Magisterio universal

La gran clave teológica del papa Francisco la determina su conciencia y alcance magisterial.  La apuesta del Papa por una enseñanza llana y a la vez profunda, arraigada en la tradición y también entroncada con los grandes temas de hoy, se puede preciar de su extendida difusión y recepción, donde las mediaciones de entendidos y de las estructuras eclesiales parecen no tener otro oficio más que el de sentirse interpelados por una enseñanza que ya no está en el contenido de lo que dice el Papa, sino en la conciencia del pueblo de Dios teóricamente puesto al corriente de los que enseña el Romano Pontífice.

Su enseñanza es un mensaje poderoso e inquietante con concierta el interés ya no solo de los contextos eclesiales de gobierno, sino en todos los estamentos eclesiales y en contextos extra eclesiales y de opinión pública.  Por eso su magisterio hace justicia a la denominación de magisterio universal, porque se puede considerar que sus enseñanzas tienen una pretensión que sobrepasa la cuestión eclesial, bien cabría una sosegada tarea de considerar la teología del Papa Francisco como una teología pública.

Teología crítica e interés público

Grandes líneas del magisterio pontificio del papa Francisco detentan la actualidad de grandes inquietudes científicas, intelectuales y culturales del momento actual, como la visión crítica de sistema financiero internacional (Evangelii gaudium 54), la crisis ecológica y el cambio climático (Laudato sí), las migraciones, los choques culturales y las grietas sociales (Fratelli tutti 16. 30), la fractura de la institución familiar y la emergencia de nuevos tipos de familias (Amoris laetitia 41) y una fuerte y decidida apuesta por la puesta al día de la comunidad eclesial frente a los grandes desafíos invitándola a revitalizarse desde las periferias existenciales (Evangelii gaudium 30).

Es la novedosa enseñanza que necesariamente se ha de convertir en una cuestión hermenéutica, en la criba que pasa por hacer distinciones fundamentales y poder así ponerse al corriente del mensaje nuevo y desconcertante del evangelio que sigue exigiendo odres nuevos para el vino nuevo (Mt 9,17ss).  Esta criticidad trasciende lo internamente eclesial y se vuelve una especie de episteme o lógica argumentativa parta reclamar a la sociedad de hoy un nuevo rumbo que ponga seguros a todos.

Hay argumentos suficientes para inscribir la teología de Francisco es la perspectiva de la teología pública y probablemente estemos asistiendo a un apuntalamiento importante de esta preocupación teológica por hacer de los grandes temas de la fe una repuesta elocuente y persuasiva a las grandes interrogantes de la sociedad actual, y así la fe no sea solo una cuestión privada o de la sacristía, sino una testimonianza sapiencial de la vida.

La fe cristiana como sabiduría

El magisterio pontificio de Francisco cabalga en la consideración teológica de que el discurso cristiano es dialogante, propositivo y articulador social.   Este proceder está en sintonía con la enseñanza teológica de su antecesor Benedicto XVI que apostó a hacer del testimonio cristiano un interlocutor válido y necesario para la construcción de la sociedad, haciendo causa común con la filosofía social de J. Habermas que buscaba vencer el reduccionismo civil según el cual la religión no tenía nada qué decir a las sociedades laicas.

La teología del papa Francisco transita un paciente y delicado sendero que va de lo pastoral y catequético a lo testimonial, personal y directo, haciendo de la narrativa cristiana una reivindicación de lo católico, y su pretensión universal, un ente vital y fresco que ofrece una perspectiva desde la cual releer el mundo y auscultar en Él las mociones del Espíritu, la voz de Dios que sigue hablando hoy al mundo.

Esa fuerza testimoniar pone lo cristiano como una mística especial de vida con la que es preciso entrar en contacto dado su aval sapiencial y milenario en cuya sintonía sigue conectada la Iglesia como organismo vivo que conserva y a la vez transmite la vitalidad del evangelio de Jesucristo.  En el fondo es la sabiduría de lo cotidiano, del santo de al lado, que sigue ofreciendo un valor fundamental que edifica la comunidad humana, el arte del discernimiento (Gaudete et exsultate 167), distinguir para comprender y vivir mejor.

Teología de la conciencia

Es más que obvio que el mundo actual está más que nunca atravesado de grandes y graves dilemas éticos. La orientación decisiva del ser humano pasa por la tarea de resolver incontables complejidades que entran en conflicto no solo de intereses, sino de valores diversos, donde solo una escucha atenta y juiciosa de la voz interior del hombre puede dar con posibles caminos de resolución.

Por tanto, se advierte en las enseñanzas del magisterio del papa Francisco una decidida apelación al santuario más profundo del ser humano, la conciencia, esa ley moral que el hombre no dicta así mismo y que le dictamina acerca de lo que es o no justo (Gaudium et spes 16).  Es así como el Papa recupera la centralidad de esta cualidad que se inscribe en la dignidad humana como principio que la reivindica junto a la libertad (Catecismo de la Iglesia Católica 1776-1781).

Se apuesta a una resolución de las grandes interpelaciones humanas desde las personas mismas, invitadas a escuchar la voz de Dios (Sal 27,8; 32,8), mirando su situación particular (Amoris laetitia).   La conciencia recobra en la teología del Santo Padre un sitial neurálgico que invita a entrar en una suerte saber pausado, paciente y prometedor, en el que continuamente las personas son invitadas a pensar en su autonomía más humana y profunda, la que viene determinada por la conciencia moral.

El discernimiento, una categoría clave en la espiritualidad ignaciana, es tal si la conciencia personal y bien formada entra en juego, y siempre se está discutiendo acerca de lo que Dios pide y quiere como voluntad suya, de aquello que lo aparenta o que lo opone (Meditación de las dos banderas).

Una eclesiología del sensus fidelium

Siguiendo este orden de cosas puede concluirse que la teología de Francisco aterriza en una eclesiología del sensus fidelium, categoría según la cual la comunión de fe y culto de todos los bautizados es la realidad última de interpretación de la Palabra y los signos de los tiempos, gracias al don del Espíritu que asiste a quienes permanecen fieles a Dios dentro de la Iglesia.  Este sentido de la fe entendido desde el pueblo de Dios está a la base de su actuación magisterial entendida como un sensus fidei que reside en la sinodalidad de toda la Iglesia.

Este espíritu distintivo de la vida eclesial busca ser un germen de entendimiento entre los diversos actores que componen la sociedad, así la fe cristiana está cumpliendo su rol social de colaborar con el bien y edificación de la comunidad humana.

Por estas líneas escuetas es que nos atrevemos a inscribir la teología del papa Francisco en las pretensiones de la llamada teología pública.