El gobierno arriba a un nuevo 16 de agosto. La popularidad alcanzada y retenida denota como el mayor rasgo. Una popularidad que es del presidente y fruto de su estilo, con el que sin duda ha logrado imprimir un sello identitario a su administración. Lo ha hecho bien en el sentido de que ha constituido una estética propia, de una sencillez atractiva y con un exitoso dominio de las coyunturas.
En la gestión, los avances son visibles. Muchos más, en calidad y cantidad, que los desaciertos. Sin embargo, padece algunas sombras que son, en su mayoría, el fruto de una serie de acuerdos y lealtades definidas a lo interno del Partido de la Liberación Dominicana y sus satélites del llamado Bloque Progresista.
A pesar de los esfuerzos por mejorar el sistema de compras y contrataciones, del impulso de los sorteos de obras, hay un peso cernido sobre la sociedad dominicana que amenaza no solo a la imagen del gobierno actual.
Ambos temas (corrupción/impunidad y migración haitiana) se han constituido en los dos elementos centrales del debate público, tras años de silencio marcado por la “falta de conceptualización” que imponía la escasez de interlocutores de la era Fernández
También compone los flujos de mensajes, la dinámica discursiva del actual momento político, atando a un elemento central y excluyente: la impunidad y la corrupción. El debate ha asumido esta temática como la más importante, sin esto verse en los consensos y lecturas de la percepción mayoritaria.
Por otro lado, el auge que, tras la sentencia 168 del Tribunal Constitucional, ha tenido el tema migratorio compone la hegemonía discursiva de un populismo a dos bandas. Así, la vida pública se alimenta de dos enfoques: por una vía, el de los sectores sociales y alternativos (más a la derecha que nunca) y por otra, en la ultraderecha nacional-populista enquistada en el Poder Ejecutivo.
Ambos temas (corrupción/impunidad y migración haitiana) se han constituido en los dos elementos centrales del debate público, tras años de silencio marcado por la “falta de conceptualización” que imponía la escasez de interlocutores de la era Fernández.
Su liderazgo disfuncional, hiper-patrimonialista, definía el curso de las políticas públicas alejado de sus primeros pasos en el Diálogo Nacional. Pasado el silencio, llegado un nuevo interlocutor, ya las energías estaban alineadas. Centrarse en las demandascontra la impunidad, positivas y con razón de sobra, nos ha dejado huérfanos y posiblemente nos condene a repetir historias indeseables. En el mismo tono se dan los enfoques discursivos del varias veces candidato independiente Guillermo Moreno y del sector disidente del PRD, encabezado por Luís Abinader e Hipólito Mejía.
El debate se ha enrarecido en esta dicotomía temática y el gobierno, casado con la comunicación mecanicista y la dinámica hacer-informar, presenta problemas para construir un hilo conductor que sitúe sus temas en la opinión pública. Se trata de un gobierno de luces que no logra instalarlas, pero aún en esta situación, mantiene respaldo. El éxito logrado impide ver la potencialidad de morir de éxito.
Así las cosas, cada medida gubernamental trae el consabido rechazo porque “se lo están robando todo” o “mientras no se atienda la impunidad todo esfuerzo será en vano”. Y la respuesta necesaria a esta manía, al camino fácil del discurso honestista, es: reaccionar contra la impunidad odesarrollar estrategias para condicionar las agendas. Prohijar un acercamiento a los distintos sectores de la sociedad desde temas donde sí hay focos de atención mayoritaria.
Abandonar la lógica reactiva de la comunicación cuesta romper paradigmas. Sin embargo, mantener a la sociedad entre dos fuentes inagotables de emociones negativas, ventilando todo desde el grito anti-político genera peligros insospechados.
Y es que parte de la función de la comunicación pública es educar a las audiencias. En ese sentido, mantener un debate aislado de los problemas de primer orden, de los temas claves estructurales del país, abre paso a ganancia de pescadores de río revuelto.
Esos actores que dominan la arena pública, sin contar con legitimidad y el respaldo de las simpatías electorales, impiden la evolución de las agendas y la democratización de las políticas públicas. Hay el peligro de un escape antidemocrático (con una oposición neutralizada en luchas intestinas) en el “buenos y malos” y el discurso del miedo a una “invasión” y una “fusión” de estos actores.
La hegemonía discursiva de estos dos frentes temáticos, uno (la corrupción/impunidad) con gran capacidad para desarticular y neutralizar consensos y audiencias (clase media y media alta) y otro (el migratorio) con gran posibilidad de generar respaldos coyunturales catastróficos para la salud de nuestra frágil democracia.
El gobierno dominicano debe enfrentar los conflictos (tan naturales en toda interacción política) con una óptica construccionista que permita situar en la agenda los temas que atañen a las mayorías. Los sectores sociales deben retomar la arena pública e interactuar desde los grandes temas.
Es necesario acercar la agenda pública a la gente. De otro modo, la dinámica actual terminaría alejando aún más a las dominicanas y dominicanos de los temas nacionales y constituyendo esas minorías extorsivas de los pseudo-aliados del PLD, en canales para experimentos políticos lamentables. Espero estar equivocado.
El autor es escritor y estratega en comunicación.Socio gerente en nazariocomunicacion.com.