El 16 de agosto toma juramento el presidente electo para ocupar la primera magistratura, con una serie de desafíos, tanto en el equipo de trabajo a formalizar como aquellos que arropan al país, sobre todo la crisis sanitaria por el COVID-19. La situación electoral, social y sanitaria han (re)abierto heridas que nos recuerdan momentos pasados que hay que dejar atrás, o nos recuerdan que nos hemos enfocado en otras cosas banales y no en bienes esenciales, por ejemplo, la salud.
Ante este gran reto nos dicen “menos palabras, más acción” o “actúa, no pienses”, pero, es un error. No hay acción sin palabras apropiadas que nos motiven; sin pensar no podemos actuar adecuadamente. Entrar al mañana requiere buscar en nosotros y en otros el motor que nos mueve: sin esas palabras que nos ponen a pensar y nos motivan a actuar a la altura de las circunstancias que existen y se avecinan.
Muchos lazos deben ser reparados y otras medidas serán difíciles, hasta incómodas; ante un clima de resentimiento y malestar. Pero, si la finalidad es clara con miras a la transformación social en términos de justicia, ahora es el momento y nos corresponde a nosotros.
Todo lo ocurrido y lo pasado nos debe lleva a un discurso de unión, un discurso de resiliencia, un discurso de esperanza: un discurso de reconstrucción y transformación. La reconstrucción y transformación no significa olvidar, pero, tampoco detenernos en el pasado, porque el futuro será en algún momento (Aristóteles) y no tenemos tiempo que perder en el ayer.
En tantos años donde los excluidos aumentaron y otros perdieron su poder de voz y voto, se nos requiere nuevamente un último aliento que debe comenzar hoy, para llevar lo mejor de nuestra virtud cívica como medio para llegar a ese fin de justicia que desde hace tiempo se nos debe a todas y todos. Ante estos graves problemas de desigualdad o normalización de inconductas colectivas y políticas, o momentos de grandes incertidumbres sociopolíticas: para ello la justicia debe ser a la vez transformativa (C. Murphy, 2017: 160).
Por ello, es tiempo de transitar por nuevos caminos, trascender más allá de la ira y el rencor, como de la polarización inútil que nos mantiene en carrusel sin fin. Es el momento de la reconstrucción porque nuestra democracia republicana requiere de una transformación, no solo de izquierda a derecha (y viceversa), también de arriba hacia abajo, como de abajo hacia arriba.
Esta reconstrucción para la transformación requiere que muchos lazos deben ser reparados, muchas mejillas colocadas y voces escuchadas. También medidas que podrían resultar difíciles sobre el más débil que debemos proteger.
Estamos frente al momento más crítico que puede hasta tomar años en superar. Sin embargo, debemos ser lo suficientemente valientes para elegir la “esperanza sobre el miedo, la unidad sobre el conflicto y la discordia” (B. Obama, Discurso Inaugural, (2009)). Busquemos en aquellas palabras con fuerzas para concebir un nuevo pacto social, un nuevo acuerdo, para lo que fue, lo que está y lo que viene.
Sin importar nuestras preferencias, si a algo debe aspirar el discurso inaugural del presidente electo es a la unión individual de un país y de sus habitantes hacia un nuevo estado de cosas; consciente de que responsabilidades serán exigidas si la deuda de justicia no se paga. Pero, a pesar de eso, la resiliencia nos mantiene en vilo y activos para lo que viene, porque es tu compromiso como el mío, así como tu eres mi responsabilidad y yo la tuya en este proyecto de país que aún permanece sin terminar. Ante esta enorme misión que tenemos hoy, actuemos “Con malicia hacia nadie, con caridad hacia todos, con firmeza en lo correcto…. esforcémonos en terminar la obra en que nos encontramos” (A. Lincoln, Segundo Discurso Inaugural (1865)).