Casi la mayoría de la población dominicana veía la llegada inminente de COVID-19. Antes de que las autoridades de nuestro país tomaran las medidas de emergencia nacional que incluían la cuarentena y el distanciamiento social, muchas empresas y profesionales independientes tomaron las propias.
Una de las medidas particulares fue el teletrabajo. No se trataba de tomar vacaciones en casa, sino de trabajar en casa con la finalidad de mantener la operatividad y de ofrecer los servicios a los clientes y usuarios, además, mantener la actividad económica.
Igualmente, restaurantes, servicios de entregas en los hogares, compras online, aumento de transmisiones en directo o “lives” y reuniones por diferentes medios de la plataforma digital, se evidenció la creatividad al servicio de la supervivencia laboral, de la alimentación, de la salud física y mental.
Se ha celebrado el teletrabajo, innegablemente realmente ha sido una buena alternativa. Fue una medida rápida y oportuna. Se aplaude la ventana de trabajar con ropa cómoda, en la casa, sin tener que salir. Para muchos, se ha demostrado que se puede trabajar desde la comodidad del hogar, sin presencia física.
No obstante, he escrito pensando en el sistema familiar, en la salud física y emocional de las personas y con base en las preguntas que me han surgido día a día. Confieso que me quedan pendientes otras más.
Hasta la fecha solo se han enfocado en ciertas bondades del teletrabajo, que han quedado sumidas en el silencio las implicaciones que tiene para la salud física (enfermedades laborales) al no contar con las comodidades de una oficina, escritorios y sillones (tamaño ajustados al confort del cuerpo) y las demás herramientas necesarias propias de esos espacios. ¿Facilitarían las empresas el más mínimo de los instrumentos (clips, pósits, grapadoras…)
¿Tendríamos nuevas enfermedades laborales que se desarrollarían en la casa? ¿Habría que concienciar sobre las medidas de higiene mental a seguir que permitan diferenciar los límites entre lo laboral y familiar? ¿Cómo detectar el síndrome del quemado o burnout en casa? ¿Se explotaría el individuo a sí mismo y a su familia? ¿Cómo se clasificarían los accidentes laborales en casa y el beneficio de la seguridad social? ¿Habría que crear o adaptar una la ley que regule el teletrabajo?
Además, habría que considerar cómo se transfiere la tensión propia del trabajo a la familia, a la pareja o las consecuencias que recaen sobre la persona misma, que las tiene que experimentar en su propio hogar, espacio reservado para el disfrute familiar y el descanso en horas no laborales.
Por otro lado, ¿cómo se manejarían los adictos al trabajo? Es bien sabido que hay personas que lo usan el trabajo para evadir la intimidad familiar y mantenerse desconectados. Con el teletrabajo, la evasión de la intimidad se sentiría con intensidad emocional.
¿Cómo se diferencian las relaciones de intimidad entre los colaboradores y los momentos de intimidad familiar? ¿Cómo establecer límites a los colaboradores o supervisores invasivos que no tienen la capacidad de discriminar entre lo laboral y familiar, de diferenciar horarios y días de descanso?
Estas y otras muchas situaciones tendrían que regularse. Obviamente, la regulación de las emociones desencadenadas por el estrés laboral quedaría en manos de la persona. ¿Se tendría que aprender a dar respuestas de enojo laboral en casa sin afectar a la familia? ¿Cómo abordar las incoherencias propias de los sistemas laborales en el hogar? ¿Se tendría que prender a no tomar llamadas en horas de descanso y almuerzo?
Nos hemos centrado más en la productividad obviando los efectos colaterales, pese a que desde hace años que se habla de que llegaría este momento.
Tendríamos que comenzar a conocer con profundidad los efectos del teletrabajo y sus consecuencias a favor o en contra, desarrollar investigaciones que se puedan dar a conocer los beneficios y daños, no para abandonarlo, sino para adecuarlo sin afectarse ni lesionar a la familia.
Imagino a padres e hijos que han convertido el hogar en una oficina, en la que prevalecen, en muchos casos, el estrés, el cansancio y las tensiones interpersonales.
Aboguemos para que todos asumamos horarios justos, estableciendo las horas de almuerzo y cierre de oficinas virtuales. Además, habría que desarrollar la capacidad de la tolerancia y la autorregulación emocional.
Vivimos experiencia inesperada que nos ha enseñado mucho. Ahora nos corresponde adaptarnos de manera funcional. Sin duda, estarán en mejores condiciones físicas y mentales quienes logren desarrollar los mecanismos adaptativos funcionales que garanticen la salud física y emocional, y que preserven las relaciones familiares.