René Rodriguesoriano es un escritor multinteresado. En Betún melancolía* reúne cuatro colecciones de textos que retan géneros y clasificaciones. Esta reflexión crítica establece analogías en la línea creativa del autor. Aclaro que Betún es una publicación del 2008. Las más recientes publicaciones del autor son El nombre olvidado, publicado por Ediciones Callejón en Puerto Rico y Nave sorda, publicado por Medio Siglo con una introducción de Fernando Valerio Holguín. Escribí un texto titulado Conjugar la memoria** en relación a su libro del 2013, Solo de flauta, publicado por Alfaguara.

Es bueno regresar a los autores queridos antes de entrar a sus nuevas propuestas. Además, entiendo que Betún melancolía es un referente importante en la obra de este René, de escritura tan brava y querida.

intro/entre cronopios Cuando empecé con Rodriguesoriano tuve problemas con la forma en que asediaba el universo Julio Cortázar. Relecturas más tarde entendí que funcionaba como un contra reflejo: no un juego de puro calco enamorado sino de maniobra, de cuestionar el funcionamiento. Voy a plantear un par de ideas aquí pero les adelanto que si quieren ahondar sobre esta cuentística, los hombres para esto son, por un lado: el profesor Miguel Ángel Fornerín y por el otro lado Carlos Ardavín. Ellos han trabajado los cuentos de Rodriguesoriano como nadie.

Quiero hablarles del juego, que funciona como motivación principal… con esto no quiero decir que existan escritores más o menos serios, no. Juego aquí no es distracción sino mecanismo. Textos que buscan funcionar sobre la propia literatura. Rodríguesoriano se aleja de la acepción de solaz y recreo; reitero que juego es combinación, movimiento y articulación de elementos para generar algo.

“Todos los juegos el juego” es el primer título de la tetralogía que compone Betún. Es un acto premeditado de reflejar el texto de Cortázar. Curiosamente, la edición de Todos los fuegos el fuego de la Editorial Sudamericana, de 1968, exhibe un diseño de portada a manera de reflejo al revés. Desde aquí surge la idea de analizar esta intención mimética, esto es, la articulación del reflejo. ¿Qué devuelve el espejo?

Incluso si el autor repitiera, calcara, los textos del argentino, el resultado sería una historia diferente. Sería su historia. Recordemos a otro argentino que hemos estado mencionando: para Borges los espejos, las repeticiones y sus consecuencias encierran enigmas. Dijo él, palabras más o menos, que los espejos y la cópula eran abominables. Les recomiendo que relean uno de sus cuentos infames, “El tintorero enmascarado Hákim de Merv” o “El poeta velado”. Añado aquí que esta metáfora de la copia como calistenia, con el tiempo, me gusta más asociarla a Pierre Menard.

La acotación Todos/los juegos/el juego es una forma muy seria de cuestionar el alcance de los géneros. Lo que en la forma se presenta como narración, se contradice en el fondo, ya que, si se toma parte de un párrafo y se reorganiza en versos, se tiene: Hurgaba / sin tregua / manoseaba / hasta que el alba en pleno / me desgarró las sombras.

¿Quién decide si esto es poesía o no? ¿El autor, el lector, la academia? Frank Báez presentó Solo de flauta en Santo Domingo y creo recordar que dijo, y perdónenme que lo cite así a la cañona, al menos lo que sigue es lo que yo interpreté: Leer a René Rodríguez Soriano es entrar en un tiempo específico, un tiempo dictado por la magia de la anécdota en el tiempo.

Kibro de René Rodriguesoriano

Rodriguesoriano cree cada vez más en la mímesis y se entrega a ello con humildad pero sin cobardía. Se inventa epígrafes y dedicatorias. Estos emplazamientos son sólo el comienzo de una propuesta muy Rodriguesoriana, esto es, la predilección por un lenguaje melancólico: a) el uso constante de recursos referenciales a otras formas artísticas –cine, teatro, plástica, música, gastronomía–;  b) las tradiciones orales; c) el habla cotidiana, lo que Carlos Fuentes llama “el cobre”, lo que pasa por la alquimia del que escribe y se devuelve hecho propio. Para escribir no hay que ser honesto amigas, amigos, para vivir hay que ser honesto, después, frente al papel, recuerden que éste lo aguanta todo, cree en ti mismo, una palabra tras otra. ¿Y el performance? El lenguaje dominicano como espacio físico de experimentación. En conclusión, una especie de tigueraje sutil.

¿Cómo hacer poesía con lo cotidiano, con lo no atractivo? Dotando de extra-cotidianidad lo que regularmente pasa desapercibido por ser repetitivo. La vida es la constante reproducción de actos ya inaugurados por otros, nos recuerda Mircea Eliade. La preocupación del melancólico es la originalidad y esto produce desasosiego, debido a la supuesta perdurabilidad de las acciones humanas.

La extra-cotidianidad es el amor exaltado. El placer existe, aunque mordido por el tiempo implacable. Estos relatos procuran mostrar los instrumentos que sostendrán toda la propuesta: el humor y la ironía; la suerte de bestiario que proponen los acentos y nacionalidades; el constante vagabundeo por ciudades y cuerpos; la fuerza de la oralidad, como si los textos fuesen escritos en voz alta; el acertado uso de neologismos que aunque en ocasiones pretenciosos, funcionan dentro del texto, es decir, se sostienen y encuentran su función dentro de la narración. Yván Silén diría, y esto soy yo de nuevo interpretando, ¿Acaso no es esto lo que pretende la poesía, en donde la palabra es en sí misma?

el poeta es un provocateur ¿Qué es lo otro cuando lo escribimos? Un nombre. “Su nombre, Julia” es uno de sus textos más reconocibles y da pie al segundo bloque de relatos en donde a la propuesta inicial se le añade el carácter onomástico. Aquí comienza la provocación ya que Julia es el femenino del homenajeado Cortázar. El anunciado giramondo arranca en Italia, o en italiano. El viaje narrativo precisa del elemento lírico, cuestión de establecer las coordenadas necesarias para la locura: hay una muchacha de negros ojos que se nombra y lo desconocido adquiere ya un punto referencial, luego vienen las confusiones geográficas –no se puede ubicar en cuál ciudad, si en el Santo Domingo Colonial, si en Milano–; y las músicas. Las referencias al jazz en esta etapa son aún constantes. Luego será el mejor bolero cortavenas de tradición panamericana, un impulso que me hace recordar a Luis Rafael Sánchez con La importancia de llamarse Daniel Santos, esa si es una locura de novela. Hay una preocupación constante relacionada con los acentos y los idiomas, que son las credenciales del acto de un amor con fronteras de tiza. Cuando se sobrepasa la primera etapa del lenguaje corporal lo que se espera es la expresión del verbo; esto lo aflige a Rodriguesoriano:

 

Ella y yo, tratando de comunicarnos en esta especie de babel,

haciendo concesiones a nuestras limitaciones idiomáticas, buscando,

cada uno nuestras lenguas maternas, raíces y desinencias de palabras

para decirnos cosas entre el mar de gentes que nos rodea.

¿No es demasiado pretencioso querer comprender lo otro; al otro? Así como es imposible observarse de cuerpo entero gracias a la cualidad tridimensional del ser humano, podría decirse que es imposible conocerse por completo. Este pequeño rodeo no es fortuito si se toma en cuenta la pregunta con la que asalta la nombrada Julia para inicializar el párrafo siguiente: ¿Te piace la metafísica? El resto del texto se extiende de lo geográfico hacia lo urbano, delineando una especie de guía romántica italo-dominicana y una mezcla de idiomas y jergas únicamente descifrables por los amantes.

“No sé de qué me habla señor” obliga a recordar a Alfred Hitchcock por su estructura. Yo siempre les hablo a ustedes de Hitchcock y de un libro que releo desde la juventud. Ayer, buscándole unos libros al mismo Soriano, lo cogí en la mano y el libro se llama Stories to stay awake. Retomando: la escritura de este hombre es un constante escarceo a la memoria y la referencia a lo cotidiano, cosas que quieren sólo una ligera variación para desencadenar una serie de sucesos aciagos. Aquí, una mujer de amarillo entra en un tranvía y ocupa toda la proyección. En lo adelante, la narración se intercala con acotaciones y la descripción de uno de los personajes: “Siempre he sido un solitario preocupado por los libros […] El noventa por ciento de mis días ha transcurrido entre los estantes de las bibliotecas”. ¿Ya mencionamos a Borges no?

Los personajes se multiplican en esta pequeña trama y hacen recordar las propuestas de actores en busca de personajes o directores. Pienso en Pirandello; hasta en Nelson Rivera Rosario en obras como “Sin título” y el Teatro Guloya con propuestas como “Otelo Sniff”. Ya es importante redondear y para ello insistiré en el carácter melancólico que define los textos. Al observar con detenimiento la ya clásica imagen de Durero, San Jerónimo en su estudio, puede observarse que el melancólico se rodea de objetos para desarrollar el intelecto y animales no cotidianos. Traducir esto al lenguaje narrativo de Rodriguesoriano es interpretar la constante repetición de escenas; la recurrencia a autores y otras formas artísticas, como esos objetos de los cuales se rodea aquel que intenta, mediante la creación de un artefacto, atravesar el proceso temporal de la vida. ¿Artefacto? Sí. Por más crudo que sea el lenguaje en ocasiones utilizado por el autor, nunca cae en lo prosaico; por el contrario, el género cuento se ve asediado por la poesía ya que con cada intención el escritor procura elevar el tema escogido, no sólo al espacio lírico sino también a los niveles de pensamiento. En el relato “Ventana al infinito”, el vouyerismo convierte la ventana en un espejo hueco: “Miro por la ventana que diseñas en mis adentros, y puedo ver que la ciudad, desde esta altura, se deja ver tierna y tímida a la vez”. Basta con una oración para que quien mira sea objeto y la ciudad el sujeto, adquiriendo facultades humanas desde la belleza del lenguaje.

Hacia el final de este apartado, como de recogida, el autor confirma la situación melancólica que da forma a la narración. En el relato “Su nombre, Julia”, se presenta al ser observador, atento al paso del tiempo, a la soledad que implica el mismo, los colores y las ciudades, las músicas y danzas; la constante búsqueda de esa otra que reta el tiempo y las cotidianidades. Vale la pena haber leído todo el texto para llegar a un final sublime:

Oyendo la voz de niña que se funde con aquella voz que te ayudó a soñar y a construir la tarde más hermosa de tus días y miras el reloj y te das cuenta que a esta hora, precisamente, las tres de la tarde de este martes, debes volver por la avenida Charles de Gaulle a ver si te encuentras de nuevo con Julia, debajo del almendro.

alma de vellonera En el cuento “La radio”, el objeto permite el acceso a la intimidad de una familia a través de los años. Aquí el autor cuestiona la cotidianidad para contar esta historia que no es sólo la del conjunto familiar sino que se desborda hasta inventariar discos y sus intérpretes; famosos programas; juegos de pelota y, elemento importante en esta narrativa: el trasunto político. El cuento transcurre durante el final de la tiranía trujillista y el principio del régimen balaguerista. Las agrupaciones cívico-militares que combatieron ambos gobiernos fueron frustradas casi en su totalidad; de ahí que pueda ensayarse una teoría que implique cierto sabor de desengaño y decepción en la intelectualidad hija de estos procesos sociales, aunque eso es ya tema de otra tesis.

La radio marca la pauta del resto de la colección; en ésta, la manera de narrar en algunos cuentos sigue el modelo de la segunda persona para acceder a la confidencia. La ternura narrativa en estos textos alza el vuelo, adquiere la forma misma del bolero, es decir, la repetición de versos a primera vista populares. Referirse a los manuales de técnicas narrativas del cuento no ofrecerían mucha ayuda al clasificar un texto como “Everybody plays a fool, sometimes”, del cual podría decirse que es un poema narrativo cercano a la canción.

René Rodriguesoriano

A partir de “Una muchacha llamada Josefina”, el carácter onomástico del texto queda confirmado. La necesidad de nombrar es inherente al desarrollo, la importancia de la trama y así queda convenida. Es buscarse en todas esas muchachas, comparables a estrellas de cine de juventud. El nombre es un sortilegio. Es el prodigio que incita el amor. Si esa muchacha que pasa frente al papel, huérfana de nombre, es bautizada, aunque sea por una sospecha, ya se demarca un antes y un después. Nombrar es pretender ser dios, así lo confirma el cuento “Killing me softly”, en donde se asedian las formas simbólicas de lo divino. Los dioses quedan expuestos como seres caprichosos. El cuento, sustentado por notas al calce que podrían leerse de manera independiente, dibuja amantes que se abandonan al exceso y precisan rodearse de ciertas exquisiteces. ¿Por qué limitarse al silencio de los cuerpos; a esos desiertos, si el derredor se presenta con delicias? ¿Si el amor es hermoso, por qué no rodearlo de lo divino y crear una suerte de reunión de reflejos? Estos textos reafirman que la literatura no es otra cosa que la oportunidad que se nos brinda, tanto al lector como al escritor, para jugar a la contra… ya lo ha dicho Vernon Maldonado, para tratar de mellar el universo. Si los dioses se contaminan para jugar a ser humanos, mujer y hombre sueñan y nombran para pretenderse dioses. Y son uno, juntos, fraternales, cayendo.

su nombre, rené El conjunto que clausura este volumen tiene por título “El diablo sabe por diablo”, una negación a la tradición oral que afirma que en realidad se sabe por la experiencia acumulada de los años; pero, conscientes del estado melancólico de este texto y la negación temporal que lo representa, el autor prefiere seguir con la propuesta de los contrarios y si antes se habló de dioses pues ahora se presenta el otro lado de la moneda. Este planteamiento es sólo figurativo, ya que de lo que en verdad se trata es de consolidar el muestrario de sus viajes, sus lecturas, su música.

La mujer aquí ya no es la muchacha locura e ingenuidad de las versiones anteriores. En estos cuentos Rodrigesoriano pretende escribir desde cierta madurez, o sea, le escribe a la mujer que admira, no a la que desea, sin que ambas cosas se excluyan mutuamente. Esto lo hace muy bien Marcio Veloz Maggiolo en De abril en adelante con las escenas entre Eddy y Zinia.

La epigrafiada en este punto es Marguerite Yourcenar, no sólo como bienvenida al texto sino dentro del mismo. Me veo tentado a amarrar una coincidencia, y es que uno de los mejores traductores de Yourcenar, es nada menos que Julio Cortázar, quien colocó su impronta a Memorias de Adriano para la lengua española. Aprovecho aquí para honrar la memoria de mi amigo Tony de Moya, quien me regaló ese libro. La leyenda de esa tarde es parte de otras ceremonias, pero qué vivo, cómo late ese recuerdo.

La revolución no sólo llega en manos de aquel famoso 24 de abril de 1965, también llega con la música y Los Beatles invaden radios y corazones, deciden la moda y la manera de azotar las guitarras, de enamorarse, de vivir. “Betún melancolía”, texto que da título a la antología, trata sobre la nostalgia, pura y sincera, de un pueblo centrado en la imagen de un desdichado del barrio. Esto se ha hecho otras veces en la cuentística dominicana y anima a pensar en “Ahora que vuelvo Tom”, de otro René, pero este, del Risco Bermúdez. Se dice que la República Dominicana es una tierra de poetas, gracias a la fuerza de los primeros movimientos y agrupaciones literarias del Siglo XX; porque no hay un movimiento narrativo con tanta fuerza como el tiempo sorprendido. Pero mi tesis afirma que lo que es igual no es ventaja, ya que de la Poesía Sorprendida sale Escalera para Electra, una novela que es un punto de desequilibrio en la narrativa dominicana. Aparte, la cuentística de este país tiene una de las trayectorias más sólidas de latinoamérica: Juan Bosch, Virgilio Díaz Grullón, José Alcántara Almánzar, Hilma Contreras, Aurora Arias, brindan razones para articular un canon de la narrativa breve, representativo en todos los aspectos. Con esto dicho, la literatura, para ser literatura, no necesita ser premiada, sino leída.

El carácter innovador y el constante asedio a las formas tradicionales de lo que se entiende por cuento; su capacidad poética, bien entrenada, constante y atenta, hacen de Rodriguesoriano un eminente representante de nuestra narrativa. El conjunto de su obra, estudiado con cuidado por académicos en distintas universidades de América, confirma el interés que pesa sobre su trabajo. Insisto en la difusión de sus textos; en la reformulación de un sistema educativo, a nivel general, que promueva la lectura de los nuevos clásicos dominicanos. Los lectores merecen la oportunidad de conocer sus autores contemporáneos para contar con elementos de comparación, ejercitar su criterio o para el disfrute de la lectura misma. La literatura dominicana no puede saber hacia dónde va sino es consciente de sus orígenes, su actualidad, sus limitaciones y sus alcances. Más que un acto de justicia, esto obedece al sentido común y aunque parezca un arrebato, al amor, que en suma, es lo majestuosamente planteado por Rodriguesoriano en esta elegante recopilación de sus mejores relatos.

Notas:

*Rodríguez Soriano, René. Betún Melancolía. Santo Domingo: Ediciones Ferilibro, 2008.

**http://www.letralia.com/299/articulo05.htm

René Rodriguesoriano, Su nombre es Julia.