Por amor a la justicia y por amor a América, siempre he mirado en sus hijas el punto de apoyo desde el cual, teniendo por potencia a la verdad, cualquier Arquímedes político podría mover el mundo americano hacia el altísimo porvenir de donde todavía está distante.[14]

Eugenio María de Hostos

Al puertorriqueño Eugenio María de Hostos y a la poeta dominicana Salome Ureña, nacidos con once años de diferencia y en el mismo ámbito caribeño, los vinculará el fervor por el progreso, “por lo justo y por lo noble”, así como la esperanza salvadora centrada en la educación de los jóvenes y las mujeres. En la afortunada confluencia de estas dos personas acunó el germen libertario para las dominicanas.

En 1873, seis años antes de establecerse en República Dominicana, Eugenio María de Hostos (anticolonialista, antillanista, latinoamericanista) propuso en Santiago de Chile, una reforma radical en la educación de las mujeres.  Las conferencias pronunciadas en la Academia de Bellas Artes de Santiago de Chile, bajo el título “La Educación Científica de la Mujer”, motivó que las primeras profesionales chilenas le dedicaran su tesis al pensador puertorriqueño. En Santo Domingo, encontró en la ya celebrada poeta Salomé Ureña una aliada excepcional para llevar a cabo y demostrar sus ideas sobre el impacto que tendría para el mundo lo que en sus disertaciones llamó, en 1873, “la educación científica de la mujer”. 

Bajo el influjo del positivismo, el extraordinario puertorriqueño exageraba la nota de la razón, pero su sentido de la justicia flexibiliza con buen balance sus ideas. Y en el caso de las mujeres, a quienes históricamente se les había inhibido la razón (aunque soterradamente sostuvieran el mundo con sus lecciones de afectividad, su antibelicismo y su sentido práctico), el exceso de razón, si puede llamarse así, no les cayó nada mal. Aún al día de hoy, en cuanto a las mujeres, sigue siendo certero el discurso de Hostos respecto a la educación de los sentimientos.  

Gabriela Mora, en la introducción a la edición publicada por la Universidad de Puerto Rico en 1993, afirma que la concepción de Hostos, en torno a la educación de la mujer “rebasa los principios krausistas que sirvieron de base al fundamento ético que dirigió siempre las acciones del escritor… sobrepasa los principios positivistas… al rechazar las definiciones esencialistas –del mismo Comte– para fijarse en las fuerzas culturales que causaron esa condición de inferioridad social”. [15]  

En carta de contestación al señor Luis Rodríguez Velasco, Hostos enumera todos los prejuicios de su contendiente, y dice hasta con una nota de humor: “es usted representante de la poderosa mayoría de sentimentalistas, que ora sea por acomodarse holgadamente en el statu quo, ora por nobilísimos temores del pudor, se asustan de todo cambio y hasta de la más leve tentativa de cambio en la situación tradicional de la mujer”.[16]

Hostos impugna las restricciones y preconceptos que sacrifican facultades de la mujer y la condenan a su biología. “Es monstruoso”, remata. Sostiene una perentoria crítica contra el aislamiento y el desequilibrio entre sentimientos y racionalidad, característicos de la formación femenina de entonces, a la par que vislumbra una fabulosa energía en la mujer americana, “tan rebelde por tan digna”; sosteniendo que en ella “está probablemente el germen de la nueva vida social, del nuevo mundo moral”. Apela a un cambio básico: “La mujer no puede influir eficazmente en la educación, si esta no es en ella tan completa que le devuelva su personalidad entera”.[17] Subsanar este error, esta bruma creada por las tradiciones sociales, intelectuales y morales, resultaría  en la rehabilitación total de la mujer, una  esperanza para un nuevo orden social.

A través de las mujeres, se puede mover el mundo americano, cuando esta, mediante la nueva educación, deje de ser “una mimosa sensitiva” y se convierta en “una entidad de razón y de conciencia”.  Exhorta a los hombres, monopolizadores de la fuerza, a acatar la igualdad moral de los dos sexos. La voz de Hostos se alza poderosa y autorizada para hablar de libertad y responsabilidad. Algunas de sus frases debieron calar hondo en las mujeres de la época.  La mujer, como ser humano es educable, “como corazón, sólo ella misma puede dirigirse”, afirma.

Sin embargo, es necesario decir que si bien Hostos percibió con claridad cómo se hipertrofiaban los sentimientos en las mujeres y que, por ende, se precisaba una reforma destinada a desarrollar la racionalidad de las mismas, obvió que los hombres también eran partícipes y protagonistas de ese desequilibrio. Su educación era la otra cara de la moneda. Pero la reforma educativa, en el caso de los hombres, no implicó una búsqueda de equilibrio entre sentimientos y razón.

Pese a este vacío –común incluso en las corrientes socialistas, con escasas excepciones–, las ideas y los encarecimientos de Hostos hacia la mujer debieron significar un espaldarazo a las emprendedoras, un aliciente a la inteligencia femenina, una ventana para descubrir horizontes renovadores. Hostos habló de esclavitud y de libertad; y, de alguna manera, de ganar responsabilidad y control sobre la propia vida. Algunas comprendieron muy bien sus palabras.