Los testimonios de la resurrección de Jesús el Cristo son varios, pero determinados en los relatos de los Santos Evangelios y las cartas del Apóstol Pablo.
La fe de los cristianos está fundamentada en el cumplimiento de la profecía, el testimonio de vida, el ministerio sin paralelo, la intensa pasión, la dolorosa crucifixión, y la gloriosa resurrección de Jesús el Cristo.
La información de las expectativas de la intervención de Dios en la historia, y todo lo que sucedió desde el principio hasta el final de la presencia de Jesús de Nazaret, está plasmada en los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Es de lugar señalar que fueron cuantiosos los testigos oculares del resucitado Jesús después de su muerte en cruz en el monte Calvario, sepultado en una tumba, y evidenciado vivo después de tres días. Hablar de tres días no implica lapsos de cada 24 horas.
La primera evidencia de la manifestación que Jesús había resucitado y “vive”, fue el domingo temprano después del viernes de la crucifixión, cuando María Magdalena y otras mujeres fueron al sepulcro; mas, encontraron que la piedra que tapaba la tumba estaba quitada y que el cuerpo de Jesús no estaba en el lugar donde fue sepultado.
Al tener testimonio concreto de que Jesús el crucificado se había levantado glorioso de la tumba, María Magdalena fue instruida para llevar el mensaje apostólico de ir a informar a los discípulos del Maestro de Rabí, que “El estaba vivo”, y que los vería en Galilea como había prometido.
La Magdalena comunicó a los discípulos la buena noticia de la resurrección del Maestro como fue instruida, y Simón Pedro y Juan fueron al sepulcro para cerciorarse de que verdaderamente la tumba estaba vacía, y el crucificado Señor Jesús vive.
En horas más tarde de ese mismo domingo, dos discípulos del sacrificado Hijo de Dios, salieron de Jerusalén hacia Emaús que distaba doce kilómetros. En el camino fueron acompañados por un personaje que resultó ser Él Resucitado, a quien identificaron cuando fue invitado a quedarse con ellos, y al cenar, descubrieron que era Jesús, por la manera tradicional de dar gracias al comer.
Fue tan impactante el descubrimiento de la presencia real del Maestro, que la pareja devolvió esa misma noche a Jerusalén para contarle a los otros discípulos lo que había acontecido.
El testimonio de la resurrección se hizo aun más patente, porque el Señor se manifestó reiteradamente a sus discípulos y de manera dramática se presentó al incrédulo Tomás instándole a “meter sus dedos en sus llagas y la mano en la herida de su costado” (san Juan 20:27). Pero es Pablo, quien desvela de manera más convincente y reiterativa, lo que es el corazón o centralidad de la fe que tienen los cristianos en la resurrección del crucificado.
Es el Apóstol Pablo quien escribió a los fieles de la ciudad de Corintios (I Corintios 15:14), manifestándoles lo siguiente: “Si Cristo no resucitó, el mensaje que predicamos no vale nada, ni tampoco vale para nada la fe que ustedes tienen”. Por este señalamiento para fortalecer la fe, ensanchar la esperanza y profundizar el amor, los cristianos vienen cantando a través de los siglos: “¡Gloria a Cristo que ha triunfado de la muerte y del pecado! ¡Aleluya!