Recién pasé una grata tarde de viernes con el grupo literario Taller de Narradores de Santo Domingo. No es la primera vez que comparto con ellos ya que hace un tiempo ya nos reunimos por varias horas un sábado en la mañana. Aquella vez, cometí el error de dejar que la emoción guiara el momento. Digo “error” pero esto no tiene nada de negativo, ya que como hemos apuntado antes, en nuestro oficio aprendemos más de lo malo que de lo bueno. En esta reunión pues, opté por enfocarme menos en la emoción y más en la inteligencia. Luego de unas introducciones de lugar, procedimos al mambo. En esta sesión hablamos de los aspectos necesarios para componer un manuscrito (masacote), que es mucho más importante que una buena idea o un trabajo ya terminado. La moraleja es que el libro nunca termina, sino que es un proceso en el que nosotros conformamos tan solo una parte. Para explicar esto partimos de un binario, ya que los paralelos y las comparaciones siempre nos ayudan.
Lo primero es observar el trabajo del narrador desde el aspecto de lo metafórico, esto es, lo imposible de lo posible, lo que no podemos controlar. Si tomamos por ejemplo el pie de amigo, “Una mujer espera en la estación”, en nuestro procedimiento atribuimos a esta frase un aspecto metafísico, metafórico, imposible o fantástico. En nuestra reunión pusimos ejemplos como: la mujer puede ir a la estación a matarse, o es un ángel que va a salvar a alguien, o un alien, o su gemela viene llegando en el mismo tren que la arrollará… Recordemos que todavía estamos armando la estructura y lanzando ideas para motivarnos a empezar a escribir.
Lo próximo es plantear la cuestión desde el aspecto práctico, material, tangible. Cosas que podemos controlar. Es bueno aquí pensar cuáles son los elementos posibles a los que podemos recurrir y que son necesarios para establecer cierto grado de verosimilitud o posibilidad durante nuestra narración. Ojo, que decimos veracidad pero no necesariamente en coordinación con el mundo exterior, sino con el mundo del texto, esto es, que todo lo que proponemos en la historia pues funciona para la misma. Por ejemplo, en mi novela Candela, se establece la cuestión de que la hija de un ilegal haitiano y una dominicana no puede conseguir sus documentos que la certifiquen como tal. Esto no funcionaría por ejemplo, si la trama se basa en Puerto Rico, ya que allí tendría otro tipo de problemas. Entonces, por más fantástica que sea mi historia, en el aspecto práctico, yo debo tener en cuenta que para que mi historia sea eficiente, yo debo poner mis personajes en el lugar adecuado.
Este binario metafórico-práctico puede ser aplicado también a nuestro ejercicio de escritura y lectura. Como creadores debemos tener en cuenta que bregamos con una materia muy sutil y peligrosa. Y si bien es cierto que necesitamos de la emoción para escribir, también necesitamos la inteligencia. En este sentido, el recuerdo de un gran amor de la adolescencia o un trauma, pueden ser sucesos que nos llenen de emoción y nos impulsen a escribir un texto. Pero para pasar más allá de la emoción, se necesita de una postura inteligente y dispuesta; una cierta disciplina aplicada a lo que llamamos “horas-nalga” y que es vital para componer un manuscrito.
Dos cosas, para finalizar: no hay que desdeñar la emoción o la metáfora que rodea un texto, al contrario, esas son las venas vitales por donde fluye la savia de toda buena narración. Mi punto es que todo buen narrador debe ser consciente de que la emoción y el deseo sólo pueden llevarnos hasta cierto punto del proceso. Finalmente, olvidemos la mala fama que tiene la palabra disciplina, ya que estas recomendaciones que aquí comentamos no están escritas en piedra. Yo hoy puedo compartir con ustedes estas nociones porque tengo ya algunos años cogiendo y dejando estrategias de los distintos consejos que he buscado y recibido a través de mi trayecto. Con esto dicho, la idea es encontrar un espacio en donde la flexibilidad emocional del narrar historias se encuentre con la rigidez de un trabajo de lectura y escritura diario y sin ceremonias. Esta conjunción al final nos encontrará de frente con un manuscrito, que no es perfecto por lo que encierra, sino por lo que es en sí mismo.
En nuestra próxima reunión hablaremos de la tridimensionalidad de los personajes (el aspecto metafórico) y de la estructura narrativa de la novela breve (el aspecto práctico). Gracias por permitirme compartir con ustedes y recibir ese calor tan necesario.