Para aproximarme a la vida de los dembowseros hago un paseo imaginario por su adolescencia. Viviendo en la pobreza, en la búsqueda de identidad, de autoafirmación, les pasa como a todos: la necesidad de simbólicamente “matar al padre”; metáfora freudiana para indicar el proceso psicológico que permitirá al adolescente dejar la infancia para empezar su nuevo rol en el mundo adulto. Significa romper con la tutela paterna y encontrar el camino de la autonomía.
Pero matar a un padre ausente (en el artículo anterior presumimos una familia monoparental con la madre como jefa de hogar) solo es posible por sustitución. En este caso, la función paterna es suplida por las instituciones, como la familia, escuela y la iglesia, pero que paulatinamente fueron desplazadas por la televisión como principal proveedora de las pautas culturales básicas para la integración del individuo a la sociedad. El asesinato simbólico del padre-Estado lo hace desertando de la escuela, secularizándose de tal manera que la iglesia no interfiriera en su conducta moral y sustituyendo a la televisión por la internet.
Ese proceso suele ocurrir en la edad donde predominan las preguntas por encima de las certezas: la adolescencia. ¿Quién soy? ¿Dónde estoy? ¿Hacia dónde voy? adquieren una connotación trágica en la pobreza, en la marginalidad. Sencillamente, esas preguntas se estrellan con la miseria de un paisaje signado por el desempleo, el hambre, la escasez en todos los ámbitos de la vida cotidiana.
Al intentar responderlas, esencial en la formación de una estructura psíquica estable, enfrentan la dificultad de la ausencia de una figura paterna que les oriente. Papá biológico y papá Estado les fallaron, en consecuencia, la calle provee, y lo hace a través de la pertenencia a un grupo o una figura que le brinde la sensación de protección, que en muchas ocasiones es el narcotraficante del barrio. En este punto es cuando se aprecia con claridad la relación de la cultura con la identidad: el futuro dembowsero se reconoce diferenciado del Popi, y se sabe un Wa Wa Wa.
Las ideas dominantes en una sociedad son las ideas de las clase dominante, y en el capitalismo el rasgo más estable de la cultura es la producción de mercancías. La conversión del valor de uso en valor de cambio imposibilita la autonomía del sujeto.
La cultura no cae como un maná del cielo, necesita sus aparatos inoculadores que la difunde, establece y estabiliza en un equilibrio dinámico que le permite reaccionar ante los cambios, detectando las señales y adaptándose. Toda cultura que pierda la capacidad adaptativa desaparece. Paradójicamente la emergencia de subculturas permite el despliegue de esa capacidad adaptativa que le garantiza la estabilidad estructural al modelo dominante.
Sin embargo, cuando una subcultura desarrolla contradicciones antagónicas con el modelo cultural vigente, se transforma en contracultura, expresión manifiesta de grupos que ya no se encuentran, ni integrados ni protegidos por la sociedad que heredaron. La juventud es una característica de los movimientos contraculturales, que cuestionan principios y valores sociales (familia, educación, religión, etc.) hasta la impugnación y rechazo a las instituciones coercitivas del Estado y el resto de los denominados poderes fácticos. El enfrentamiento en el plano simbólico se explicita a través del lenguaje, la moda, el consumo de drogas, el arte, principalmente en la música y la pintura. En el caso del más conocido movimiento contracultural, los hippies, además de las anteriores, la artesanía y las comunas fueron características diferenciadores en la intención de buscar una forma de vida alterna.
En nuestro país los dembowseros, forman lo que algunos teóricos llaman una subcultura de rebote; asimilaron lo que le llegó de la metrópolis, especialmente de su colonia de ultramar, Puerto Rico, a través del movimiento del reguetón, su origen.
La pregunta obligada es si nuestros dembowseros pueden considerarse un movimiento contracultural. ¡De ninguna manera! A pesar de que son jóvenes, marginados, subvierten valores tradicionales, una forma de vestir que los distingue, una manera de expresión oral profana en tanto desacraliza hasta las formalidades del lenguaje coloquial, la sustancia vital, lo que da sentido a sus vidas es el consumismo exacerbado. Lejos de rechazar la sociedad que los oprime, la desean, es la nostalgia por el padre, cuya muerte dejó una herida que no termina de cicatrizar.
Sus más notables líderes proyectan un discurso inodoro, inocuo para los intereses de clases del sistema que los acorrala. La simple negación no genera confrontación de un modelo societal alternativo. En este caso, discursivamente se expresa un apego casi neurótico a la fascinante vida de las clases privilegiadas, que terminan constituyendo un aspiracional. En ese sentido, pululan en la dualidad de dos mundos: al que efectivamente pertenecen y el que aspiran.
Esa disonancia del estatus, tienden a resolverla mediante el fetichismo de la mercancía. Compradores compulsivos de productos sin considerar su funcionalidad sino el estatus que le otorga la propiedad. Pero esa dualidad se expresa también entre el deseo de aceptación del grupo dominante y la rispidez con que lo enfrenta, indicador de la doble lealtad o lealtad dividida entre dos mundos.
En el consumo de bienes suntuarios colindan con el homosexual travesti, que exagera tanto las características externas y el lenguaje corporal de la mujer hasta convertirse en una caricatura. Los dembowseros dominicanos son la caricatura del Popi que le sirve de referencia.
¿Hacia dónde se dirigen? Intentaré responder considerando dos artistas urbanos que se salen del montón. Mozart la Para y Toxic Crow.
En una entrevista, Mozart confiesa que escasamente se presenta en discotecas, sus actuaciones se concentran en fiestas privadas y familiares; por demás, muy bien remuneradas. Deja claro que todo lo que hace es por business, consciente de que; la cultura del despilfarro entre sus homólogos tiene un límite, ahorra e invierte. Su nivel de aceptación entre las clases altas y capas medias empezó con desechar el lenguaje de calle y limpiar su lírica. Hoy es toda una personalidad en proceso de completar la integración al establishment.
Toxic Crow acusa una conducta similar, ingeniero de profesión, invierte en la construcción de apartamentos, y probablemente es el mayor agente inmobiliario de Santo Domingo Este. Es todo un empresario.
En ambos se aprecia la estilización del vestido y minimización de groserías en el lenguaje. Ciertamente, persisten todos los símbolos identitarios, pero atenuados, como respuesta a su evolución, a la nueva situación socioeconómica que está dejando atrás al marginado.
Existen otros, pero como el azúcar que todavía no ha pasado por la refinería.
En conclusión, los dembowseros dominicanos, representan una subcultura que no tiene el rango contracultural. En la medida que algunos de sus miembros hagan lo propio para ser aceptados por las clases privilegiadas, la cultura oficial no tendrá ningún problema en asimilarlos, y para tal fin, no precisará invertir el significado de sus símbolos y la banalización de estos mediante la producción en serie. Su naturaleza no impugnadora los coloca en la condición de actores voluntarios para la asimilación sin ruptura ni conflictos esenciales.
Sin embargo, los dembowseros están, existen, se reproducen, y significan un malestar en la sociedad. El que no sea un movimiento contracultural no le quita la condición de minoría a la que debemos entender y respetar. Su evolución está por verse, solo espero, la emergencia de algunos exponentes que, apropiándose de una lectura crítica de la realidad, se integren a un movimiento más amplio que tenga la finalidad de proponer una sociedad más democrática, justa e inclusiva.
¿Me copiaron? ¡Ta tó!