La política del sentido en Taberna de náufragos, novela de José Enrique García (Santo Domingo: Búho, 2019) se inscribe en contra de la ideología de una ciudad feliz, acogedora dispuesta a recibir a todos como triunfadores y héroes: escritores, poetas, novelistas, dramaturgos, historiadores, pintores, de la ciudad y las provincias. Es desde la negatividad que podemos aquilatar las contradicciones que minan la ciudad. No tiene sentido literario, ni lo funda como valor, el mostrar una ciudad feliz, donde todos son triunfadores. Eso no existe en la realidad. La escritura no se encarga de esas falsificaciones.

Hay, además, en Taberna de náufragos, los vicios de dicción comunes a todos los escritores  que escriben en nuestro idioma: gerundios mal empleados con olvido de la regla de la concordancia de los tiempos verbales (casi siempre usados con verbos en pasado o en futuro: (pp. 30, 81,  99, 111, 113, 142-43 y 179); sustantivos colectivos que no necesitan plural (ejemplo: gentes (pp. 23, 41, 159, 182 y 186), aceptable solamente en la frase estereotipada: derecho de gentes; la ausencia de la coma en expresiones adversativas (p. 9, 35); galicismos:  “¿… qué es lo que dijo? (p. 75) en vez de “¿qué dijo?”; léxico usado con indecisión: “… y se sienta en la mesa” (p. 57) vs. “… cada vez que me siento a esta mesa” (p. 95), “renqueando” (pp. 17, 142-43) vs. rengueando, ausente; “bajo el bombillo”, (p. 49) vs. “una bombilla ordinaria” (p. 53);  o el uso de fósiles lingüísticos: “… como si con ello enfrentara lo inevitable” (p. 59) y “… tira del pañuelo y se suena la nariz”, fósil del inexistente partitivo en español; empleo de “recocó y rococó (p. 56); uso de “echarpe” en vez de bufanda (p. 107); empleo de verbos comodines: “… hace desviar los ojos” (p. 11) en vez de “… desvía los ojos”, “… han hecho posible”, en vez de “han posibilitado” (p. 44), “… hacerse parte” (p. 136) en vez de “formar parte” y “… hace girar el taburete” (p. 18) en vez de “gira el taburete”.

Los vicios de dicción no tienen nada que ver con la gramática normativa, sino con el ritmo-sintaxis del discurso, porque su inobservancia produce anfibología, o sea, confusión semántica. El sujeto que escribe cree haber dicho lo que quería expresar y no lo logró, aunque él crea que lo logró.

Hay, en compensación, la observancia inconsciente de la regla de oro de la escritura antigua y moderna con la inscripción de formas-sentidos anagramáticos del apellido del protagonista Fernando Cerco.

En efecto, los ejemplos que brindo a continuación son la prueba, en la escritura de José Enrique García, de este procedimiento que fue estudiado por Saussure y que Jean Starobinski sistematizó en su libro Las palabras bajo las palabras. La teoría de los anagramas de Ferdinand de Saussure (Barcelona: Gedisa, 1996): “… huidas de las casas que me cercan” (p. 23), “Estirándose desde el asiento, distingue una firma: Fernando Pessoa” (p. 41), “Uno de los camareros se le acerca”, “Fija ahora sus ojos en un panel adosado a la pared, cerca de su mesa” (p. 41), “Fernando, encorvado” (p. 115), “Escribe sobre el papel, así se siente que se acerca” (p. 115), “Oye pasos en el pasillo que se acercan” (p. 116), “… acercándolos a un conjunto” (130), “… cerca ya de la medianoche” (p. 148-49), “… la realidad nos cerca” (p. 154), “Te confieso, Fernando, que en estos días en que bregamos con estos encargos” (p. 155), “… y así cerciorarme directamente  de que también hay otros…” (p. 172), “… lo que yo le había negado por años Que sabía de mí encerrado en su mundo cercado” (p. 177), “… una herida mal cerrada en el lado izquierdo” (177), “Don Ramón, acercándose, con una voz que denotaba disgusto” (p. 184), “… nos cerciorarnos del descenso” y “… el ámbito urbano que me ha cercado” (p. 186), “… me obligo a acercarme a esa gente que detesto” (p. 188) y “Y cerca, alza los ojos, los pasea de un lado a otro” (p. 195).

Estos anagramas del apellido Cerco son independientes de los demás anagramas que, en torno al nombre de Fernando, generan otras formas-sentidos profundas en el texto de José Enrique García, amén de la crítica que ejerce su texto a diferentes prácticas culturales, una de las cuales es el acto de circulación de libros en la ciudad. Un ejemplo parodia un acto de circulación de una novela de Efraím Castillo, si no leo mal, aunque el lugar y el título de la obra están cambiados para evitar cualquier imitación de la realidad.

En vez de Currículum. El síndrome de la visa, de Castillo, el libro objeto del acto de circulación es El viaje de regreso, de un tal Esmeraldo Alfonso, miembro de la peña de la taberna de náufragos, pero en la realidad de la historia literaria dominicana, la autoría de esta obra publicada es Viaje de regreso (Santo Domingo: La Isabela, 1968), sin el artículo determinante y es una pieza teatral, no una novela, como se dice, para despistar al lector.

José Enrique García

En vez de suceder, como en la realidad ocurrió en el bar-restaurante Roxy, el narrador ubica la actividad en La Cafetera o taberna de náufragos. La descripción de Esmeraldo Alfonso corresponde a la de Castillo (pp. 175-76) la noche del acto de circulación de Currículum. El síndrome de la visa. Y el personaje que intenta boicotear el acto es Ramón Lacay Polanco (p. 178), quien hizo lo descrito, y todavía más, durante aquel memorable acto de circulación de la novela de Castillo, galardonada en aquel año de 1982 con el premio anual de novela “Manuel de Jesús Galván”.

La novela de José Enrique García es también, como debe ser, sin que arrope el texto, un espacio de reflexión sobre el género mismo, sobre la teoría literaria o sobre otros géneros discursivos. Por ejemplo, el narrador-personaje Fernando atisba en Pedro Pardo, uno de los náufragos de la taberna, lo que debe ser un crítico literario: «…un crítico natural, a uno de esos que se hacen en el terreno del hacer, al adentrarse en las intimidades de las palabras, despojado de preceptos previos, sin carga de argumentaciones, únicamente entregado al acto de lectura.» (P. 145). Naturalmente, este tipo de crítica es imposible, pero es la que corresponde a la ideología de la estilística.

O esta definición de la historia aportada por Abelardo Carreño, símbolo de la mala conciencia de Fernando Cerco: «La historia es lo que se cree de ella, no lo que es. Nunca hay historia verdadera.» (P. 76). Muy cerca de la definición de historia que aporta la poética meschonniciana: “La historia es lo que sucede.”

De la historia solo tenemos interpretaciones, puntos de vista o perspectivas y es tarea de lo epistemólogos controlar los conceptos de los métodos usados por los historiadores para determinar si han sido aplicados con coherencia interna. De la historia solo quedan discursos, monumentos, piedras o testimonios. Nada de reconstrucción de los hechos del pasado, anacronismo al que se aferran algunos, al igual que al fetiche del documento. El objetivo del historiador es situar los efectos ideológicos y políticos de las acciones de los sujetos, así como las estrategias y tácticas que emplearon para lograr sus objetivos, que casi siempre fracasan, pero también los obstáculos que les colocaron los otros sujetos que les adversaron. (FIN).