Este martes 2, junto a mi esposa, Luaiti, llegamos al Hospital Gautier a las 6:30 AM habiendo desechado la posibilidad de vacunarnos en el confort de un club social. Previsores, llevamos para la espera  dos minúsculos taburetes portátiles y material de lectura. Sin tales pertrechos logísticos la fatiga y el tedio pudieron hacernos desertar. Junto a nosotros llegaron dos jubilados de ese hospital a quienes les corresponderían los dos primeros turnos. La fila se hizo interminable y algo caótica. Después de las 8:00 AM cada segundo era eterno. La sala de vacunación lucía incólume, pero la abrieron después de las 9:00 AM.

Poco antes llegaron las televisoras. No di declaraciones porque mi laxitud podía provocar que otros envejecientes desistieran de ir a vacunarse. Empero, dije en tono bajo a un camarógrafo: “¡Vaya allá dentro y dígales que si no nos mata el virus, es casi seguro que nos aniquilará la fatiga!”

Hubo disputas verbales y aparecieron los intrépidos de siempre que interpretan mañosamente a su favor la parábola bíblica de que “¡Los últimos serán los primeros!” También surgieron los sempiternos que tienen padrinos que los privilegian. ¿Desaparecerían las pugnas por los turnos repartiendo cartoncitos numerados a mano?

Cuando me cansé de leer hice flexiones musculares e inicié reflexiones  mentales. Recordé que un cuestionamiento sanitario se volvió geopolítico pues se acusó a China de generar el virus y a la OMS de  connivencia con China. Ahora expertos independientes intentan investigar el origen del virus. Si el dictamen fuese absolutorio, en Oriente sería aceptado como “dogma de fe” y rechazado en Occidente por “sospecha legitima”.

Buscar culpables quedó de lado para priorizar la gran meta de la humanidad: crear una vacuna contra el virus. Las anteriores vacunas se desarrollaron con investigaciones que duraron décadas, no pocos meses, pero en medio de la peste varios países crearon múltiples vacunas, que  representan un triunfo científico de la humanidad con mayor trascendencia que viajes interplanetarios. Quedó superada la angustia generada por no existir un remedio para un virus altamente contagioso. La ONU, la OMS y algunos países proclamaron que la vacuna sería un bien público global. Antonio Guterres, secretario general de la ONU declaró en septiembre de 2020: “Necesitamos una vacuna asequible para todos, pensar que podemos proteger a la gente rica y dejar sufrir a los pobres es un error estúpido”. Por eso se creó la Facilidad COVAX para suministrar vacunas a por lo menos una parte de la población de países pobres. Varias farmacéuticas anunciaron que la venderían “al costo”.

Nosotros, y otros  países de ingreso bajo y medio, decidimos contratar vacunas a través de COVAX y también directamente con reconocidas farmacéuticas, sin optar por ser beneficiarios de donaciones Ahora, aunque tengamos contratos y dinero no han aparecido esas vacunas contratadas. La producción ha sido menor que la prevista y naciones desarrolladas contrataron unas dosis varias veces superiores a sus poblaciones, que les serán despachadas de manera prioritaria, en menoscabo de países pobres.

En la realidad de los hechos dependemos de países solidarios que tengan voluntad de suministrarnos vacunas sin retrasos adicionales. Para no dejarnos caer en la desesperación, la India ayudó a iniciar las vacunaciones donando un embarque y vendiendo otro menor. China ha dado un apoyo contundente supliendo grandes volúmenes para dar continuidad al plan de vacunaciones, con precio superior al de la India y de otros contratos incumplidos. No obstante, al margen de asuntos ideológicos y comerciales se reconoce que China ha hecho sentir su “soft power”, máxime que en esta coyuntura, más que en cualquier otra ocasión, el precio no es el factor de mayor relevancia, sino la vida misma. Necesitamos vacunas de inmediato y la  necesidad es ley suprema de vida. El anglicismo “time is money” lo transformó la pandemia en esta frase: “el tiempo es un asunto de vida o muerte”. Cada vacuna evita contagios y salva vidas.

Después de farragosa espera abandoné la fila de un agolpado pasillo y pasé a vacunarme en un pulcro salón. Fue como salir del purgatorio y entrar al paraíso. El procedimiento de vacunación estuvo bien coordinado. El personal fue eficiente y servicial. No he tenido reacciones colaterales adversas. Soy afortunado porque los humanos de todos los países hemos sido llamados a vacunarnos, pero pocos hemos podido ser escogidos. Mi esposa y yo somos dos de ellos. Ayudados ahora por citas previas, todos los dominicanos debemos salvarnos vacunándonos para también salvar  los otros.