-Te juro que te quiero caer a patadas, eres un… ¡Uuuuuy! Que pique! -gritaba la mujer al tiempo en que apretaba los puños y dientes, queriendo contener la rabia que la dominaba… ¡Sos un idiota! Te lo dije, miles de veces, cuida la bolsa, no la pierdas, y fue justo lo que hiciste, eres un idiota! –le gritaba a su hijo una y otra vez. Los ojos del muchacho adquirían una apariencia acuífera, conforme las lágrimas se asomaban, muestras del temor y la vergüenza que sentía.
En los pasillos del centro comercial, las miradas curiosas resultaban inevitables, mientras todos contemplábamos cómo la iracunda mujer humillaba más y más a su hijo. El enojo vino porque éste, distraído jugando con mi hijo, no supo dónde soltó la bolsa que contenía dos bufandas. Aunque nosotros no éramos directamente responsables, en parte, nos afectaba que ella repitiera que, la distracción fue producto de encontrarse con nosotros.
Es que éste siempre me hace lo mismo, siempre! Y tanto que se lo dije, que se fijara, que él era responsable de la bolsa, pero no, si es tan idiota!Repetía y repetía, mientras yo podía ver cómo la autoestima de su hijo se hacía pedazos, avergonzado frente a nosotros, en especial mi hijo, quien es compañero suyo en la escuela.
Adolorida me dispuse a intervenir en favor del mozuelo y en busca de que la misma mujer pudiera recuperar la compostura y calmarse. Buscamos la bolsa por toda la tienda, sin suerte. –El que la encontró no la va a devolver, se la va a quedar, me decía mientras lanzaba miradas de reproche, que de poder generar rayos láser, habrían hecho pedazos al niño literalmente, no sólo en su espíritu. Una vez en el carro, le pedí que se calmara y que pensara que por encima del valor de lo perdido, ese era su hijo, y una vez pasara el clímax del enojo, le quedaría el remordimiento de haberle dicho cosas tan hirientes. Le hice ver que su caso no es aislado, le referí el momento en que mi hijo perdió de la misma manera un Gameboy y cómo esta experiencia le sirvió para dejar de ser menos distraído y más responsable. Pero ella no entraba en razón. Todo raciocinio parecía ser gasolina que inflamaba más aún la llama encendida de su enojo.
–¿Sabes qué? Yo le digo que ya no lo aguanto, que se lo voy a ir a llevar al papá a ver si se desaparece de mi vida y me dejan en paz.
Aquellas palabras abrieron un hoyo de 6 metros y metieron vivo al pobre niño. En su rostro vi la muda expresión de quien se está hundiendo.
–Ya no hables así, pues no estás pensando lo que dices. No te das cuenta de lo mucho que estás hiriendo a tu hijo.
-Es que ya no aguanto más, yo tengo que entender a todo el mundo, pero nadie me entiende a mí. Estoy cansada de que me dominen. Estoy harta de que me manipulen. ¡Siento que me asfixio!
La histeria en su mirada me convenció de que iba a estallar en cualquier momento.
-¿Y crees que insultando a tu hijo y haciéndolo responsable de tu desesperación vas a conseguir la paz que no tienes? Él es un niño, tú eres el adulto aquí. Tú tienes que tener la compostura necesaria para manejar tus problemas sin maldecir a tu hijo. ¿No te das cuenta de que esto lo hace sentirse más inseguro? Por eso demanda tanto de ti. En unos pocos años crecerá, y si no cultivas una buena relación con él, se te rebelará y si crees tener problemas ahora, no tienes idea de lo graves que podrán tornarse. Y por más enojada que estés, no me digas que no te importa, porque él salió de tu vientre.
La mujer hizo silencio por un instante, para luego comenzar a contarme situaciones familiares, desventuras con el ex marido, desventuras con el actual marido; para al final admitirme que se siente atrapada de tal manera que, se ha convencido de que debe deshacerse de todo y todos, incluyendo a su propio hijo.
Entendí prudente dejarla desahogar. La siguiente vez que pude tomar la palabra, le pedí que me dejara orar por ella, pues estaba muy necesitada de paz. Me alegré de que aceptara. Pedí a Dios eso precisamente: Paz. Pedí que hubiera paz en su alma, en su mente y en su entorno, de tal manera que ella fuese capaz de ver las bendiciones que posee, y deje de magnificar los problemas al tamaño de “Goliaces”.
También pedí sanidad, para la relación entre ella y el niño, para que puedan entenderse y sanar las heridas que los separan. Le exhorté a entender que sus necesidades todas tienen una misma solución: el sentirse apoyada y amada.
–Ese amor de manera perfecta sólo puedes recibirlo de Jesús, porque mientras esperes encontrarlo en los humanos, siempre te decepcionarás de una manera u otra, pues todos somos imperfectos. Por eso, necesitas hacer un alto, y exponerte al ungüento que Dios trae a tu alma a través de su Palabra.
Cuando llegamos a la casa, su actitud era otra, su semblante también. Le dije que podía llamarme cuando necesitara alguien con quien desahogarse. Después de eso, me ha llamado unas cuantas veces, y hasta acordamos ir juntas a la iglesia. Humildemente agradezco a Dios que me dio la valentía y las palabras adecuadas, para apaciguar aquella situación. Lo cierto es que, lejos de plantearme como un ser superior, lo que sentí entonces fue un efecto reflejo, que trajo a mi memoria momentos en que también a mí me aplastaba la frustración.
Ahora viendo desde afuera este cuadro, desearía que pudiera existir una inyección que impregnara de entendimiento a esta necesitada familia. Juro que les daría una alta dosis, súper concentrada. Por mi parte, intentaré exponerla, guiarla hasta consejeros más preparados, que puedan aportarle bondades espirituales y apoyo.
Con el tiempo crecerá espiritualmente conforme desarrolle una relación personal con su Salvador. Mientras, hoy, su hijo vino a dormir por primera vez a nuestra casa. Mis hijos no han cesado de acapararlo con todo tipo de juegos. ¡Están felices! Mientras, ella también consigue su anhelado tiempo-espacio, disfrutando de una actividad familiar. Se requiere tan poco, para dar tanto!
Salmo 141: 1-5 “Jehová, a ti he clamado; apresúrate a mí; escucha mi voz cuando te invocare. Suba mi oración delante de ti como el incienso, el don de mis manos como la ofrenda de la tarde. Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios. No dejes que se incline mi corazón a cosa mala, a hacer obras impías, con los que hacen iniquidad; y no coma yo de sus deleites. Que el justo me castigue, será un favor, y que me reprenda será un excelente bálsamo, que no me herirá la cabeza; pero mi oración será continuamente contra las maldades de aquéllos”.