La realidad política dominicana vista en los contextos social y comunicacional, advierte desde finales del año 2016, un sinnúmero de fenómenos que de haberse manifestado en otros litorales; la cosmología política vernácula, habría sufrido cambios drásticos y decisorios. Y hubiera producido concomitantemente,  los resultados esperados por gran parte de la ciudadanía. Cosa que no ocurrió; no obstante el despliegue general y mediático contra el esquema corrupto que hoy rige la cosa pública.

Parecería ilógico plantear entonces; que ciertamente y producto de las insatisfacciones que tiene la población con un gobierno cuyas decisiones lastran de manera irresponsable el futuro de la gente que nunca ha tenido futuro. Que el peledeísmo gobernante sufre la caída más estrepitosa en materia de preferencias y que aun así; no hay en el espectro político-electoral; posibilidades de lograr un desplazamiento definitivo que produzca la ruptura de los morados con el poder.

La lógica pura y simple plantearía que esa reducción de simpatías; debiera estar acompañada de un conjunto de acciones; determinadas por actores de oposición y desarrolladas en concreto con la Sociedad Civil y sectores productivos amenazados a extinguirse por la aplicación injusta de políticas equivocadas del oficialismo con intención de beneficiar a sus cercanos. Además de ello, una alianza estratégica con organismos internacionales, cuya misión sea el establecimiento de las libertades y la implantación de la democracia en su máxima expresión como política de Estado.

Se podría entender que la debilidad de concretar un proyecto político capaz de captar la atención de las mayorías electorales, notablemente inconformes con el rumbo que lleva el país. Es el producto de la opacidad argumentativa de una oposición que no ha podido montar un discurso que vaya de la mano con los hechos y enlazar sus propósitos a los sentimientos sociales que provoquen la adhesión de aquellos que buscan desesperados, una vía de canalización de sus desilusiones actuales.

Para que ello exista; amén de la parafernalia discursiva y las peroratas electorales. Es necesario el establecimiento de un  sistema de información descontaminado. No alineado con la estructura corrupta de la administración pública, que usa sus tentáculos con el mero propósito de proyectar con la información interesada, que son los únicos capaces, pese al alto grado de corruptibilidad e impunidad imperantes dentro de la esfera estatal, de llevar las riendas del aparato del poder.

De no ser así; es imposible para cualquier partido de oposición entablar un mecanismo de comunicación efectivo, que le permita mínimamente; plantear desde su óptica ideológica las soluciones que amerita el país en medio del descalabro político, social y moral en que se encuentra. A sabiendas de que la libertad es una condición sine qua non, para el establecimiento pleno de la conciencia social y también según dice -Javier Darío Restrepo- “es un instrumento que permite al publico el ejercicio pleno de su derecho a estar libremente informado”.

Si bien es cierto que la oposición no ha sabido sacar provecho de algunos temas, que por relevantes debieron ser caldo de cultivo para lograr el desarraigo total del PLD en el espectro público, no deja de constituir una verdad axiomática, el control ejercido por el gobierno en los medios de comunicación de masas. Con lo que; anestesian a un pueblo que aun adolorido, duerme inexplicablemente quejoso y sin aparente reacción que busque girar el curso de la historia.

-José Francisco Peña Gómez, enarbola en una crítica a los congresistas conservadores en su tesis doctoral  La Reelección. “Fracaso de la democracia representativa a la luz del Derecho Constitucional” un planteamiento que parece haberse ideado hoy. Y que expresa en forma sucinta el afán de este gobierno en utilizar la comunicación como fuente de distracción social a favor de sus prácticas dolosas y en contra de todo aquello que pueda ser motivo de una rebelión en contra de sus actos indecorosos.

En ningún otro momento histórico como en este, se aprecia tan claramente el propósito de la clase dominante de convertir el Estado en un instrumento de opresión y explotación al servicio de sus intereses. Ahí radica en parte esa debilidad que a veces muestra la franja política que algunos llaman oposición. Y que por esas y toras razones deja en la percepción de los incautos,  la vaga idea de ser débiles ante los abusos que comete el ejecutivo frente a los ciudadanos.