Los puntos regionales con detalles de un sistema geocultural isleño parecen celebrar una fiesta identitaria de la naturaleza y el hombre dominicano.  Lagos, casas, siembras, simientes, seres de una ruralía cercana y lejana se hacen visibles mediante una conjunción de líneas a veces ascendentes, otras veces variables de la superficie territorial referida por la movilidad del objeto m  captado.

La sequía, la lluvia y la humedad, la vegetación y sus valores naturales, surgidos en contrastes, se explican en la biodiversidad misma del mundo natural dominicano de nuestros días. Alumbramiento y vórtice humano son, en este caso dos momentos de un proceso creado que anuncian la obra y los símbolos de un espacio organizado y reconocido en las imágenes cotidianas, nocturnas y diurnas del país. Novela, cuento, biografía, testimonio y otras expresiones estético-verbales construyen la mirada cultural dominicana

Sin embargo, cada detalle de vida y forma urbana o rural se afirma en el origen, en la fiesta de los elementos,  el símbolo y en la evolución de una exterioridad pulsada por oposiciones ecológicas y ecográficas surgentes  como fenómeno de desarrollo natural y ambiental. Podemos advertir el diálogo entre flora y fauna; dos cocodrilos parecen “hablar” entre ellos y el mundo vegetal que le sirve de fondo a este “diálogo imaginario” entre entidades.  Imagen esta que sensibiliza al testigo que espera seguidamente otro evento, quizás otra reacción de sujetos en sus propios escenarios.

Los cocoteros, las lomas, lagunas y corrientes de agua de las diversas regiones del país,  hacen visible los recorridos humanos y una especie de fuerza natural acogida en los días, en las noches,  crepúsculos matutinos y vespertinos. Pero también, es importante observar en este relato de la diversidad ecológica dominicana, el punto de encuentro entre el ojo, la ambientalidad isleña y sus  metáforas geológicas, mágicas y míticas.

Llegado este momento, es importante señalar que el vocablo “Quisqueya” según el estudioso dominicano Emiliano Tejera (ver su obra Indigenismos, Editora Santo Domingo, 1977, Tomo II, p.1148), siguiendo a su padre don Emiliano Tejera, en su ya emblemática obra Palabras indígenas de Santo Domingo, expresa lo siguiente:

“… según P. Mártir, ese era el nombre antiguo de la isla de Haití; pero esto no indica que el autor creyese, como tampoco lo creo yo, que tal fuera la denominación dada a la isla por los indígenas.  En varias ocasiones oí a mi padre expresarse en contra de lo dicho por el autor de las Décadas del Nuevo Mundo, y lo mismo a su hermano Apolinar Tejera, quien escribió un artículo titulado Quid de Quisqueya, donde trata de rectificar lo dicho por Mártir.”

Emilio Tejera cita referencias diversas en sus Indigenismos (Op. cit.), arrojando algunos datos históricos y etimológicos del nombre en cuestión.  Así, aparecen las citas que aclaran la travesía léxica e histórica del vocablo:

“Llamaron los naturales a la Española Aytí y Quisqueya, que quiere decir aspereza, i tierra grande, i es su figura como hoja de castaña…Herrera, Dec. 1, V. I, p.84.  Herrera, V.I, p.7. Queya-s. Mundo. Quizqui-s. el todo, el mundo. Antiguo nombre de Haití. B., Bourbourg. Quelques Vestiges, etc. P.511.”  (ibídem. Op. cit.).  Alto, altura, es queya en sipibo. Steiner, p.9 Quisqueya. La región oriental de la isla de Haití. Significa lugar de tierras altas…Aunque no falta quien diga se llamaba Haití i Quisqueya, i debió ser que como era tan larga, tenía puesto diversos nombres a diversas partes de ella.  Simón, Noticias, V.I, p.30…Quisqueia, un nombre nativo de Haití…”Madre de la tierra”, traduce Valverde (Idea del valor en la isla Española, introd., p.´XVIII).  la ortografía (sic) es evidentemente falsa.” (pp.1149).

Según se puede leer en la obra citada [“Elos (los guaninis daban a la isla el nombre de Quisqueia o gran universo, i más tarde Haití que significa tierra áspera o montañosa…pero Quiqueia fue probablemente el primer nombre dado a Sudamérica, más bien que Haití:  otro nombre para éste fue bohío o habitación.  Rafinescque, p.187.  Falsa denominación de Quis queya. “isla que también llamaban Keskilla o Keskeilla, dice el vizconde de Thorón, nombres fenicios que se pueden dividir en dos voces Kesque o Quiski (delicias, deliciosa) y eilla o eia (vida).”  Los naturales llaman Keskea, dice Pané, a la parte oriental de la isla, i así también denominan a una de sus diosas llamada Keskea o sencillamente Yaya, diosa que tienen en gran veneración en sus templos (F. Colón, Vida del Almirante, V.2)” (p.1150).

La cita hace evocar, más allá de los étimos un universo de entidades que, de manera visual se ajustan al presente de la visión fotográfica, de tal forma que la resemantización de esta iconografía-etimología del mundo visual quisqueyano-dominicano, permite asimilar los puntos clave de un paisaje cohesionado por el ojo del sujeto cultural.

Las mitologías quisqueyanas de la tierra conducen regular y recesivamente al origen y al presente de una relación imaginaria que se reconoce por sus trazados de visibilidad; la siembra mítica, el rutario rural caribeño, la alegría y la melancolía de la flora y la fauna inscriben sus huellas, símbolos y signos identitarios para narrar los elementos seminales de toda una eventología climática.

Así las cosas, en algunos casos aparece la construcción en abismo como mecanismo narrativo de creación dentro de una creación, donde  percibimos el color dentro del color, el cuadro ambiental dentro de dicho cuadro.  El agua es, en algunos lagos o mares captados un símbolo natural que cobra valor de espejo como encuentro real y abstracto, como forma y sentido de un encuentro entre un objeto, un cuerpo imaginario y un sujeto del origen.

Desde una huella hidrológica, y terrosa  sólo el sueño de los elementos, el movimiento, el respeto por la diferencia acuática y vegetal, así como la ensoñación de la tierra bajo la función fundadora del espacio, se constituyen como fuerza creadora y conjunciones posibles del sentido insular.

En efecto, los núcleos territoriales, extienden sus elementos intensivos para comprender los fragmentos desprendidos de un imaginario isleño donde cielo, tierra, y gargantas montañosas                                                                                    crean un diálogo elemental y profundo a la vez.  Junto al poema visual, natural y cultural se abrazan entidades, figuraciones y signos en un gesto interminable y estremecedor, creando de esta suerte algunos temas con variaciones unidos mediante un puente biocultural propio de la conjunción ambiental activada por sus variaciones climáticas.

El impresionante paisaje cubierto de fenómenos terrígenos conmueve a cualquier espectador ligado a la naturaleza-cultura insular, pero sobre todo al ojo que vive como testigo en libertad. Lo que ve como formas, choques y encuentros con especies de todo tipo.

Algunos investigadores e historiadores del medio ambiente dominicano (Frank Moya Pons, Marcio Veloz Maggiolo, Renato Rimoli , el equipo que conforma la revista Atajo, bajo la dirección de Ramón Narpier Lapuente y Carolina Lerebours, entre otros), han subrayado la naturaleza de las especies botánicas, zoológicas y geológicas de la isla, señalando vertientes, signos y estados climáticos que inciden en la geografía humana de Quisqueya.  Según informes emitidos por la Academia de Ciencias de la República Dominicana (Ver revistas y boletines de Medio Ambiente en páginas de la ACRD), la problemática del cambio climático es y ha sido determinante en toda la historia natural y cultural de la isla, sobresaliendo los efectos propios de algunos fenómenos bruscos que muchas veces benefician o agreden al hombre de nuestra isla.

En una sucesión visible de espacios marinos, vegetales, rocosos y sobre todo acuáticos de agua dulce que representan lugares maravillosos y poéticos de la naturaleza dominicana adquieren valor las fuerzas biogeográficas y bioclimatológicas de dichos fenómenos que a lo largo de la historia natural y social de la República Dominicana adquieren significación para su conocimiento interno, su desarrollo, sus imágenes antropológicas y demográficas.