Se me entrelazaron en casos de agresión sexual a menores. A continuación desenredo la madeja.  Chris Andersen, el  tatuado rey de los tableros de los Heat de Miami,  no será acusado de cargos criminales por acoso sexual virtual a una menor.  En la película Doubt,  Meryl Streep no pierde tiempo en documentar sospechas o preparar un caso sólido para asumir el riesgo de enfrentar a un sacerdote,  por su inusual interés en el negro estudiante de primaria blanca.  Rafael Alvarez, con pregunta retórica tonta para exigir reparación ajena, desparrama su júbilo por el descargo por violación de religioso amigo; en proceso donde Argelia Tejada denuncia nauseabundas manipulaciones que impidieron impartir justicia.

The Birdman es una estrella del baloncesto profesional. Volver a jugar para el mejor equipo de la liga, con salario millonario y un pasado con problemas legales, lo puso en el radar de quienes, como medio de vida, tienen la extorsión a este tipo de famosos.  La investigación judicial determinó que una artista del engaño imitó su voz, hizo contacto con una menor por internet y provocó situaciones para incriminarlo.  Casos similares han pasado a otros deportistas estelares así como algunos de los artistas más populares de rock, del cine o la televisión, donde fama y dinero son un imán para los embaucadores. ¿Están los religiosos en esa categoría? Lo dudo. Aunque la maldad no tiene límites, sería evidente, en múltiples facetas, la monstruosidad de quien se atreva a utilizar a un niño o niña inocente para instrumentar un ardid de esa naturaleza.  Hasta el miserable fontanero  Thenardier, cuando puso precio a la liberación de la niña que custodiaba, no pensó que esa aberración era parte del interés que mostraba el misterioso caballero.

Evidencia sí existe en la prostitución de menores entre 15 y los 18 no cumplidos, que se ponen a lucir mayores de edad para hacer posible el rentable intercambio de condena automática de cárcel por altas sumas de dinero.  Estos execrables proxenetas, sin embargo, no pierden tiempo extorsionando al segundo receptor sustituto del equipo que está en el sótano o al que sotana lleva en una parroquia humilde.   El cuarto bate estrella, el lanzador que más poncha y el artista que más aplausos o elogios con lluvia de ropa interior consigue en los conciertos, son los que se barajan como principales objetivos de esa trama.   El pelotero que se mueve en carros de concho o el religioso que depende de limosna en menudo y  nunca carga un peso, pocas veces así será tentado.  “Ahí no hay vida”, dirían.  Especialmente en el caso de los que son pastores de congregaciones espirituales organizadas que, independientemente del monto de diezmos o limosnas que dispongan, van generalmente  a contar con un fuerte apoyo de sus feligreses.

El hecho de no tener el perfil ideal para un esquema de extorsión que involucre violación estatutaria, no debe descartar esa posibilidad en los juicios contra religiosos.  También no es correcto vincular al chantaje cualquier demanda de esa naturaleza que reciba el deportista o artista de su simpatía. Tampoco debe ser un prejuicio de culpabilidad la explotación que hagan ordenados perversos de las estructuras de organización clerical, como las describe Argelia Tejada, para escoger sus víctimas entre las más vulnerables.  Creo que esto último lo compartía la Madre Superiora en Doubt.  Por eso enfrenta, aun sin pruebas concluyentes, a un sacerdote en la primera conducta que se percibe sospechosa de pedofilia.

Pero en realidad, para nada cuentan prejuicios, circunstancias del caso,  prestigio, fama o posición del acusado. El sexo con menores es una ofensa criminal. Lo único relevante son las pruebas para demostrarlo, en un juicio que respete los derechos fundamentales.  Es ahí donde se espera que los representantes del Ministerio Público defiendan a las víctimas con  garras que se correspondan con la advertencia bíblica sobre el daño a los niños y el vínculo que atribuye la frase  “hijas del fiscal” en violaciones a quinceañeras. En el juicio deben presentar sólidas pruebas, refutar las del  imputado en el ejercicio de su derecho de defensa y evitar la intimidación a la víctima, sus testigos o familiares.  Otra responsabilidad que tienen es agotar los recursos de apelación y casación, si en primera instancia consideran mal aplicada la justicia.

Argelia Tejada ha hecho una reseña que justifica continuar el proceso que involucra a una niña de 15 años y a un sacerdote, donde denuncia manipulaciones, encubrimientos, valoración de pruebas y amenazas que recuerdan lo que pasaban los  negros que se atrevían a buscar justicia en el sureño racista.  En contraste, Rafael Alvarez explica que el religioso fue el objetivo de un andamiaje de maldades en que fue involucrada la menor. Que éste es la víctima de una campaña pública para dañar su imagen por los medios de comunicación y de irregularidades procesales en su contra que, si decide revelarlas, dejan mal parada a la justicia. Con esto, me imagino, Alvarez de los Santos se estará refiriendo al Ministerio Público, porque en su artículo alaba un fallo de los jueces que cree certero y definitivo al valorar una prueba escrita que, a mi entender, debe ser sometida al escrutinio de otros jueces. En un final patético describe su conversación con el sacerdote sobre la posibilidad de una demanda por daños a la familia de la menor querellante.  Con esto busca destacar una nobleza que todavía le falta por  demostrar al sacerdote en un tribunal distinto, tal vez sin darse cuenta que, vinculado al título de su artículo, el relato se convierte en amenaza velada a  futuros querellantes.

No entiendo el entusiasmo por querer cerrar en esta etapa un proceso que, por su naturaleza, debería satisfacer a todos los católicos que complete su ciclo jurisdiccional. Ese mismo que estuviese amparando al sacerdote en caso de veredicto desfavorable.  A menos que el ideal de justicia al que se aspira se limite a la amonestación escrita por lo doloroso del método con que fue capado el negro, este es un calvario legal que está llamado a cumplir en todas sus estaciones.  Entereza y valor se demuestra enfrentándolo con dignidad y sin las manipulaciones y atropellos que se denuncian contra los que ejercen el derecho de actuar en justicia ante ofensas criminales.  En la historia de la Iglesia sobran los ejemplos de quienes no temieron al rigor de una justicia pulcra o a los abusos de una deshonesta. Su confianza en la divina, los hacía inmune a la inconsistencia de la terrenal a la que El mismo se expuso.