Titular es un arte fantástico. El talento narrativo de ciertos autores para encontrar nombres a sus obras, es en sí mismo un trabajo creativo. Además de englobar su contenido, con solo nombrarlas a posteriori, significan al lector o la audiencia un cambio de paradigma en su pensamiento. Cada quien tiene sus favoritos. Invité a mi mente a dispararme apenas diez títulos inolvidables, de esos que he nombrado para explicar algo.
- Lolita (1955) llegó de primera. Esta novela de Vladimir Nabokov, luego hecha película en 1962 por Stanley Kubrick, han hecho que ese apelativo de mujer dejare de ser tan solo el diminutivo de Dolores para designar un gran dilema. ¿Sobrevivirá el valor artístico de Lolita como reflejo de un hecho social cierto en el corazón del siglo XX, o triunfará el reclamo del Movimiento Metoo, que la acusa de justificar el amor de un hombre maduro por una niña?
- En contraste, la siguiente en que pensé fue La noche de las narices frías, título que se le dio en castellano a 101 Dalmatians (1961) historia de la autoría original de Bill Peet, cuando la conocí en mi niñez. Su remake de 1996, llegó cuando era madre de pequeños con los que en las noches veíamos en videocasetes esa y otras películas de Disney. El título frisa en mi imaginario la dulce edad de la inocencia. La infancia es como una noche helada y fugaz que conjunta aventura, dulzura, amores materno, fraterno y filial, así como un poquito de suspenso candoroso por lo que vendrá.
- Hombre mirando al sudeste (1986) guion y película del argentino Eliseo Subiela, resume el desconcierto de la humanidad ante realidades que cada vez más parecen estados ficcionales. Todavía cuesta entender, por ejemplo, la cotidianidad con la que hablamos del cambio climático, como si tuviéramos otro sitio para donde ir cuando terminemos con este. Hoy todos somos un poco como Rantés (Hugo Soto), ese hombre de mirada perdida.
- ¿Sueñan los androides con ovejas electrónicas? (1968) de Philip K. Dick, nacido en Chicago, EE. UU., es un título que por el contrario, invita a la esperanza. A la pregunta, como optimista perpetua que soy desde que vi Blade Runner dirigida por el británico Ridley Scott en 1982 respondo afirmativamente: claro que sí. Por supuesto que los androides soñarán como nosotros (o en lugar de nosotros) con todo lo que anhelen. Roy Batty (Rutger Hauer) me convenció. Blade Runner – Final scene, "Tears in Rain" Monologue (HD) – YouTube.
- Una habitación propia (1929) ensayo de la escritora inglesa Virginia Woolf, es una declaratoria de libertad innegociable. Aunque la opresión insista, construir ese espacio físico/virtual en su mente, es todo cuanto una mujer necesita para mantenerse en actitud de lucha.
- Para explicar de dónde proviene el pensamiento mágico detrás del título de la película Things to do in Denver when you’re dead. (1995) (Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto del estadounidense Scott Rosenberg, bastaría con decir:
- Pedro Páramo (1955), novela corta del jalisciense Juan Rulfo, sin nada que agregar.
- Sé lo que hiciste el pasado verano (1997). Su adaptación al cine debió ser una película de hitchconiana o del buen Billy Wilder. La novelista Lois Duncan (1934-2016), nacida en Sarasota, Florida, al escribir esa novela en 1973, parece haber tenido en sus manos este apunte del argentino Jorge Luis Borges:
“A falta de otras gracias que lo asistan, el cuento policial puede ser puramente policial. Puede prescindir de aventuras, de paisajes, de diálogos y hasta de caracteres, puede limitarse a un problema, y a la iluminación de un problema”.
- Everything is illuminated (by the light coming from the past) Todo está iluminado (por la luz que viene del pasado), novela de Jonathan Safran Foer (2002), y, guion para cine de Liev Schreiber (2005), además de una verdad astrofísica, es el título de una pequeña gran historia que honra a antepasados. Los autores estadounidenses definen una gran manía de quien escribe por descubrir en el pasado olvidado de nuestra familia e historia social, lecciones que nunca debimos olvidar.
- Y finalmente, mi título favorito, en el que pienso, y hasta digo a veces en voz alta muy seguido, al enfrentar el dolor; y que, desde que en empezó este moridero que llamamos 2020-2021, parece instalada en mi cabeza: Solo cuando me río (1981) de Neil Simon, dramaturgia y escritura para una película.
Este título es una línea en la historia. La ofrece como respuesta el personaje principal, Georgia (Marsha Mason), una actriz de teatro en el intento de reconstruir una relación con su hija veinteañera Polly (Kristy McNichol) luego de muchos años.
En un momento cumbre de la comedia dramática en el tercer y último acto, la hija le pregunta a la madre tirada en el piso luego de una complicada discusión entre ellas, ¿te duele?
La pregunta no se limita a si la caída le había causado daño. Las dos mujeres, justo en ese instante, enfrentan los demonios de su relación. La pregunta de Polly abarca todo aquello de lo que su madre Georgia, con quien está a punto de resolver conflictos, pudo haber sentido mientras su relación se mantuvo disfuncional.
Georgia responde a la pregunta de la hija, ¿te duele? con el relato del soldado atravesado por una espada en el diafragma: Solo cuando me río.
Detrás de nuestras risas y alegrías de estos días inusuales hay algo invisible y punzante que atraviesa nuestro interior. Aunque no nos impide mantener una apariencia de naturalidad, un sable angustiante nos lacera por dentro.
Si no han visto la fantástica comedia dramática de situación de Neil Simon (1927-2018), prolijo dramaturgo nacido en el Bronx, la recomiendo. Está protagonizada por la oscarizada Mason y la entonces joven actriz McNichol, Emmy por su rol juvenil en serie televisiva setentera La Familia.