Europa vive tiempos revueltos. El pasado jueves, un joven negro de 29 años Mark Duggan, falleció en un tiroteo a manos de la policía inglesa durante una supuesta operación contra las armas de fuego en una comunidad afrocaribeña.

Este incidente, por demás confuso pues hay versiones que difieren y contradicen la oficial dada por Scotland Yard, ha generado una descomunal ola de protestas que se ha extendido por varias ciudades del Reino Unido obligando al Primer Ministro y varios ministros de su gobierno a suspender sus vacaciones y retornar a Londres para tratar de reconducir la situación que ya se ha cobrado una segunda víctima.

En España el movimiento 15M, más conocido como "los indignados" ha mantenido enfrentamientos con la policía al no poder disponer libremente de la emblemática "Puerta del Sol" de Madrid para dar a conocer sus exigencias de un cambio de rumbo político en el país. Durante la visita que en los próximos días el papa Benedicto XVI realizará a Madrid con ocasión de Jornada Mundial de la Juventud, que espera congregar en la capital española un millón de personas, este colectivo, mayoritariamente formado también por jóvenes, ha prometido movilizarse contra la presencia de líder de los católicos.

Recientemente, como ya comenté en uno de mis anteriores comentarios, en Oslo un joven, en protesta contra la creciente islamización de Europa y para advertir a las autoridades del peligro de esta espiral, en dos atentados milimétricamente preparados mató a más de setenta jóvenes socialdemócratas de ese pacífico país, alejado hasta ahora del vendaval terrorista.

Algunos recordarán los graves conflictos que en octubre del 2005, y posteriormente en el 2007 se dieron en Paris y que hicieron temer una repetición de aquel Mayo del 68 en el que París ardió en llamas dejando en evidencia la incapacidad del gobierno presidido por el legendario presidente Charles De Gaulle para satisfacer las exigencias de los jóvenes franceses.

Según las imágenes e informaciones suministradas por los medios de comunicación ingleses, los actuales disturbios de Inglaterra se saldan, al momento de escribir estas líneas, con dos muertes y más de doscientos detenidos, además de decenas de vehículos quemados, comercios asaltados y saqueados, incendios de edificios etc. A todas luces la policía londinense ha quedado desbordada y el gobierno de David Cameron ha tenido que incrementar la presencia policial con las de quince mil unidades.

Puestos a buscar una cusa a estas protestas, que a todos han cogido por sorpresa, los analistas apuntan a una combinación de circunstancias. La crisis económica, que en los países europeos se ceba más con los grupos de inmigrantes y las minorías genera un descontento tal que incidentes como el asesinato de Mark Duggan se convierten en la chispa que hace estallar la olla a presión en la que viven estos grupos marginales.

La rápida expansión por toda la geografía inglesa de las protestas la explican otros por la eficacia de las nuevas tecnologías y las redes sociales a la hora de convocar a los jóvenes. Expertos los jóvenes en estos recursos tecnológicos, han logrado burlar el rastreo de la policía impidiendo así identificar los promotores de las convocatorias que eran respondidas con una impresionante inmediatez. En clara desventaja con los blackberris encriptados de los jóvenes, la policía londinense apenas ha podido hacer más nada que pedir a los padres que hicieran todo lo posible para que sus hijos desoyeran dichas convocatorias

Al descontento de las minorías y de los inmigrantes y a la fuerza de las redes sociales hay que añadir una tercera causa que también explicaría lo ocurrido. Se trata del gusto en un amplio espectro de las juventudes urbanas europeas por la violencia.

Tiempos difíciles estos, sin duda. Tiempos que desnudan muchas de las contradicciones de un mundo que debe ser reconducido y que, al parecer, carece de liderazgos para ello.