristiana se le atribuye a Tláloc “la eclosión, el brote, el verdor, el florecimiento y el crecimiento del árbol, de la yerba, del maíz”, por lo que era “El Dador”.
El monolito de Tláloc se encontraba originalmente en el poblado de Coatlinchán a 55 kilómetros de Ciudad de México y, a pesar de que habían aceptado su traslado, a última hora los habitantes se rebelaron furiosamente para impedir la remoción de la escultura, cuando ya estaba montada en la plataforma que la llevaría a la capital. Poncharon las 74 llantas del remolque y el democrático presidente Adolfo López Mateos ordenó al ejército ocupar el pueblo “manu militari” y escoltar el periplo hasta el destinado museo. El 16 de Abril de 1964 Tláloc, “Dios de la Lluvia” llegó a Ciudad de México para ser colocado en su pedestal de honor. Con su ira demostró su poder sobre los elementos provocando una copiosa lluvia, atípica en primavera, que inundó gran parte de la ciudad pero “en ningún momento cayó agua sobre el monolito; llovió adelante y detrás de la deidad, pero nunca sobre el convoy en marcha”. Como desagravio, en el centro de Coatlinchán se colocó una réplica de Tláloc y así el poblado se convirtió en atractivo turístico.
Nuestro país es tierra de primicias: aquí se construyó la primera catedral, se fundó la primera universidad y se hizo el primer pronunciamiento a favor de los derechos humanos, con el famoso Sermón de Fray Antón de Montesinos inspirado por el superior de los Dominicos, Fray Pedro de Córdoba, pronunciado en Diciembre 21 del 1511 el cuarto domingo de adviento, hará mañana 508 años. Montesinos denunció “las encomiendas” para repartir los indios como esclavos y condenó a los encomenderos: “Todos están en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranías que usáis con estas inocentes gentes”… “¿Éstos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís?”… Bartolomé de las Casas, que había llegado al Nuevo Mundo como encomendero reseñó el sermón en su “Historia de las Indias”. Después de escucharlo decidió hacerse sacerdote y se convirtió en uno de los grandes defensores de nuestros pobladores originales.
Al final del adviento, previo a la celebración del nacimiento de Jesús, reseñamos la historia de Tláloc porque nuestro Monumento a Montesinos fue una donación de México, poniendo de manifiesto su solidaridad con los derechos humanos que surgieron a partir del “derecho de gentes” motivado por el Sermón. La estatua de Montesinos fue obra del famoso escultor Antonio Castellanos Basich y el diseño del monumento fue encargado al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez. Así pues, Tláloc tiene su monolito en la entrada del Museo Nacional de Antropología y la estatua de Montesinos está asentada en la azotea de su emblemático Monumento, siendo ambas construcciones frutos del talento de Ramírez Vázquez. Pudiéramos plantear que, igual a lo que hizo con Josué en Jericó, nuestro Dios monoteísta dio poderes a Tláloc para que, con su ira por ser removido de su emplazamiento original, provocara una tormenta que hizo colapsar gran parte de Ciudad México siendo esa protesta consistente con la denuncia de Montesinos, primer grito libertario que condenó el sistema esclavista y germen de la teología de la liberación. Tuvimos el honor de asistir en 1982 a la inauguración del Monumento a Montesinos, consagrado con un discurso del Presidente de México, José López Portillo, bien escrito y mejor leído.
En una sesión privada nos correspondió solicitarle que México nos comprara azúcar bajo condiciones preferenciales y, con hidalguía, el Presidente nos señaló que a pesar de su simpatía con la medida y no obstante sus solidarias intenciones, él no podía comprometer al estado azteca tomando decisiones que podían aplazarse, y que debían ser tomadas por su sucesor, porque ya estaba en días finales de su mandato. La Alcaldía del DN, con asesoría mexicana, rescató la Plaza Montesinos, después de décadas de abandono. ¡Feliz Navidad!