“La crítica ha arrancado de la cadena las flores imaginarias, no para que el hombre lleve la cadena sin fantasías ni consuelo, sino para que se sacuda la cadena y escoja la flor viva”. Carlos Marx
Desde pequeño fui educado para creer en los milagros, en parte por mi familia, en parte por el colegio de San Ignacio y en parte por el cine. Por eso ante cada posible oportunidad de ver uno, acepto con entusiasmo el desafío a las leyes de la naturaleza y a la ciencia. Sin embargo hasta la fecha, aunque entretenidos, éstos – llámense ovnis, curaciones, astrología, telepatía, regresiones, dietas de jugo, lectura de la taza, limpieza de colón….etc. etc. – no parecen pasar un test científico.
Y visto el espectáculo celebrado en el Centro Olímpico una semana atrás, en lugar de restaurar esa visión de lo increíble y lo maravilloso, volvió a mí la decepción. Porque lo que vi allí fue un acto vulgar que exigía urgente convocar al raciocinio y la duda: una zona franca de milagros.
Y es que ¿cómo podemos compaginar la idea del milagro con aquello que tuvo lugar en el Centro Olímpico? ¿No era un milagro algo excepcional? ¿Qué clase de poder tiene una sola persona para gestionarlos? Pero más allá aún ¿Qué evidencias? Porque si bien la fe no precisa de evidencias, cuando un milagro de este tipo sucede se solapa con la realidad y lo verificable. Y no puede bastarnos que alguien diga que no caminaba, ver después cómo le han tocado la frente y arrancar caminando. Porque un acto de esta magnitud, una alegación extraordinaria como decía Carl Sagan requiere evidencias extraordinarias.
Y ¿qué les costaría entonces probar estos milagros al mundo escéptico con radiografías, resonancias, estudios…? Con pruebas realizadas (inclusive por individuos no creyentes) con el fin de que se vean estremecidos en sus alegadas certezas.
Todos necesitamos creer en el algo, si no tenemos algún tipo de espiritualidad es fácil elevar la materia, la magia, las ideas políticas, el sexo, el juego, incluso al deporte en sustitución de esta necesidad. Sin embargo, es preciso que conociendo esa necesidad seamos capaces de observar a aquellos seres hábiles que pretenden aprovecharse de ella – y por ende de nosotros –, y… Y denunciarlos ante los que no han tenido las herramientas para observarlo o son llevados en su ingenuidad, aunque nuestro intento sea en vano. Aunque el futuro de la humanidad radique en la infantilidad y su necesidad de tener un amo.
T.B. Joshua es un pastor nigeriano de 54 años de edad que se presentó en el Centro Olímpico el pasado viernes y sábado a total capacidad. El pastor fue recibido como prohombre de Estado por las autoridades basado en su popularidad. Su retórica era buena, lo admito, pero tampoco genial, he visto pastores locales con mejor oratoria. Lo que sí se puede destacar en esta figura es su opulencia, y mientras uno ahonda en el personaje se revela lo de corriente y poco iluminado que tiene.
Obviemos el título de “Profeta” con que se comercializó su llegada, aunque resalta lo ególatra que hay que ser para autodenominarse como tal. Obviemos también que dice él que duró 15 meses en el vientre de su madre antes de nacer, lo cual aunque implica una mentira flagrante, podemos atribuírsela a la necesidad de generar un mito o una leyenda cultural propia del África.
Ahora lo que no se puede obviar es que se trata de alguien que se dedica a realizar profecías de manera temeraria que no se cumplen. En casos, que hasta pueden originar serios problemas y complicaciones. Porque imaginemos que Cristina Fernández de Kirchner hubiese decidido posponer su cirugía porque TB Joshua había visto que moriría, como profetizó. ¿Se le hubiese complicado el cuadro clínico? ¿Y a razón de qué? Si no hubiese valido la pena, puesto que la ex presidenta de Argentina se realizó su cirugía sin mayores complicaciones.
De igual forma, se hace imposible evadir que estamos ante una persona con mentalidad empresarial más que de predicador, que creó en Islas Vírgenes una compañía como paraíso fiscal para evadir sus responsabilidades ante Nigeria (y quizás su feligresía) y que se da el lujo de gastar más de 60 millones de dólares en un solo avión privado. Por lo que, de inmediato se infiere que su interés principal no es la gente, es el propio. Porque uno le puede perdonar esas conductas tal vez al hijo de Bill Gates, en tanto no conoce otra cosa que la opulencia desde la cuna, pero ¿se puede entender esta actitud a un pastor que conoce las contrariedades económicas de su feligresía? No. ¿Se le puede aceptar esto a un pastor de un país tan pobre como Nigeria? No. O tal vez sí, pero no para liderar a nadie. Porque ante eso la oratoria no es suficiente. Porque la esperanza, como la fe, precisa de credibilidad y coherencia.
Pero digamos que sí es especial y que ahí están los milagros. ¿Cuáles milagros?
En toda su vida documentada Jesucristo realizó alrededor de 40 milagros. Eso que TB Joshua hace en 15 minutos en su nombre, a Jesús le tomó la vida entera porque no era su propósito. El pastor Miguel Núñez hizo una interesante reflexión en este sentido al decir que el evento de Joshua se trató de una distorsión sobre el concepto de los milagros porque: “Los milagros (bíblicos) no eran centros de distribución de bendiciones para todo aquel que estaba enfermo. Ni Cristo hizo eso en la piscina de Bestesta, donde él bajó y habían cientos de enfermos y sanó uno sólo.”
Y después tendríamos que cuestionar a quiénes se les hizo el milagro. Los tocados por TB Joshua pasaron por un filtro, el cual según denunció Roberto Fiseli, un padre indignado (que se arriesgó a llevar a su hijo que tenía una bala en la espalda) se “trataron” los casos menos graves, a los graves no les llegó la “sanación”, habían sido discriminados y aislados del paso del “Profeta” por los organizadores.
Es un despropósito para la religión este tipo de actos porque aleja a una buena parte de la gente. Es peor aún para el Estado en tanto promueve que la gente busque este tipo de actos y personajes y arriesgue su salud personal. Pero lo es peor para esa gente que va movida por su desesperación o por sus ganas de conectar con algo superior, y se encuentran con la desilusión o el fraude.
Y me rehúso a pensar aquello de que los que creen sin tener la razón, no pueden ser convencidos por la razón. Me rehúso también a una política irresponsable de promoción o de silencio ante estos actos que perpetúan las miserias y no se aprovechan para fomentar la ciencia, el estudio, para lo cual no es necesario insultar a nadie.
Me rehúso a sabiendas de que la ciencia es insuficiente para proveer de paz al ser humano frente a su insignificancia, su raciocinio y su mortalidad. Y me rehúso porque el riesgo a pagar es muy alto. Y es uno en que el tigueraje con apenas una buena retórica se apropie del plano espiritual para su beneficio, en su falsa zona franca de milagros. Lo lamentable es que no sería la primera ni la última vez, porque como dijo Carl Sagan:
“Una de las lecciones más tristes de la historia es ésta: si se está́ sometido a un engaño demasiado tiempo, se tiende a rechazar cualquier prueba de que es un engaño. Encontrar la verdad deja de interesarnos. El engaño nos ha engullido. Simplemente, es demasiado doloroso reconocer, incluso ante nosotros mismos, que hemos caído en el engaño. En cuanto se da poder a un charlatán sobre uno mismo, casi nunca se puede recuperar.” Carl Sagan