Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Cortázar, Rayuela, Capítulo 7

Alegoria al tacto, de Jan Brueghel

El escritor venezolano Alejandro Oliveros ha resaltado poéticamente la necesidad de trascender a la inmediatez de la concepción neurofisiológica de los sentidos, cosa que los párrafos que forman este texto pretenderán abrazar, y sobre ello ha dicho lo siguiente: De los cinco sentidos con que fue dotado el Hombre, el tacto es el más confiable. /No lo confunde la noche redonda /ni se retira con la llegada de la aurora. Se sustenta en esta poderosa frase el hecho de que, gracias al tacto, entendido en su más amplia concepción, ese Hombre mira y se mira en su entorno; pero, sobre todo, a través de él accede a lo verdadero, a pesar del silencio de la oscuridad. Arriba a esa verdad que hace que los sentidos no sean refutables, según establecía Tito Lucrecio Caro en el siglo I a.C. en aquella imperecedera obra De Rerum Natura.

El canon epicúreo seguido por Lucrecio, quizás el primer poeta filósofo romano de la Antigüedad, tenía como regla fundamental el atenerse a los sentidos, a la confianza primordial en ellos depositada en la sensibilidad provocada través de los choques de los cuerpos unos con otros, fundamentos omnipresentes en las relaciones entre los seres. Así, corporis est sensus, el tacto, es el sentido del cuerpo. Los comentarios siguientes ilustran dicha visión en palabras del académico chileno Eduardo Molina Cantó quien líricamente reinterpreta algunos enunciados de la anciana obra ya mencionada:

“(…) Nuestra existencia consiste en (un) continuo sentir, en (un) entrar en contacto con los otros cuerpos, (en) destacar ciertas emanaciones sobre otras, en distinguir cuerpos de entre cuerpos, en fijar la atención y acomodar los sentidos para recibir mejor los golpes de los simulacros de superficie y las emanaciones de profundidad.

Esto es el universo epicúreo descrito por Lucrecio: átomos chocando con átomos y rebotando en el vacío, formando múltiples cuerpos, múltiples especies de cuerpos. La incalculable pero limitada variedad de los átomos explica a la vez, con un solo gesto, la similitud y la diferencia entre los cuerpos. El movimiento y la rapidez están en el origen de todas las cosas; este ‘celer origo’ es el que sostiene por todas partes nuestro mundo, haciendo que se expanda y se contraiga, haciendo que percibamos y que seamos percibidos”.

Abordando lo estrictamente anatómico, la comprensión científica de la sensibilidad táctil asume la existencia de dos vías nerviosas que apuntan hacia el cerebro a fin de facilitar la exactitud de lo sentido o palpado; la discriminación del carácter de lo percibido, habilidad conocida como sensibilidad epicrítica. Esta es contraria a la sensibilidad protopática, de naturaleza más primitiva y poco diferenciada, que si bien responde a cualquier estímulo es incapaz de discriminar su carácter o lugar de origen. La sensibilidad termo-algésica, por su parte, curiosamente, es manejada a través de mecanismos propios diferentes a los anteriores; como si se necesitase un trato especial para el dolor y la temperatura, observación que sugiere la presencia de un rasgo protector de naturaleza innata contra dichas agresiones físicas.

Cabe destacar que el tacto revela importantes características distintivas y particulares: mientras los demás sentidos disponen de un órgano diana que facilita su estudio y definición (la lengua para el gusto, los ojos para la vista, el oído para la audición y la nariz para el olfato), el accionar del tacto abarca toda la longitud de la piel, el órgano corporal de mayor extensión, haciéndolo por ende el principal sentido entre nosotros.  Sabemos que los humanos podrían vivir sin los demás sentidos (mudos, ciegos, sordos o ageúsicos –aquellos incapaces de percibir el sabor– deambulan por ahí razonablemente felices); pero sin tacto ni piel falleceríamos inexorablemente ante la imposibilidad de interactuar con el entorno y vencer el peligro que acecha nuestro cuerpo en el día a día.

El tacto es además el más antiguo de los sentidos; con él sabemos dónde empieza y acaba el límite de nuestro cuerpo destreza conocida como propiocepción, capacidad que seguramente cumplió un rol protector fundamental en el proceso evolutivo. Como decano del sentir, es cuna e instrumento del afecto, esa expresión humana por excelencia incapaz de suceder sin aquel roce a que se refería Lucrecio. Por último, el sentido del tacto es quien da la bienvenida al recién nacido tras arribar al Universo que lo verá crecer luego de abandonar el útero materno; los demás sentidos aún no se encuentran plenamente desarrollados, y, por ende, la criatura será funcionalmente sorda, ciega y muda por meses a venir. 

¿Qué se siente con el tacto? Aristóteles dijo que la metáfora es ver con la mente, lo que equivale a afirmar que nuestra apreciación o aprehensión de la realidad está determinada en gran manera por la construcción a priori de un sistema individual de comprensión sobre lo percibido (o palpado, en nuestro caso), que resultará en aquello que llamamos percepción. Construida a partir de las experiencias personales y socioculturales, la percepción invariablemente convida, confronta en el mejor de los casos, a la redefinición de lo que verdaderamente los sentidos “sienten” para lograr entenderles. ¿Cómo explicaría la ciencia médica occidental, a título de ejemplo, la profunda variación en la percepción del dolor por los seres humanos contemporáneos? ¿Qué explica la tolerancia al sufrimiento físico de los faquires o de algunas poblaciones de Bali que practican la ceremonia de Ngusaba Puseh, ambos casos aberraciones de la percepción del dolor causadas por dagas, cuchillos, brasas o afilados vidrios, mientras que en EE. UU. (donde reside el cuatro por ciento de la población del Globo) se consume en un año el 80% de los analgésicos recetados en todo el mundo?

En la próxima entrega exploraremos el rol de la superposición de los sentidos la sinestesia tanto como facilitadora del acto creativo pictórico o literario como protagonista en la interrelación del Hombre con su cuerpo y el entorno.