El hambre mata a diez millones de personas al año, 25 mil diarios y cinco cada segundo. Datos espeluznantes si tomamos en cuenta que en todo el globo se producen anualmente alimentos para nueve mil millones de personas y la capacidad productiva de la tierra del planeta dedicada a producir alimentos (17%) bastaría para alimentar a doce mil millones de personas durante doce meses.

En su más reciente informe sobre el estado de la seguridad alimentaria, la Organización Mundial de la Salud dice que “el hambre ha aumentado en los últimos tres años, volviendo a los niveles de hace una década.  Este retroceso envia una señal clara de qué hay que hacer más y de forma urgente si se pretende lograr el Objetivo de Desarrollo Sostenible de alcanzar el Hambre Cero para 2030.”

Sólo nueve millones de las personas que están desnutridos viven en los países desarrollados, 25 millones en los países en transición y ¡820 millones en los países pobres! En términos porcentuales el 96% de los hambrientos del mundo sobreviven en los países pobres. El hambre no es consecuencia de la pobreza, es una de sus causas fundamentales. Reduce a cero las capacidades productivas del ser humano. Aunque se aborda desde el ámbito científico, es y debe ser siempre un tema político.

El impacto del cambio climático y las crisis económicas afectan de manera sensible los sistemas alimentarios.  La producción de alimentos es golpeada por la irregularidad de las temporadas de lluvia, el incremento de la sequía en zonas del mundo de alta producción agrícola, así como los episodios frecuentes de calor extremo que hemos vivido en la última década contribuyen a la falta de disponibilidad de alimentos y el consecuente aumento de precio, lo cual reduce las posibilidades de la población de comer bien.

La deuda externa de los países pobres asciende a dos millones de millones de dólares; condonando la mitad e incentivando programas como “Hambre Cero” (Brasil), en cinco años, la cantidad de hambrientos o mal nutridos se reducirían en un 50%.  El desarrollo de nuevas tecnologías para producir alimentos en condiciones climáticas adversas, mientras se controlan o disminuyen las emisiones netas de carbono nos impulsaría indudablemente hasta la meta que nos hemos propuesto de erradicar el hambre en 2030.

Construyendo un nuevo paradigma para la agricultura en donde primero se produzca para autoabastecernos, dedicando los excedentes a la exportación, estaremos dándole otro gran golpe al hambre.

Enunciar soluciones, es mucho más fácil que aplicarlas, sobre todo si falta voluntad. ¿Habrá que esperar a que la humanidad se consuma en cruentas guerras civiles e internacionales por los escasos alimentos producidos en el Planeta, insuficientes para alimentar los diez mil millones de habitantes que seremos en 2030?

El autor es Secretario de Educación del Partido Revolucionario Dominicano.