Analizar un fragmento del discurso del expresidente de la República, Leonel Fernández Reyna en la Provincia de Azua, al referirse a sus opositores en la competencia interna que se libra dentro del Partido de la Liberación Dominicana de cara a las primarias del 6 de octubre, me suscita ese sentimiento agridulce que nos provoca el recuerdo de algo que ya no tenemos: la nostalgia.

Llega a mi mente un recuerdo vívido de aquella contienda electoral del 96 (tendría yo unos cinco años) cuando el hijo de doña Yolanda hacía sus pininos en la contienda electoral por el PLD, donde fue necesario el llamado “Frente Patriótico”, que le cerró el camino en una segunda vuelta electoral a José Francisco Peña Gómez,  el líder y candidato del Partido Revolucionario Dominicano.

Recuerdo los flequitos morados y amarillos que mi mamá había enganchado en la antena del carro. Mis padres, que no militan, ni han militado nunca en ningún partido político, pues siempre han votado con el corazón y pensando su país, para ese entonces habían puesto toda su esperanza en “el último caudillo de Juan Bosh”.

Aquel muchacho que había sembrado una semilla de porvenir en la resiliente generación votante de la época, que se había criado en medio de un proceso caótico entre la matanza de Trujillo en 1961, la Invasión Norteamericana del 65, los terribles Doce Años de Balaguer, sucedidos por los del PRD y la que recordaba con anhelo los siete meses de Juan Bosch y su tronchada Constitución del 63, una de las más democráticas que han existido en República Dominicana.

Mediante un discurso culto, argumentativo, didáctico, formativo por demás, Fernández en aquel entonces, provocaba una euforia desbocada en el más iletrado, hasta el más culto, desde el más pobre hasta el más pudiente, pues nos estrenábamos en el razonamiento crítico de la realidad y depositábamos en este joven de Villa Juana toda la ilusión de progreso.

Veintitrés años más tarde, duele y causa la más absoluta impotencia ser testigos de una diatriba semejante; pareciera ser como si el orador o sus estrategas de comunicación hubiesen perdido la cordura y la razón, reduciendo su arenga de campaña a una frase tan hueca y burda como “tan cogío carajo”.

Sin embargo, la necesidad de emplear un lenguaje distendido e informal para tal vez lograr el voto popular, es entendible, porque a eso se ha reducido la política actual, a darle pan y circo a la plebe para mantener la sofocracia, o el gobierno de los sabios, valiéndose de la ignorancia como la mejor arma política conservadora.

Al parecer, nadie ha orejeado a Fernández de que aún quedamos jóvenes instruidos, preparados, con pensamiento crítico; que tal vez no nos levantamos a votar, no por vagancia o falta de interés, como alegan nuestros viejos, pero porque estamos hartos de echar un voto por el menos malo, o porque “hay que sacar a los que están”, pues esa semilla de esperanza que él mismo había sembrado en los jóvenes del 96 resultó en una cosecha podrida, donde los que llegaron en chancletas salieron en yipetas.

Y aunque existan aquellos que lo siguen y lo apoyan, no lo hacen por pasión, sino por fanatismo, o por la botella que el León les promete de resultar electo.

El apasionado suma y construye, en cambio el fanático no digiere, no medita, solo obra por impulso.

Tal vez seamos pocos, pero estamos aquí, y aunque probablemente tengamos mejores oportunidades en el extranjero, nos quedamos o volvemos por amor puro y simple a la Madre Patria; porque estamos dispuestos a echar el pleito por la dignidad y la honradez nacional, a pesar de la putrefacción política, moral y cívica que su manada de farsantes representa.