Este que ves, engaño colorido,
que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;
éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,
es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:
es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.
(Versos de la Poetisa para desmentir un retrato pictórico a su imagen).
El encierro conventual de la mujer bautizada Juana de Asbaje y Ramírez (1648-1695), no fue un destierro de las ventajas de la libertad, como supondríamos hoy el refugio monástico. Así lo explica Octavio Paz. Por el contrario, los conventos eran centros de gran actividad artística, teatral y literaria, agrega el premio Nobel de literatura mexicano.
En la forzada reclusión de 2020, la lírica de una de las mejores escritoras de nuestra lengua, que expresan sus gestos de independencia, en medio de una sociedad dogmática como la colonial en que vivió, devino un pasadizo secreto hacia pensamientos libres. Tomar una taza y leer la poesía filosófica de Sor Juana Inés, al cierre de las jornadas laborales, emancipó mi mente de la reclusión. Con ese nombre, la niña prodigio adoptó los hábitos y se convirtió en una monja de enclaustro.
Eligió el camino más promisorio hacia la libertad de expresión. Hacerse monja le permitió vivir para el razonamiento místico, lo mismo que para su interpretación literaria del amor sensual. El Convento de San Jerónimo, desde donde la Poetisa produjo textos cumbres para la Lengua Española, es en la actualidad sede de la Universidad del Claustro de Sor Juana de la Ciudad de México. Antes de la cuarentena, iba yo allí a recibir clases de escritura creativa cada sábado.
El noviciado no suponía necesaria o exclusivamente satisfacer una vocación religiosa en la década del sesenta del siglo XVII. A decir del peruano José Miguel Oviedo, ese parece ser el caso de la autora: su verdadera vocación era intelectual y el claustro era el mejor escenario para desarrollarla.
La mística de ese edificio colonial conduce a una Ciudad de México en otra dimensión, distinta a los sectores corporativos y suburbanos, donde trabajo y resido. Al menos por unas horas sabatinas a la semana, a la vista de sus retablos barrocos, la posibilidad aprender algo de la técnica del silogismo de Sor Juana parecía palpable. Las cualidades intrínsecas del monasterio, espacios que sirvieron a la novicia para dominar el estilo contemplativo hasta uno personal y contradictor, hace de la universidad un santuario para las artes y los oficios. Allí se enseñan humanidades y arte culinario, artes plásticas, entre otros.
En su escritura, las líneas sirven de maquinarias para pensar lo sentido y sentir lo pensado, explica Oviedo. Antes de entrar al aula, me tomaba unos minutos para pasear por los rincones donde Juana Inés se hizo una poeta-filósofa, a fin de invocar su elevado espíritu para las letras.
El crítico peruano describe su estilo de acusado temple barroco, rico en sutilezas del lenguaje conceptual, erótico, lingüístico e imaginístico. Oviedo deduce una inspiración donde la rima fonética no es solo preciosa, porque eleva nuestra lengua a una armónica combinación de sus símbolos sonoros. La rima de Juana Inés, explica el comentarista, porta una lógica interna entre lo mental y lo sensual.
El estado de la realidad en 2020 hace propicio explorar las imágenes y fórmulas extremadas del razonamiento de Sor Juana Inés de la Cruz para tratar, en su caso, la experiencia humana. A la Décima Musa no la encerró una pandemia, sino el orden social imperante para las mujeres en su tiempo. Se encerró para ser libre.
Leí el prólogo de su Antología Poética escrita por el crítico peruano. Constaté que Oviedo falleció en Filadelfia en diciembre de 2019. El ejemplar lo salí a comprar en bicicleta y con cubre-bocas en la Cafebrería El Péndulo. Junto a mi esposo, nos sentaron a la vera de una Sylvia Plath de cartón, para conservar la sana distancia. Disfrutamos de un desayuno que nació en las cocinas monacales mexicanas como el convento San Jerónimo, mientras leía la introducción del prologuista. Las líneas que Oviedo tituló: Sor Juana: el sentido y los sentidos forman un portón elegante como los que guardan al claustro de Sor Juana. Curioso qué, el umbral de la literatura emancipadora, lo guardaba alguien que partió justo antes del frenesí que llamamos 2020.
Dejé a un lado los afanes jurídicos y políticos para recluirme en la forma cerrada y estricta de los versos de Sor Juana Inés. El modo en que ella plantea e intenta resolver contradicciones, como las actualmente vividas, son a criterio de Oviedo, insuperables; y uno de los mejores momentos de la lengua que hablamos ella y yo, a pesar de que nos separan cuatro siglos; su juventud y mi adultez; su soledad y mi circunstancia amable, rodeada de familia.
Tal vez porque, en paralelo, veo Dark en la plataforma Netflix, me atreví a algunos pensamientos abstractos. La teleserie alemana observa, al igual que Jorge Luis Borges en La doctrina de los ciclos, hasta donde no nos atrevemos. Leyendo la introducción de Oviedo, a la Antología Poética de Sor Juana, en Cafebrería El Péndulo, noté a un Fernando Pessoa de cartón, tamaño natural desde la mesa contigua mirando una mañana de 2020 sin apetito. Acepté recorrer el trayecto del estudio imaginativo por los sonetos y otras formas hermosas del ideario de Juana Inés.
Luego de varios sábados, haciendo fotos en los rincones del convento, como invitándola a ella, la Décima Musa, a aparecer revelada en la imagen digital de mi teléfono móvil, dejé las superficialidades turísticas y la busqué donde corresponde: en su obra.
El espectro de Juana Inés nunca se dejó ver en mis autorretratos colgados en Instagram cada sábado. Sin posibilidad de volver a estudiar a San Jerónimo a causa de la cuarentena, decidí que era momento de organizar un recorrido por sus pasillos. Esta vez, a través de la poesía cósmica de la artista y pensadora. Estaba lista para el México Novo hispánico, visto desde la geometría conceptual de las composiciones poéticas de Juana Inés. Después de varios años entre leyes federales mexicanas, como lección primera de la cultura de este país, la nueva realidad me estimula a dar paseos por el pensamiento mexicano y universal en las letras de esa mujer singular.
Al convento me llevó por primera vez mi amiga de infancia Ana Beatriz Valdez Duval. Mi comadre vino a visitarme cuando tenía yo cerca de dos años en México. Somos amigas desde la escuela primaria. A la vez, su mamá, Evalina Duval y mi papá, Guaroa Noboa, ambos fallecidos, fueron juntos a la escuela en Neyba, provincia Bahoruco, allá en la isla hace más de setenta años. Doña Evalina una vez me explicó, que entre nuestros abuelos también existió un nexo parecido. Eso sería en el siglo XIX. Anita, con quien comparto ese afecto cíclico, me llevó a conocer la Universidad del Claustro de Sor Juana.
Al mencionar a Anita, describo a una mujer de privilegiada inteligencia y sensibilidad: ingeniera civil, restauradora de monumentos, lectora voraz, chef culinaria, pero, sobre todo, una amiga incondicional. En San Jerónimo, durante los años 1600, mi comadre habría regido como madre superiora querida y respetada por todo el noviciado. En el siglo XXI, junto a su pareja José, su familia y amigos, se permite una existencia secular, pero exquisita e íntima como la de Juana Inés. Me hizo entender que el convento, en el presente, sede de un centro de educación superior, era tal vez, el lugar en la ciudad donde vivo, que me podría ofrecer más profundas experiencias. Y como de costumbre, tenía razón.
En el paseo, recordamos cuando la maestra de Literatura de América del Colegio Santo Domingo, Jocelyn Medina, nos recitaba: Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis… mientras en respetuoso silencio paseábamos por sus pasillos, evitando interrumpir a los fantasmas de las novicias en oración. Ya no hay monjas de enclaustro en San Jerónimo, solo estudiantes universitarios, muchos de ellos, vestidos con atuendos de estilo bohemio y étnico, señales de tantas libertades conquistadas; así como una amplia crianza de gatos que duermen largas siestas en sus patios españoles. Leo a Juana escribir: que, al eco de repetirlo, tengo ya de los ratones, el Convento todo limpio.
Los rincones por donde transitó una de las más importantes representantes de la literatura durante el Renacimiento, gritan sus poemas. Desde sus bien conservados espacios, gracias a la labor de la Mtra. Carmen Beatriz López-Portillo Romano, rectora magnífica, brota su poesía filosófica.
Leo encerrada en mi pequeño departamento al otro extremo de la ciudad, su obra maestra poética, Primero sueño, un texto que Oviedo describe de reposada gravedad. Las meditaciones pensadas por Juana Inés en ese poema escrito de su puño y letra en 1692, forman parte su testamento ológrafo. La herencia a título universal, me ha regalado una compañera para los pensamientos abstractos y figuras mentales que nos abordan en 2020. La pandemia nos alejó de la sensualidad del mundo exterior y nos abandonó al hueco negro de lo que no podemos explicar, pero estamos forzados a pensar, diría Oviedo, quien se liberó justo a tiempo de vivirla. La poetisa cruzó ese pasadizo sin temor alguno, explica el prologuista y portero. Con una taza de té, la leo, le sigo.
Sor Juana vivió unos intensos cuarenta y siete años. Escribió: tanto vivir era afán grosero. Llegó a sentirse rendida a tanto tormento, ser en lo demás cadáver y solo en el sentir cuerpo. Hasta el último suspiro, sentir es nuestro mejor antídoto contra la causa que nos encierra. Los médicos nos sugieren beber té para limpiar nuestros sistemas internos. Recomiendo tazas de té de naranja oriental y negro de albaricoque. También, agregar al hábito preventivo contra los demonios del encierro, los versos de Sor Juana Inés en su obra poética cumbre: Primero Sueño.