La progresiva vuelta a la modalidad presencial ha significado un gran alivio, tal como lo retratan magistralmente en un tik tok unos padres, quienes, al ritmo de la pegajosa canción “Se van” de Johnny Ventura, despiden sus hijos en el primer día de clases. Lejos están los días en que la melodía era la de “Another brick in the Wall” the Pink Floyd, pero reclamando volver a clases, en lugar de quejarse de que “No necesitamos más educación”. Si algo nos demostraron los meses de aislamiento fue el placer y la comodidad que nos da la cercanía física con otros humanos. Pudimos colaborar a distancia, hacer proyectos e interpretar poemas y melodías al unísono, pero nos hacía falta vernos, sentirnos, compartir fuera de la caverna cristalina

Y como prometían esas valientes afirmaciones del principio, hemos vuelto a abrazarnos. Estamos juntos de nuevo, con muchas personas vacunadas, con un sistema sanitario en capacidad de responder a múltiples preocupaciones de salud, sin tener que postergar tratamientos por poca disponibilidad de espacio o de personal. Estamos juntos y podemos volver a descifrar lo que dicen nuestros interlocutores basándonos en miradas, los gestos y hasta “las vibraciones” que ellos emanan.
Pero nos queda la responsabilidad de hacerlo con mesura, de no tirar por la borda los dieciocho meses de sacrificios. El balance de la República Dominicana, dentro de lo que cabe, es positivo. Menos de cinco mil muertos en total, una cifra que los españoles e italianos verificaron quincenalmente en los períodos más agudos y que superaron los franceses en la primera semana de abril de 2020, cuando llegaron a sumar seis mil ochocientos cinco fallecimientos.
Y el mérito tiene que ser compartido por varias circunstancias: la relativa juventud de la población, el calor inclemente que nos incomoda tanto a humanos como al mismo virus, la posibilidad de mitigación debido a “la tardanza” en la propagación de los microorganismos, pero también la rápida capacidad de respuesta de toda la clase política. Porque querían permanecer en el poder y porque aspiraban a ser los herederos de relevo, no se le puede regatear a ninguna personalidad pública dominicana el haber minimizado la situación. A diferencia de los Estados Unidos, donde desde el principio esta problemática se politizó, con unos campos muy definidos, en este país, si bien no todo el mundo se la tomó muy en serio y algunos propusieron y creyeron teorías de conspiración, ninguna personalidad pública se opuso a la atención a los problemas de salud. Se discutía sobre la real rigurosidad y la extensión de los horarios de la cuarentena, pero de manera generalizada se asumía que ella era necesaria. Es cierto, se incumplía, pero muchas personas, de manera voluntaria, sin un cuco detrás, fueron capaces de tomar las medidas necesarias. Ahora que nos volvemos a ver las caras debemos seguir con el mismo impulso y aprovechando lo aprendido.