Sólo somos narraciones, historias, lazos que se van encadenando y a vede se esfuman, invisibles, como los adioses que se llevan los viajantes en algunos de sus pupilas.

Lo único que no es queda es la amistad. La constancia de lo vital de la vida estará en sus viejas historias. Y Matsuo Basho siempre vendrá a esas horas para recordarte su haikú: “Fuego bajo la ceniza, y en la pared la sombra de un amigo”.

Creadora, gestora, pitonisa de reguero de noches en las Islas, en Burdeos, algunas que me cuenta María Paredes; referente obligatoria del cine dominicano, antes y detrás de la pantalla, sean las del Capitolio, el Colonial y hasta en una azotea cualquier donde “se estará dando películas”, Tanya Valette es un eslabón de una historia que comienza con La Mujer Araña y Martha, El Súper, Eduardo y otros seres extrasensoriales, como los que vio David Vicent aunque no lo creía, “Los invasores”. Hay cientos de historias entrelazadas con ella, ciudades por donde pasó y donde pasaron cantidades de cosas que ahora recupero como alguien que descubre helados de coco en una nevera celestial y no hay que estar en la calle.

Un viernes de 1986 la despedimos en La Zona porque se iba a estudiar cine a la Habana, recién sacada de la caja su Escuela de Cine. Le dije en un momento que yo estaba esperando ir a la Habana pronto, a participar en un Festival del Caribe, pero que no sabía cuándo, que esperaba el pasaje. El día siguiente pasé por aquella oficina de Iberia en El Conde. “Sí, llegó, tenga”. El avión salió el lunes en la mañana, vía Panamá. En la tarde, recién llegado, me fue a buscar al Hotel Tritón un grupo encabezado por el legendario Tony, una especie de Toro Sentado de los que resolvían la más mínima cosa en la capital cubana. “Oye, tenemos que ir a Playa del Este, que tenemos una fiesta armada con un aceres”. No bien entramos, ¡y ahí estaba Tanya, creo que Jaime Gómez, y hasta un expediente antropológico llamado Isidoro ex Pérez!

Tanya Valette y Miguel D. Mena
Tanya Valette y Miguel D. Mena

Juntarse años después con Tanya, con Jaime y con el mítico Tony en la Habana era virar de los patios más sórdidos de San Lázaro hasta la discoteca El Johnny o donde queríamos. Una noche tocaba Arturo Sandoval en el Habana Riviera, todo estaba lleno, pero Tony le decía al Capitán que cómo le iban a hacer eso a los compañeros dominicanos y de repente aparecía una mesa para la tropa, justo delante de Arturito.

Todo me viene así, como de repente, porque buscando diapositivas para transformarlas en imágenes digitales me topé con algunas de aquél viaje a Burdeos, para celebrar el primero de doña Julia Salomé. Burdeos, Yanec, bizcochos, y siempre los personaje hiperexóticos que los acompañaban, como aquella paisana que había recalado en la Guyana francesa, se había casado con un policía francés, y hasta estaba buscando plátanos y ñames para evocar la Isla en medio de la algarabía cumpleañera.

Tanya y sus personajes raros. Tanya trazando rutas incesantes tras cada llamada de teléfono, “que sí, que pasó por aquí”, y enviando cargamento de gente a la Paredes en Madrid. Tanya oyendo la queja de María cuando tras la llegada de Rita oía, “pero Tanya, ¿cómo es que tú me mandas gente tan grande para acá?” Raúl Recio también pasando por ahí, y toda la buena onda entrando o pasando por la casa de María Paredes en Madrid, pero ya esa será otra historia, oh pequeño Mundo del pequeño Adams.

Y también estaban luego los tres pasando por Berlín, en días deliciosos que se convirtieron en pura pulpa porque cuando hay alma, espíritu, ideas, todo pasa muy rápido y profundo aunque luego te dejen el hueco.

Personaje de novela, a Tanya se la incluyó en “Aquiles Vargas” (1986), de Manuel García Cartagena, y en “He olvidado tu nombre” (1996), de Martha Rivera. Curiosamente en este 2016, a treinta y veinte años de ambas menciones, recuperar esta imagen es como apostar por la alegría de la vida.

Estamos aquí, parqueados en alguna iglesita no muy lejos de los Pirineos, dando vueltas con Julia Salomé y Yanec haciendo de fotógrafo. Aquí, como en Santo Domingo, con los buenos fantasmas que nos protegían: la poesía de Eliseo Diego, el Silvio de “Mujeres”, los días habaneros ya convertidos en espinas dorsales de otros locos, como Juan Basanta y Pedro Taveras. Y eso, que todavía no llegaban otros locos noventeros a nuestras vidas, como Rita Indiana e Iván Araque, entre otros. Siempre habrá locos por llevar, otros por dejar o borrar, locos como en botica, y todos tan claro aunque empequeñeciéndose como lo que dejan todos los espejos retrovisores.

La última vez que saludé aquí en Berlín a Tanya ya venía con una toda mujer, con doña Julia Salomé. Vivían entonces en Alicante aunque estaba a punto de recoger. Se daban ellas la Berlinale y los ángeles siempre soplaban sus flautas. Esta vez con Aki Kaurismaki,  a quien Tanya se topó mientras el Aki bajaba la tercera o cuarta cerveza en un bar de la zona. ¡El hermano Kaurismaki, que tantas noches me ha acompañado con sus tangos hiper finlandeses, léase, congelados!

La última vez en Santo Domingo, llovía a cántaro, pero llovía aún más en los huracanes particulares de Martha y en la alegría siempre primaveral de Minerva. Hablamos sobre duendes, todo en clave de plepla, como tenía que ser. ¡Oh divino disparatismo que salva, que te alivia, con el que eres feliz! Y la casa de Tanya, siempre abierta, en onda de Año Nuevo.

No me imagino la amistad –ni la vida-, sin la bendición de estas sorpresas, sin el chocarse alguna vez en los alrededores del Parque Independencia, sin recuperar esa levedad con la que se caía a altas horas de la noche, como aquella vez en Sol de Invierno, sólo para ver los pececitos en su pecera y que siguiera lloviendo en Santo Domingo.

Azar, imán, todas las vainas pegándosele a uno, no sé, lo que sí sé es que Tanya siempre atrae sus chines de locuras, algún libreto que tomaremos en cuenta para la película que nunca se filmará, el tirar la sábana sobre una cama en la que rodarán tantos personajes que vayan y que vengan y que no se detengan.

Todo pasa, ciertamente, pero Tanya está por ahí. Sí, sí, hay que caerle, ¡caerle!, pero no importa, haremos el sacrificio, el Camino de Santiago particular. Tanya tiene la virtud de perderse de repente, de borrarse, pero uno siempre la recuerda con muchísimo cariño.

Sé que todas estas historias serán para consumo interno, pero también sé que sólo estas sombras se sostienen por el haberse atrevido al letal arte de la amistad, a sus lejanías y cercanías, de las que Tanya Valette es tremenda maestra.

Burdeos, La Habana, Berlín, la Isla, lo de Tanya es un trazar madejas por el globo, madejas-nubes, la amistad con alas.