Cuenta Juan Villoro que en su legendario taller, Monterroso los invitaba a dudar de la perfección. Si advertían una prosa demasiado correcta, había que mejorarla con algún defecto para darle un toque más natural.
El guatemalteco –nacido en Honduras en 1921 y afincado en la capital mexicana– conjugó con maestría ambas virtudes y para ello no necesitó de clases ni diplomas, su universidad fueron los clásicos de la Biblioteca Nacional, adonde llegaba cada tarde después de trabajar en una carnicería (no como carnicero sino como ayudante del contador). En aquel tiempo, intercalaba la lectura con la oposición al dictador Jorge Ubico, actitud que lo obligó a exiliarse en México.
Más tarde, durante el mandato de Jacobo Arbenz fungió como diplomático tanto en México como en Bolivia, donde lo sorprende el golpe militar orquestado por Estados Unidos contra aquel gobierno democrático; entonces volverá a refugiarse en Chile, donde conocerá, entre otros, a Neruda.
El 7 de febrero de 2003 lo sorprendió la muerte; esta triste efeméride nos da el pretexto para recordarlo. Tito –como lo llamaban sus amigos– dominaba la concisión, tarea en apariencia sencilla. A él le debemos el relato más breve de la literatura en español, El dinosaurio, publicado por primera vez en el 59:
« Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí ».
El texto consta de siete palabras, lo cual no ha sido obstáculo para que académicos y especialistas llenen páginas y páginas para tratar de vislumbrar dónde y con quién estaba; quién se había despertado; cuánto había dormido; por qué seguía allí, etc. Por otro lado, en México el texto se leyó como una crítica al sistema político y al partido del gobierno que allí seguía (o mejor dicho allí sigue) desde 1929…
Igualmente, el dinosaurio ha sido incluido en numerosas antologías del cuento corto en España, Argentina e Italia y ha inspirado incluso otros microtextos, como el de José de la Colina, La culta dama, quien dice que la obra es una delicia: « ya estoy leyéndolo ».
Por otro lado, en la fábula El zorro es más sabio, se solidariza con su amigo Juan Rulfo, quien, como se sabe, dejó de escribir una vez publicados sus dos libros titánicos, El llano en llamas y Pedro Páramo:
« Pasaron los años y no publicaba otra cosa. Pero los demás empezaron a murmurar y a repetir “¿Qué pasa con el Zorro?”, y cuando lo encontraban en los cocteles puntualmente se le acercaban a decirle tiene usted que publicar más. Pero si ya he publicado dos libros -respondía él con cansancio. -Y muy buenos -le contestaban-; por eso mismo tiene usted que publicar otro. El Zorro no lo decía, pero pensaba: “En realidad lo que estos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer.” Y no lo hizo ».
Su obra mereció múltiples reconocimientos, como el Premio Xavier Villaurrutia, por Antología personal (1975); Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances (1996); Premio Nacional de Literatura "Miguel Ángel Asturias" y, quizás el más importante, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en el año 2000, que reconocía su fructífera carrera. Además, desde 1993 formó parte de la Academia Guatemalteca de la Lengua.
Otro ejemplo de humor, brillantez y brevedad es Fecundidad: « Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea», relato que, diría en alguna entrevista (con una sonrisa traviesa) podría ser su autobiografía.
Hay otro cuento que quisiera referir, La cena, en el que un grupo de escritores latinoamericanos se reúnen en París, a la que también asiste Kafka:
« A las diez de la noche (…) nos encontrábamos ya todos reunidos, menos Franz, quien había dicho que antes de llegar pasaría a recoger una tortuga que deseaba obsequiarme (…) A la una llamó para pedir que lo disculpáramos, que había estado tocando en el número 8 y que nadie había abierto (…) y que ya se había dado cuenta de que el número de la casa no era el 8 sino el 8 bis. ».
A diferencia de El dinosaurio (que sigue allí) en este relato lo permanente es la ausencia de Franz Kafka; una especie de guiño-homenaje al Godot de Beckett con tortuga incluida.
Al recibir el Príncipe de Asturias dijo que aprendió a ser breve leyendo a Proust y seguramente el lector aprendió a pensar con sus relatos, no por escuetos menos profundos. A quince años de su muerte, obvio decirlo, la obra de Tito todavía sigue allí, allá y acullá…