Por largos años padezco un gran dolor en la cultura, y me la paso esquivando misiles que desde la “otra realidad” me tiran por doquier. En muchísimas ocasiones salí ileso de atentados dirigidos a provocarme daños cerebrales irreversibles; otras tantas me las ingenié para eludir cohetes portadores de ojivas que al explotar disparan palabrejas de imposible descodificación, de esas que matan al espíritu, y cuando no, dejan secuelas de efectos secundarios, como el pesimismo y la desesperanza.
Tal vez porque la militancia política de izquierda me enseñó a enfrentar los miedos, por 15 días me sumergí en un inframundo, desconocido y lejano a mi experiencia vital. La ignorancia fue mi Sancho en todo el trayecto por esa galaxia interior con su sistema de constelaciones, estrellas fugaces, agujeros negros, y nebulosas. En fin, un mundo subterráneo que fue paulatinamente emergiendo a la superficie de la vida social dominicana, ocupando hoy el espacio propio de una subcultura que en teoría, potencialmente tiene la posibilidad de transformarse en un movimiento contracultural.
Más que afirmaciones tengo preguntas surgidas desde esta aún tímida, ingenua y exploradora mirada.
Me refiero al dembow, nacido en Jamaica, pero adaptado con nuevos colores en el país, provocando crispación a los de mi generación, más específicamente, a los que no formamos parte de la marginalidad económica y social. La inmersión fue virtual, observando desde plataformas digitales, youtube, y una conversación con El Negro, amigo que años atrás dejó sus estudios de medicina para intentar construirse un futuro a través de la música urbana.
“Alofoke Radio Show” fue mi principal observatorio. Es un canal digital propiedad de Santiago Matías, considerado el promotor más sólido de la denominada música urbana en el país. En mi “inmersión” pude conocer un número considerable de artistas de ambos sexos, dembowseros en su mayoría, y otros que al menos empezaron como raperos o reguetoneros. En los primeros avistamientos debí aguantarme las ganas de tumbar eso, ¡perdón!, desistir. Sin embargo, más pudo el hambre de saber que el miedo a enfrentarme a lo desconocido.
Entre los aspectos formales y comunes en el grupo observado encontré: el tatuaje, nombres artísticos que no coinciden con el de pila, vestimenta, pelo regularmente teñido de colores metálicos; prendas(reloj, pulseras y cadenas) el conjunto se denomina blin blin; lenguaje corporal enfático, y sobre todo, una jerga especial de difícil comprensión para los extraños al entorno. Definitivamente es un mundo donde la fuerza de los símbolos y la identidad van de la mano.
Empero, el lenguaje oral fue el vehículo principal que me condujo a capturar una primera aproximación a la visión del mundo (ideología en su matriz marxiana) hegemónica en los dembowseros. Resaltan el comsumismo puro y duro; la misoginia; la disolución del ser en el parecer; el machismo en su versión más primaria; la concepción mariana de la madre; hipersexualidad, que además sugiere un aprendizaje a través de la pornografía; exaltación de la violencia verbal (no capté la física, solo en el discurso se recurría a evocarla) y finalmente, la competencia que, como valor, predomina sobre la cooperación. La solidaridad suele aparecer como elemento cohesionador del grupo de pertenencia, fuera de él, apenas existe cuando las relaciones primarias entre individuos son fuertes.
Frecuentemente hablaron de Dios haciendo depender el éxito de su voluntad, sin embargo, me pareció extraño que no se definen fieles a ninguna denominación religiosa; es una especie de cristianismo sin el Cristo en su universo vocabular; lo que podría indicar que creen, pero no militan; una fe adquirida culturalmente, y como su música, es de oído.
Lo evidente es el culto al dinero, y para adorarlo, cada individuo es un apóstol; los más exitosos operan como sacerdotes católicos con una “indumentaria sagrada” de marcas, zapatillas carísimas, y una cadena gruesa sustituyendo al crucifijo, pero la verborrea tiene más similitud con el pentecostalismo libre, denominación religiosa de mucho arraigo y crecimiento entre los sectores marginados. En esa cosmovisión llegar al paraíso significa adquirir un automovil de alta gama.
Sin embargo, la característica que a mi modo de ver es causa principal del rechazo (también de aceptación) es la lírica de sus canciones. Se les acusa, con razón, de usar un lenguaje soez, ríspido, grosero, que incita a la violencia, al sexo y consumo de drogas. Lírica montada sobre una pista musical extremadamente simplona, repetitiva, carente de armonía, más emparentada con el ruido que a la fascinante combinación del sonido con el tiempo.
Quienes levantan esos argumentos tienen razón, pero no estoy plenamente convencido de que sus juicios sean exclusivamente éticos y estéticos. No lo estoy porque cuando los jóvenes de las capas medias se congregan para disfrutar la música electrónica, “rave” de patrones ritmicos repetitivos hasta el cansancio, luces deslumbrantes, y consumo masivo de narcóticos (en el país se privilegió las pastillas de éxtasis) la sanción social y moral es prácticamente inexistente. Entonces, asumo como razonable entender que el rechazo a los dembowseros también tiene un componente clasista. El típico miedo a los bárbaros.
Algo parecido ocurre con la incitación al desenfreno sexual en los parties por lo que tanto se ataca a los músicos urbanos en general. Una joven amiga, clasemediera, titulada en el extranjero, catedrática universitaria, etc., me confesó que en los encuentros de rave music, se ingiere un tipo especial de éxtasis que incrementa al máximo el deseo sexual, sin que haya manera de evitar la consumación del acto. La diferencia reside en que la información la obtuve por confesión… no se ventanea, ¡perdón de nuevo!, ventila publicamente por los medios tradicionales de comunicación y las redes sociales.
Procedentes de la marginalidad, excluidos de la mirada asistencialista del Estado; teniendo a la calle y el ghetto como principales agentes de socialización, estos jóvenes nos muestran mucho más de lo evidente; el problema es que nos resistimos a verlos como una “síntesis de múltiples determinaciones”, si cabe la expresión que el barbudo conocido usó para definir lo “concreto”.
Ellos tienen sueños, el principal es salir del hoyo. Lo realmente destacable es cómo lo bregan, perdón, trabajan para lograrlo. Enfrentan obstáculos inimaginables, rompen barreras, insisten obsesivamente hasta alcanzarlo. En ese aspecto pueden darles cátedras a los conocidos gurúes de la autoayuda y a los teólogos del bienestar.
En la dimensión de los valores, la cuasi religiosa devoción por la madre es un hecho. La aspiración máxima es comprarle una casa a la progenitora y ponerla full de tó; la recurrencia en tal determinación sugiere la procedencia de un hogar monoparental teniendo a la mujer como jefa de hogar. Solo una investigación podrá determinarlo porque si nos ponemos a esperar el Censo…
Otra característica notable es que nadie como ellos supo explotar las posibilidades de negocios (siempre dicen business) a través de plataformas digitales como Youtube e Instagram. Son los verdaderos reyes de esos reinos; han hecho de la búsqueda de views una cultura laboral. En ese aspecto los percibos mejores emprendedores y creativos que David Collado.
Nacidos y criados en la sociedad de la comunicación, la información, la tecnología y el espectáculo, aprendieron que frontiar, ¡perdón de nuevo!, quise decir mostrar, adquiere una categoría ontológica: lo que no se ve no existe. De ahí el culto exhibicionista de sus logros materiales porque los visibiliza, adquieren un estatus, los transmutan a la condición del “alguien”, y sería mucho pedirles el regreso al anonimato en el que siempre vivieron en condición de oprimidos y exiliados de los ítems que definen el derecho a una vida digna. Al fin y al cabo, la exposición constante en los medios no la inventaron ellos, simplemente la aprendieron y recrearon con mucha imaginación.
De igual modo, cuando se les señala como productos del submundo del narcotráfico, en el fondo se les imputa la consecución del éxito económico en un proceso que se persiguen los fines sin considerar los medios. Mi respuesta a esta postura ética es idéntica a la anterior: lo aprendieron, no se lo inventaron. No pocos intelectuales de las ciencias sociales plantean que en el país se vive un proceso de acumulación originaria permanente, aludiendo a los mecanismos extraeconómicos de que se valen las élites para la reproducción ampliada del capital. La rapacidad induce a usar medios más propios de los albores del capitalismo, teóricamente inexistentes en su etapa neoliberal. Con solo acercarse a la historia de algunos grupos económicos y financieros del país se constata que entre fines y medios no existen mediaciones. Su moral es la moral de la ganancia…pero de la ganancia extraordinaria. En ese sentido, estos jóvenes tuvieron excelentes maestros, y como siempre, se sanciona a los alumnos, que si además, les comen un pedazo al pastel del mercado, los satanizan.
Por todo lo anterior siento que necesitamos despojarnos de prejuicios y tratar de entender antes de rechazar. Entender, comprender no necesariamente conlleva a aceptar, pero ayuda a encontrar mejores vías de convivencia, mayor tolerancia y respeto al diferente, algo esencial en una sociedad democrática.
Esta limitada descripción del mundo de los dembowseros obliga a preguntarme si tras el clamor de que “adecenten” sus letras no se esconde la indecencia de censurar un discurso que independientemente de la forma, saca a la superficie una situación de opresión e injustica social. También me pregunto cómo se puede pretender cambiar hábitos y modos de vida haciendo poco o nada para transformar la realidad socioeconómica y cultural de donde proceden.
Me pregunto más. ¿Los que piden el cambio resistirían que varios de ellos evolucionen como René Pérez (Residente) que desde la alienación escaló a la impugnación del neocolonialismo y a la crítica al capitalismo salvaje? Sinceramente creo que no.
Por último, dado su crecimiento numérico, pero especialmente su gran influencia entre los jóvenes de todas las clases sociales, ¿los dembowseros se pueden considerar un movimiento contracultural en ciernes? ¿Los son dentro del movimiento de artistas urbanos? ¿Tienen la oportunidad de pasar de la impugnación al desplazamiento total o parcial del sistema cultural establecido? Por el contrario, ¿tienen una vida pasajera, no trascendente, facilitando su aniquilación o asimilación por la cultura oficial?
Por razones de espacio intentaré responder algunas de ellas en la próxima entrega.