Una de las lecturas bíblicas más recurridas es la del Eclesiastés 3,1-8, que nos dice que todo tiene su tiempo bajo el cielo para los seres humanos, sin excepción, independientemente del poder que hayan acumulado, porque al fin de cuenta todos provenimos del polvo al que vamos a volver. Aunque algunos no seamos más que polvo del camino que vuela azotado por el viento, y otros puedan evolucionar a polvo de estrellas que brillan por los siglos en el firmamento.
Un poeta filosófico como León Felipe preferiría la metáfora de la piedra, pequeña y ligera, que rueda por las calzadas y por las veredas, guijarro humilde de las carreteras, que en días de tormentas se hunde en el cieno de la tierra y luego centellea bajo los cascos y bajo las ruedas. Pero el drama nacional al que se enfrenta el presidente Danilo Medina remite al Eclesiastés, que podría darle algunas luces, si se toma unos minutos alejado del bullicio circundante que lo empuja “con un aullido interminable”:
“Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.2 Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; 3 tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar; 4 tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar; 5 tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar;6 tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar;7 tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar; 8 tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz.
Son muchos los que creen que a Danilo Medina se le está acabando su tiempo de gobernar, que 8 años es bastante en la democracia contemporánea, y que el intento de prolongarlos le va a salir muy caro a él y a la sociedad dominicana, que ya hace rato que está pagando en incertidumbre derivante en zozobra, en amenaza a las instituciones, en profundas divisiones políticas, incluso en el propio partido que lo sustenta.
Como desde el poder es difícil la objetividad, alguien tiene que decirle al presidente que cada semana y cada día que ha pasado en la mitad de este 2019, la inflación de la incertidumbre y el costo de la prolongación se elevan considerablemente y que ya comienzan a poner en juego la estabilidad económica, política y social que ha sido su mayor mérito de gestión.
También debe decírsele que acciones como la militarización del Congreso no tienen justificación y que sólo sirven para deteriorar la imagen de un país que depende excesivamente de factores exógenos, como las remesas de los emigrantes dominicanos, el financiamiento, y la inversión, así como del turismo, coyunturalmente afectado por elementos fuera de control y por la inseguridad que proyectan atentados como el que hirió al astro beisbolero David Ortiz.
Aunque el continuismo es una maldición desde el origen de la República Dominicana, hay mil razones para que la racionalidad recomiende al presidente Medina que se abstenga de hacer lo que nunca se ha hecho, reformar dos veces consecutivas la Constitución en aras de su propia reelección. Mucho más si el esfuerzo es tan agónico que tiende a desbaratarlo todo y a generar una profunda crisis de gobernabilidad.
El único factor que se ha querido presentar en las últimas semanas como incentivo para que el presidente embarque el país en la peligrosa aventura continuista es el apoyo que le han expresado algunos empresarios, y que se ha vendido como expresión del sector. Pero la lectura de las informaciones y los editoriales, artículos y comentarios publicados por los periódicos, obligan a repensar si tal apoyo es vigoroso y generalizado.
Hay suficientes señales de que la aventura continuista divide hasta a los empresarios y que la mayoría comparten las mismas incertidumbres y preocupaciones del conjunto social y lo que han expresado las encuestas con un rechazo de hasta el 70 por ciento. Que lean el comunicado publicado este lunes por la Fundación Institucionalidad y Justicia para que lo comprueben. La FINJUS, un órgano del gran empresariado, por alguna razón consideró necesario reiterar su rechazo a la reforma constitucional, que ya había expresado antes en varias oportunidades. Y alerta sobre sus “dramáticas repercusiones sobre la vida social, económica e institucional”, así como también sobre la “estabilidad democrática de las instituciones”.
Danilo Medina dijo en agosto que ya tenía su decisión y que la haría pública en febrero, hace dos meses estimó que estaba próximo el día, y el lunes que “casi casi”. Se le acaba el tiempo Presidente. Póngale atención al Eclesiastés.-