Puesto que muchos han intentado poner en orden un relato acerca de las cosas que han sido ciertísimas entre nosotros, así como nos las transmitieron los que desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra, me ha parecido bien también a mí, después de haberlo investigado todo con diligencia desde el comienzo, escribírtelas en orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido.

Lucas 1: 1-5  RVA (2015)

A propósito de la gran trascendencia mediática que han tenido varios presuntos actos de corrupción en la administración pública y que no podemos dejar de notar en cuanto hojeamos la prensa, le echamos un vistazo a la redes sociales o simplemente nos sentamos frente a las noticias de la televisión; nos ha parecido más que oportuno referirnos desde nuestra óptica a los hechos que se difunden.

Nos tomamos una pequeña licencia de nuestros temas habituales de arquitectura, pero siempre desde el enfoque de un técnico, que por necesidad es un ente social en su conglomerado humano. Desde luego no pretendemos, como Lucas, ni mucho menos haberlo investigado todo con diligencia; esto más bien es un punto de vista. Vamos al lío…

Es muy común, casi una constante, que los gobiernos se interesen por “fichar” talentos para fortalecer los recursos humanos de sus administraciones. Es todavía más común y constante que los propios recursos humanos, se acerquen a las organizaciones políticas para poner a disposición de las mismas, y de su eventual ascensor al poder, sus conocimientos técnicos/profesionales.

Grandes nombres de la academia, y otros no tan grandes, han alternado las aulas universitarias con el servicio público, beneficiando tanto a una parcela profesional como a la otra, por una especie de transferencia de prestigio mutuo  entre ambas parcelas.

Gran beneficio puede recibir cualquier ayuntamiento que cuenta con un jefe de planeamiento urbano, un secretario general e incluso un alcalde que sea arquitecto-urbanista. Que conveniente sería asignar la función de administración de un banco estatal u organismo de control financiero a un economista capaz. También sería muy recomendable poner frente a los asuntos agrícolas y de  producción pecuaria a un agrónomo con conocimientos sobre la materia.

La relación de ejemplos puede ser muy larga y evidentemente todo esto sería en teoría, escrito sobre papel en blanco y partiendo de que el técnico en cuestión cuente con las competencias para el cargo que se le requiera.

Llegados  a este párrafo, estamos convencidos de que nadie pone en duda el beneficio de combinar, dentro de la administración pública, a políticos profesionales y técnicos de ramas diversas y afines a las posibles funciones a desempeñar. Mejor aún, y este punto de vista es particular, si este técnico es un político profesional con formación original en algún círculo de estudio de los 70, 80 y 90.

También estamos convencidos de que es un pensamiento colectivo, por lo menos en apariencia, el deseo de que tanto uno como otros, es decir, políticos profesionales como tecnócratas, lleven un manejo de la cosa pública ejemplar, como si de su propio peculio se tratara.

No entraremos en las profundidades judiciales de los casos en la palestra, pero sí reivindicamos el hecho de que la gente capaz, el profesional capaz y honesto, sea arquitecto, ingeniero, perito, etc., se involucre en política, en el nivel que las circunstancias se lo permitan.

Que se involucre en política partidista, si su deseo es “Servir al partido para Servir al Pueblo”, o en política desde otra parcela, y que active en la vida social para colaborar a la consecución del progreso colectivo, enarbolando siempre la bandera de la honestidad y el bien común. Eso nos enseñó Juan Bosch y antes que este el ejemplo de Duarte.