La sociedad dominicana tiene varios debates pendientes que necesariamente tendrán que darse en su momento. En temas que, si aspiramos a un país avanzado, de desarrollo humano sostenible y culto donde la mayoría de la gente viva decentemente, tendremos que abordar. Uno de esos debates tiene que ver, en nuestro criterio, con la televisión dominicana. El contenido televisivo de cada país, dada la centralidad que tiene este medio, es, en buena medida, reflejo de esa sociedad. Dice mucho sobre los niveles educativos, capacidad reflexiva, mentalidades y aspiraciones del país en cuestión. Ante lo cual cabe preguntarnos, ¿qué dice la televisión dominicana de nuestra sociedad?

La televisión no solo es un medio de comunicación en sí, antes bien es un poderoso mecanismo de construcción de sentido. Esto es, de definición de mentalidades y consensos. En países económica y culturalmente subdesarrollados como el nuestro, millones de personas, consideran que lo que sale allí es de por sí “verdad”. Se asume a la televisión, con su carga de “híper realidad” ya que es lo que se ve, como generadora de estatutos de verdad. Si un tema no es contenido televisivo no “existe” o no es suficientemente legítimo como para reproducirlo o asumirlo. Así las cosas, la televisión, por tanto, no debe analizarse desde la neutralidad. Pues es un medio que construye sentido y verdad, y de ahí, crea marcos donde se generan mentalidades que asumen amplios segmentos de nuestras poblaciones.

De modo que la televisión tiene mucho que ver con qué intereses están detrás de lo que vemos en ella. Es decir, el contenido y la forma en que éste se proyecta en dicho medio no es neutral. Hay miradas sobre la realidad, opiniones e intereses que determinan esos contenidos. Y que, a su vez, definen en cómo los asume la gente; esa población poco crítica y relativamente pasiva que mayormente se para ante su televisor para relajarse. Que, tras un día largo de trabajo y presiones de la vida cotidiana, utiliza la televisión para descansar. Así, el momento en que ve televisión es poco dado a la reflexión. Uno de los grandes poderes que, en estos tiempos de irrupción de redes sociales (también plataformas poderosas de construcción de sentido) y el internet de las cosas, tiene la televisión sigue residiendo precisamente en ese factor: es un medio que la mayor parte de la población, debido a su ritmo de vida y organización de sus tiempos, no ve para pensar sino solo para recibir contenidos.

Hecha la anterior reflexión, es momento de que arribemos a respuestas para la pregunta que antes hicimos: ¿qué dice la televisión dominicana de nuestra sociedad? Complementemos esta interrogante con otra, ¿el contenido de la televisión es también reflejo del proyecto de sociedad que nuestras élites, dueñas de los grandes medios, quieren imponernos? Desde una visión anclada en las relaciones de poder internas del país, ambas preguntas deben ir de la mano. El contenido de la televisión dominicana es reflejo de lo que somos porque se sustenta en tres pilares: 1. Ligereza: televisión no para pensar, sino que solo para entretener; 2. Sexualización: es una televisión altamente centrada en lo sexual desde la mercantilización del cuerpo de la mujer (lo que la hace reproductora de mentalidades y prácticas machistas que un país con tantos feminicidios debería alarmarnos); y 3. Individuación: es una televisión reproductora de mentalidades que privilegien lo individual, y desde ahí, el tener; lo cual se ve claramente en el tipo de publicidad reinante donde se exalta la realización a través del consumo y la adquisición de dinero, así como la instauración de esa lógica muy del capitalismo tardío que el filósofo coreano-alemán Byung Chul-han designa como “el individuo empresario de su propia vida”.

Así, es una televisión cuyos contenidos se enmarcan en el tridente: superficialidad, sexo y consumo. Instalando pues que la realización del individuo, en una sociedad de mayorías empobrecidas o de clases medias que viven con lo justo, depende de esos tres factores. No preocuparse por pensar mucho, tener sexo y consumir. De manera que sí es reflejo de nuestra sociedad porque esa forma de televisión, se sostiene sobre las bases de una sociedad pobremente educada -como lo demuestran cada año nuestros indicadores educativos generales-; y totalmente cooptada por los cantos de sirena del sentido común neoliberal que nos dice, primero, que todo está en el “esfuerzo individual” (lo colectivo es una negación del individuo como centro de todo), y segundo, que las cosas son para asumirlas “como son” y no para cuestionarlas: una falsa pragmática.

La otra pregunta que nos hicimos, que tiene que ver con el rol de nuestras élites, es también central. Porque, efectivamente, el modelo de sociedad en que vivimos es producto de relaciones de poder en las que sectores ricos y dominantes han sido, casi siempre, los que terminan imponiendo sus visiones e intereses. La televisión, así, es de igual modo un mecanismo de reproducción de intereses de ciertas élites. Somos un país caracterizado por un modelo económico de riquezas concentradas, lógicas monopólicas legalmente amparadas, poquísima redistribución del ingreso y en el que las desigualdades no disminuyen mientras hay crecimiento. En ese contexto, podemos hablar de unas élites que no se interesan por cambios fundamentales que pasen, como ha ocurrido en todos los países hoy avanzados, por el elevamiento educativo y cultural de las mayorías. Donde una televisión más responsable jugaría un rol muy diferente.

Para cerrar esta reflexión, proponemos que es muy importante que establezcamos un debate amplio en nuestra sociedad, en perspectiva crítica y de horizontes propositivos, sobre el contenido que se proyecta en la televisión nacional. Qué dice eso de nuestra cultura popular, niveles de educación y cómo ello es un escollo a cualquier aspiración de desarrollo humano sostenible que tengamos. El Estado, en su momento, debería garantizar ese debate por medio de propuestas de leyes y reglamentaciones que procuren una televisión de contenidos más regulados con fines de educar y ampliar la base cultural de nuestra población.

Muchos sectores nacionales participarían de esa discusión y serían protagónicos proponiendo y creando. El exclusivo interés del lucro no puede seguir determinando lo que ven nuestros niños y población en general en una televisión basada en la superficialidad, lo sexual e individual. Si queremos avanzar, debemos pues tener una televisión que en lugar de reflejar un pueblo inculto, sexualizado e individualista (lo que hasta ahora somos), en cambio, proyecte una sociedad con cultura, crítica, pensante, socialmente responsable y no machista.

Podemos hacerlo y ya toca dar los primeros pasos hacia ese debate sobre ¿qué dice de nosotros el contenido de la televisión dominicana?