La FAO ha dicho que en la República Dominicana hay manchas de hambre en varios puntos del país, a pesar del crecimiento económico; y con eso, además de darle un golpe severo al discurso del PLD de que el país progresa y ha llegado al nivel de estar compuesto por clases medias, pone en relieve un tema que debe ser de principal atención al propósito de cambio democrático post 2020.

Hay crecimiento económico, y paradójicamente también hay zonas en que la gente pasa hambre y hay pobreza por todas partes. Porque la desatención pública en áreas rurales mantiene la pobreza en las mismas, pero también genera la migración a las ciudades y otros lugares, de gente que les huye a las limitaciones materiales, pero también la lleva a estos lugares de destino donde sigue siendo pobre.

En realidad, puede decirse que la economía dominicana ha crecido siempre. El decrecimiento es una rareza desde 1844. Un estudio del profesor Arturo Martínez Moya, publicado por el Archivo General de la Nación, pone en relieve que, en 162 años, desde 1844 hasta el 2006 hubo crecimiento económico a una tasa media de 4.2%; período en el cual se multiplicó por 500 veces, con una tendencia a duplicarse cada 17 o 18 años.

En los últimos 60 años ha habido crecimiento todo el tiempo.

De manera llana, esto quiere decir que el pueblo trabajador ha generado riqueza nacional durante siglos; hecho que debe llamar la atención respecto a por qué en un país con todo este resultado desde 1844 hay tanta hambre y pobreza.

No puedo hacerme el desentendido de mi militancia marxista y dejar de denunciar una de las causas principales, cual es, la relación capital/ trabajo en el proceso productivo, en la que hay una distribución exageradamente desigual del resultado de lo producido, a favor de los capitalistas y en detrimento de los trabajadores.

Pero bien. La solución de esta contradicción no es la que se discute con miras a los cambios democráticos que debe  abrir un cambio de gobierno en el 2020;  aunque es de plantearse  una mejor valoración del trabajo a través del salario y otras reivindicaciones sociales, y la conquista de la libertad sindical, que redundaría en favor de estas.

El cambio democrático debería cambiar las bases del modelo de crecimiento y apuntar en el sentido del desarrollo económico..

Porque el desarrollo es un concepto que presupone el crecimiento, pero implica un impacto en la mejoría de las condiciones de vida de los trabajadores y el pueblo en general; atención al uso y preservación de los recursos naturales para que sirvan a las presentes y futuras generaciones; aprovechamiento de los resultados del crecimiento mismo para diversificar las bases productivas del país.

El desarrollo viene siendo una ecuación que relaciona de manera directa variables como, el crecimiento económico; el bienestar social y espiritual creciente del pueblo, la transformación de las bases materiales y fuerzas productivas del país, y un régimen político y social que garantice la seguridad ciudadana y social, con participación democrática en las decisiones públicas relevantes.

El país ha pasado de uno a otros modelos de crecimiento económico sin que haya tenido lugar ninguna de esas variables del desarrollo. El actual es peor, porque sigue centrado en el turismo, las zonas francas, y el gobierno actual lo ayuda endeudando cada vez más el país.

Han sido, y este es, modelos de “dumping” social y ecológico. De dumping social, porque logran crecimiento sobre la base de mantener una política salarial restrictiva y su pareja inseparable que es la prohibición a la libertad sindical; además de un peso devaluado y altas tasas de desempleo; que, en suma, deprimen la capacidad de consumo de las mayorías. Barnizado con políticas de caridad pública a través de la tarjeta solidaridad y otras, para apaciguar las tensiones sociales que el mismo modelo genera.

De dumping ecológico, porque permite a los inversionistas extranjeros en minería y proyectos turísticos, que sin tener que pagar costos, destruyan bosques, manglares, áreas de corales marinos, afecten cuencas acuíferas y otros daños.

Además de que el gobierno focaliza la inversión pública en las áreas geográficas en las que el capital supone la más alta rentabilidad, dejando deprimidas, en abandono, a otras donde también vive gente, pero no son atractivas al capital.

La nación, país y trabajadores dominicanos debemos salir de esa trampa económica y la política que la garantiza. Y en su lugar, poner un modelo que tenga como esencia el desarrollo de la producción, recursos y fuerzas productivas nacionales (tecnología, educación e investigación apropiadas); el trabajo bien remunerado; la preservación de los recursos naturales y su uso para el bienestar de las mayorías presentes y futuras; localización de la inversión en todos los municipios del país, pensando más en la gente y menos en la rentabilidad del capital. Todo en el marco de un régimen político verdaderamente democrático.