En el fondo, lo que impide los acuerdos para avanzar en los temas sustanciales, como la ley de partidos, la actualización de la ley electoral, y los pactos eléctrico y fiscal, no son solo los intereses de grupos, por mucho que estos sean y traben los esfuerzos. Es el miedo a la concertación el que detiene las manecillas del reloj. El temor a conciliar las diferencias bajo la creencia de que ceder en aras de una buena negociación es claudicar ante el adversario. El terror que les inspira al liderazgo político ir a la casa del contrario y pactar acuerdos, por más que esos tratos sean de urgencia capital para la nación. El horror que les produce un tuit crítico en las redes.
A veces suelo preguntarme la razón por la que los verdaderos líderes de oposición eluden el trato directo con sus pares en el gobierno. A algunos les he inquirido, por simple curiosidad y sin lograr respuesta, porqué en lugar de perder el tiempo en reuniones improductivas con gente sin real poder de decisión no se acercan al de arriba. Por qué no toman el teléfono y le dicen al que tiene la llave en sus manos: “Vamos a resolver esto de la mejor manera para el país, como demócratas, buenos patriotas y amigos que somos”. Es lo que comúnmente se hace en los países que miran hacia adelante y dejan un poco atrás el pasado. Y es como proceden aquellos que entienden que el presente es la única oportunidad que tenemos de construir el futuro.
Esa y no otra es la razón de que las iniciativas vitales que requieren de consenso se llenen de moho y al final pierdan todo su valor. La causa de que no se apoye un programa de enorme valor social sobre el que se está de acuerdo, por creer que se le daría así un triunfo al contrario. Es esa la razón por la que no crecemos espiritualmente, a despecho de nuestro enorme crecimiento material. Lo que explica nuestra pequeñez y la falsa creencia de que el fracaso de un gobierno es el camino más directo al poder.