Sin remos la palabra está en coma

no le hiede el aliento no hay puñal

no hay gratey

no hay bromuro en la ingle del poeta

RRS

Convencido quizás de que su destino final no será otro que el de la muerte, a través de la historia el Hombre se preocupó por la transitoriedad de todo lo observado y todo lo vivido, y con ello, de lo evanescente: el amor, la naturaleza, las alegrías y los temores, categorías que con el transcurrir del tiempo han tejido la madeja de su existir manifestadas como temáticas recurrentes en las expresiones artísticas. Mas, fue la filosofía, pionera disciplina del pensar, la que se detuvo a fin de encontrar respuestas sobre el tiempo y la memoria: lo hicieron los presocráticos a la cabeza de Parménides, Demócrito y en particular Heráclito, en aquella imagen del rio hecho de agua y tiempo que posteriormente trascendiera a la imperecedera visión platónica y aristotélica.

En la literatura de la Grecia clásica ya Ovidio había intuido la inexorabilidad del existir cuando se preguntó si acaso “¿Hay cosa más dura que un peñasco, cosa más blanda que el agua? Pues el agua acaba por hacer un surco en el peñasco. Todo lo puede el tiempo mientras calladamente va corriendo…”. Por igual, hubo de transcurrir una inmensidad de siglos para que naciera el tiempo práctico gracias a la invención del reloj mecánico y el desarrollo del pensamiento científico kantiano en épocas en las que el Hombre jamás sospechó cómo la obsesión por su medición se convertiría más tarde en regente absoluto de casi todas las esferas del quehacer.

En la literatura moderna fue Borges, sin duda alguna, quien hizo del tiempo —“esa materia deleznable que es tiempo y agonía”— no sólo un asunto ontológico de naturaleza francamente filosófica, sino una recurrente preocupación convertida en fértil material creativo tanto en sus ficciones como en el marco teórico del discurso existencial que acompañó al genial pensador durante la mayor parte de su vida. En el poemario Muestra gratis (Ediciones Cielonaranja, 2018) René Rodríguez Soriano (Constanza, RD, 1950) atrapa (y es atrapado por) justamente aquella evanescencia de lo temporal que, transformada en nostalgia, añoranza y memoria de toda una generación, es depositada en una singular obra que nos regala el transcurrir del ser y vivir nacionales durante los 70 y los 80, paradigmáticas décadas de la dominicanidad del pasado siglo.   

Este es un libro reeditado, finalista del Concurso de Poesía Casa de las Américas 32 años atrás, que para algunos representó un antes y un después en la poesía dominicana del siglo XX en tanto que a través de él “accedíamos a nuevos rumores urbanos donde el sujeto prescindía de vértigos, puntos centrales, llamados, decires sacados de noches de insomnios, virando la moneda que de un lado tenía lo que tenía que ver con los compromisos” en palabras de su editor Miguel D. Mena. Este último ha desempolvado las andanzas y los andares de nuestro otro René citadino que montaña a cuestas, hizo de la urbe página y campo de batalla de las cotidianidades que respirábamos aquellos que, por circunstancias del calendario, ni conocimos al sátrapa ni mucho menos empuñamos el fusil revolucionario.  

Cada poema de Muestra gratis es una estación de búsqueda donde las sombras del pasado en construcción y los destellos del luminoso presente que nunca existió son dolencias del tiempo en las que una vez más el reloj, ese rector e inefable huso del imaginario, se transforma en cuasi realidad poética; en vil y a la vez hermoso almanaque donde cuelgan las huellas del terror bandacolorá y la memoria del joven que con el arribo de la adultez, “temprano una mañana lloviendo una llovizna contrajo blenorragia tomó su cocacola y al mando de una moto… se fue sin más volver”.

Allí, en algún paraje escondido entre las 94 páginas de este libro disfrazado de lienzo, roto por una Maga que René ha llamado Alicia, aparece el corazón; no porque ella ya no viva aquí ni por el Scorsese del 74 ni por el país ni por las maravillas de sus labios fríos. Sino porque a René, Alicia, Maga o diosa de estas latitudes, desde hace tiempo le descosía los ojos; mas, esa Alicia “de pelo resbaladizo húmedo y profundo que moja las paredes del viento y trina cantos sucios en las oficinas en los acantilados”, el poeta ya no la recuerda.    

Si reconocemos como válido el que Borges, en referencia a la construcción del presente ya lo había dicho casi todo (“no hay otro tiempo que el ahora, este ápice del ya ser”), en el poemario que nos ocupa su autor hace de ese tiempo una suerte de conjura metafísica a partir de la memoria tal cual ilustra el poema “A veces un recuerdo se me enrosca en los dedos” : …hay otros desvelados quizá escribiendo quizá llorando /asiendo y desasiendo el amor /pero tú fíjate bien estoy hablando del futuro /y me dirás cómo pensaste en mí /si estoy durmiendo aún /y no has puesto tu mano en mi recuerdo. Nos encontramos ante una temporalidad trastocada en tanto que lo aún no acontecido se sabe cierto justamente gracias al imaginario que, depositado entre las ansias y los sueños, es capaz de dar vida al sentimiento.

El Rodríguez Soriano ciudadano atormentado de los 70 y 80 dominicanos se desdobla a través de estos textos en facetas múltiples que son espejo de la (i)realidad que su generación intentaba asir y transformar; en ocasiones él rehúsa hacerlo preso de la desazón, resignado a venderlo todo incluso los íconos de apellido Travolta o Guevara, sus ojeras y trasnoches, la vestimenta, y, penosamente también las canciones de Lucho y de los Beatles. En otras, valientemente, confiesa cuánto hubiese querido prescindir de aquellos “nacionalismos de pacotilla engordados con doce años y el afrecho Balaguer” y de conspicuos asesores del MAAG mientras herido, lamenta asesinatos de carajitos e intenta cambiar el canal del establishment desde su tótem de consumado publicista vestido de poeta.

A mi juicio, constituiría un acto de ceguera intelectual el ignorar las coincidencias literarias existentes entre el fenecido René del Risco Bermúdez, cimera figura conductora del tránsito de la literatura dominicana desde el trujillato hasta los democratizantes años de la postguerra, y el René contemporáneo comentado en estos párrafos. El primero, distancias aparte, al igual que Rodríguez Soriano se destacó en el ejercicio de la publicidad y el trabajo periodístico; quizás como ningún otro autor, hizo de la urbe un mito, locus y escenario creativo que abrazó la cotidianidad de una nación que en muchos aspectos apenas nacía. El autor de Muestra gratis, por su parte, enriquece (y transforma) aquella mítica ciudad cuando en esta obra hace del tránsito vehicular, de los bares, los cigarrillos, de la calle y una vellonera, aquello que define el hábitat viviente como espacio común repositorio de memorias y dolores.

José Rafael Lantigua ha sugerido recientemente que la propuesta literaria de René Rodríguez Soriano representa un intermezzo en la creación poética finisecular de la centuria anterior; ha afirmado también que René fue el líder setentista camino a los ochenta que quiso “construir bandera propia”; y, quien, a nuestro modo de ver, plasmó el irrevocable testamento de una convulsa y difícil época en la obra aquí discutida tal cual evidencia la agonía del poema aparecido en la página 87 de este fajo:

 

…pero tengo que hablarte

Sé que en el pecho guardas cardúmenes de estrellas

caminos y riachuelos y un renglón de palabras inusadas

sé que al partir dejaste

las paredes del viento pobladas de aguaclara

y te llevaste tibia

apretada en un párpado la palabra mañana…