“La luz, ocasión y marco de éxtasis y de magia, nos impulsa lejos del tiempo, de la fatalidad y la materia. En ella nos olvidamos del principio y, sobre todo, del final; y cuando, a veces, la invasión luminosa parece inundarnos hasta tener la sensación de la muerte, ésta no se parece a un fin catastrófico, sino que, sublimada y etérea, se acerca más rápidamente a una fusión inmaterial de la luz al alejamiento de la individuación en la universalidad trascendente y sublime de la luz”. (E. M. Cioran: El libro de las quimeras, Tusquets, Marginales, Barcelona, 1996, p. 64)
El discurso poético dominicano contemporáneo se afirma sobre una base que involucra imagen y palabra. Pero lo “contemporáneo” en el poema no es una sola y única vertiente, sino, además, una espacialidad plural donde el poeta pronuncia y registra su propia fundación y diferencia de lenguaje.
De ahí que el mapa, a veces infuso y otras veces difuso de la experiencia poética dominicana de nuestros días, acepte una diversidad expresiva, diferida en muchos casos como campo de significación. Los extremos y los ejes de lenguaje se sostienen en la misma dinámica de escritura que sustenta el poema concebido por Sally Rodríguez como fragmento y totalidad.
Cierta expresión y significación verbal se moviliza en lo poético materializado en la “cosa” del anthropos que desciende como casa en la palabra y más bien asciende como visión sin techo y apertura de creación verbal. La invención de territorios y formas imaginarias propician la fiesta del lenguaje y los tiempos de un discurso de la memoria que se ordena como cuerpo y razón, cuerpo y sinrazón.
En efecto, al pronunciar desde la memoria ontológica un espejo de visión trascendente, el mismo cuerpo de la imagen verbal facilita la unidad o desprendimiento del poema asumido como transgresión y lengua-ser-vertiente. En dicho caso, la poeta va más allá de su lengua-cuerpo o lenguaje-piel y se pronuncia en el lenguaje-mundo que habita poema y territorio.
El “animal sagrado” de su producción no es solo producto, sino también productividad expresiva que conjuga fuego y lejanía en el retorno y en la vehemencia de los elementos constitutivos. Aquello que integra cuerpo y ser, revela también poesía y transparencia en libertad individual.
Salto y precipitación ensanchan no solo materia y sentido, sino, además, sueño, alteridad y presencia singular en el mundo. Surco y dolencia se sitúan en un cuerpo y una voz desde la unidad de lo visible y lo posible. No se trata de dos palabras o categorizaciones poético-discursivas, sino de otorgarle sentido a lo que significa “en-el-mundo” como fuerza poética de lo sensible.
Vértigo y sentencia conmueven el cerco de la noche en una dimensión de asombro y tempestad interior. Trayecto, huella que recoge pulso en mirada y cuerpo; desnudez de la forma y brote de miradas, mano y abismo transparente. Todo lo anterior hace que el elemento estalle en su expansión:
Las espumas del cielo
me acechaban
mientras llegaban otra vez
vertiendo tus miradas
en mi cuerpo
(Op. cit. P. 14)
Hablar desde un cuerpo sin tiempo y un espacio abierto al mundo de la necesidad-libertad implica espacio, silencio y aurora. Lo que hace decible en este contexto la memoria:
Desde tu cuerpo
una sonrisa sin tiempo
y más allá de tu sonrisa
la lluvia…
Son estas horas oscuras y frescas
sin memoria
Desnudez de nacer
en este instante verdeoscuro
profundamente húmedo
(Op. cit. p. 15)
La variedad de mundos, caminos y experiencias, justifica los ritmos extendidos e intensivos como dominio expresivo, marca de alteridad, intuición y tiempo. El paisaje solitario se hace visible y nombrable como campo de existencia:
Solitario como un dios
hunde su oscuro pelo
en las rodillas
y se acaricia pensando
que está triste
Es ocre su mirada
y su silencio
y su sueño que agoniza
sin estrellas ni llantos
(p. 19)
Los ecos que desde este movimiento surgen como palabras-fuerzas, presentifican un todo que a su vez perfila pensamiento y sinrazón. Cada segmento en este caso alude a cuerpo, huella, agonía de la visión surgente de una intuición fundante, de todo un camino abierto al vivir en un ser que sin embargo se desprende, se abisma en la mirada y el espacio del sentido.
La poeta Sally Rodríguez se abisma en la “cosa” misma del poema, entra y sale de su ser para enfrentar y asumir en gesto y obra la poesía. Se trata, tal y como ya lo hemos declarado, de una travesía que anuncia mundo, pensamiento y voz en un devenir que no deja de ser aventura, materia de sueño y crisis de naturaleza. Al sugerir que el corazón y el ser constituyen una unidad y una continuidad sentiente, la poeta no se resiste a esta contradicción, pues la misma se reconoce en el contexto metafórico y simbólico del acaecer.
En tal sentido, otros son los ritmos que la palabra y el silencio crean; y desde la función misma del poema la huella y lo auténtico sacuden la voz, su alcance planetario, aquello que se dice y se oye a un tiempo mismo. El derrame en la vida misma del cuerpo busca su cauce en el día y la noche de la mirada.
Surgir en ese cuerpo significa toda una travesía de lenguaje y raíz, de estado y temporalidad (p. 23). Se trata de una sensación de tiempo, vida y ser, pero también de “vertiginoso salto en el olvido” (p. 32). La desgarradura acentúa aún más el tacto y el fuego de los elementos. El camino se busca a sí mismo desde los furores y placeres, tal como lo podemos observar en Giordano Bruno y León Hebreo a propósito de la boca que “dice” lo que la intuición empuja, tal y como se puede leer en Los heroicos furores de Giordano Bruno y en Diálogos de amor de León Hebreo).
El amor como sentido del agapé traduce la intimidad de un saber sensible en el eros, autorizado por un sentimiento unificante y una voz expandida en lo amado y lo amatorio, todo lo cual se reconoce en una memoria de la visión inmanente y trascendente del cuerpo respirado como “ser-en-el-mundo” y “ser-en-la-cosa-en-sí”.
Asumir esta tensión de lo que expresa el aliento del existente masculino y femenino supone una alteridad en cuanto a producir una respuesta radical, allí donde el cuerpo implica una forma-mediación ubicada en la relación sujeto amoroso, mundo-amor y objeto-amor-sensible.
Como se puede intuir y pre-sentir en Animal Sagrado, su autora expresa los extremos de una alteridad caracterizadora de su manifestación, como acto de asumir la vastedad erótica del cuerpo-mundo, algo que adquiere sentido en la mirada propiciadora del imaginario poético altomoderno, tal como se hace legible y visible en poetas como Alexandra Pizarnik, Valerie Mejer, Blanca Andreu, Blanca Valera y María Negroni , entre otras.
Hemos advertido en todos los recorridos por los tiempos, caminos y territorios de Sally Rodríguez un marco lírico de conjunciones expresivas, mediante las cuales el lenguaje se piensa, se auto-reconoce como mundo-tierra, mundo-eternidad y mundo-espacio de la creación. Sierpe que aspira a despertar días y noches, ensueños y visiones que atraviesan la materia poética en su devenir; secreto que no alcanza a diluirse en los ejes de su lenguaje-mundo imaginario.