El Santo Sínodo acaba de ser clausurado en Roma.  Sus conclusiones aparecerán en un extenso documento contentivo de 94 puntos sobre temas de gran trascendencia doctrinaria para la Iglesia Católica, algunos de naturaleza en extremo controversiales  que con anterioridad eran considerados “tabúes” en el seno de la misma y permanecido extrañados de la agenda vaticana.

Aunque los 275 obispos de todo el mundo que participaron en el laborioso evento que se extendió por dos semanas, sesionaron a puertas secretas, tal como cuando los cardenales se reúnen para escoger al Jefe de la Iglesia, alguna que otra indiscreta filtración permitió conocer que durante el mismo hubo fuertes debates, fruto del choque de posiciones muy encontradas entre las llamadas corrientes conservadora y liberal.

A esta última, pertenece el actual ocupante de la Silla de San Pedro. Una filiación más que evidente en el apenas poco más de un año que  lleva calzando “Las Sandalias del Pescador” como cabeza visible y suprema de la vasta grey católica esparcida por todo el mundo e integrada por unos mil doscientos millones de fieles,  casi la quinta parte de los pobladores del planeta.  Sus frecuentes e inesperadas declaraciones sobre algunos de los puntos más conflictivos que fueron debatidos en el Santo Sínodo eran prueba palpable de hacia donde se inclinaban sus preferencias.  De hecho, le costó alguna que otra crítica antes y en el curso de los debates.

Si bien, algunos de los acuerdos sobre esos puntos, como es que los divorciados puedan confesarse y recibir la comunión, fueron objeto de un elaborado consenso y quedó referido  a un proceso de análisis individual por cada obispo,  los expertos en temas vaticanos estiman que fue obvio el triunfo de la tendencia liberal  encabezada por el Papa Francisco que, por otra parte, estaba constituida al parecer por una gran mayoría de los obispos participantes.  En el curso del histórico evento, trascendió que   solo un reducido grupo de apenas trece fueron los que trataron de mantener en alto el estandarte de la más rancia ortodoxia doctrinal.

Aunque habrá que esperar la publicación in extenso de los acuerdos del Santo Sínodo para hacer un juicio definitivo del resultado del mismo, salta a la vista que la Iglesia ha emprendido un camino de significativos cambio que irán profundizándose  y ampliándose en el tiempo, aunque siempre sometidos al marco de intensos debates y pareceres.  No hay que dudar que en algún momento más adelante, no necesariamente muy próximo en el tiempo dada la prudencia con que se maneja la Iglesia en temas que considera trascendentales,  como el celibato y la escogencia de mujeres para ejercer el sacerdocio vayan a ser abordados.

Es, precisamente, esta diversidad de criterios uno de los factores principales que a no dudarlo ha permitido a la Iglesia mantener la fortaleza y el equilibrio que, a lo largo de la historia, a pesar de sus vicisitudes y errores por los que ha debido pedir perdón, le ha garantizado su supervivencia y el incuestionable liderazgo moral de que disfruta.

Salta a la vista que un tiempo nuevo se avecina para el Catolicismo.  El Papa Francisco le llamó “tiempo de misericordia” durante la misa que ofició para concluir el Santo Sínodo, recordando que el significado de este es “caminar juntos”. Un andar de la mano de los fieles, comprometidos con sus problemas, temores y dudas, como generosos asistentes de los mismos para ayudarles a transitar el tan a menudo escabroso sendero de la vida, como entregados médicos de almas en vez de implacables censores, mostrando más los anchurosos caminos que conducen al cielo de los justos que las tortuosas vías que llevan al infierno de los pecadores.