Vivimos en el mundo de las percepciones: no es la realidad de lo que nos apropiamos, sino de las múltiples interpretaciones que hacemos de ella. Y también en el mundo de las manipulaciones: cada quien gestiona esas percepciones a su acomodo.

Queremos que los demás sean como nos convenga y para lograrlo profetizamos: tú eres esto o lo otro. Buscamos que la gente autocumpla nuestras profecías, porque así la colocamos cómodamente en el compartimiento estanco favorecedor de la lectura manida.

¿Para qué? Para dejar de tener miedo, para sentirnos menos solos, para que nuestras vidas cobren sentido. Y para uniformar las sociedades, para homologar los grupos, para fortalecer el sentido de pertenencia.

¿Se ha fijado usted en lo iguales que son los diferentes agrupados, de revolucionarios y nerds a emos? ¿Ha notado la similitud milimétrica en el largo del pelo de las damas de sociedad? ¿Las uñas pintadas de negro de los góticos?

El mono desnudo siente miedo, un miedo enorme a la soledad existencial, a no coincidir, a no encontrar pares. Un sentimiento muy humano. Lo triste es que a veces la pulsión por encajar nos hace comprometer esos rasgos diferenciadores, únicos e irreemplazables que definen, en extraña paradoja, nuestra humanidad.

Como advierte Walter Lippmann, dos veces premio Pulitzer, “donde todos piensan igual nadie piensa mucho”. Y a mí me gusta pensar; pensar y que me piensen.

¿Se ha fijado usted en lo iguales que son los diferentes agrupados, de revolucionarios y nerds a emos? ¿Ha notado la similitud milimétrica en el largo del pelo de las damas de sociedad? ¿Las uñas pintadas de negro de los góticos? ¿Ha visto cómo las transnacionales del consumo acaban engulléndolo todo, lo mismo las estampitas de la Virgen de los Dolores que las camisetas con la sonrisa del Ché?

En este mundo, ser en verdad diferente es un lujo. Déselo. Sin pancartas ni alharacas. Déselo. Sin hacer daño. No se parezca a nadie.